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Notas
NOTA DE INTERÉS

(Pergamino, Argentina: 31 de enero de 1908 - Nimes, Francia: 23 de mayo de 1992)


23/05/2009

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RECORDAR


“Yo me he criado a puro campo, rancho, rebaño, maizal, con noches de historias viejas y mañanas de cristal bajo un cielo de gaviotas vi a mi padre trabajar, no se sembraba coplas, por el modo de cantar. Un día yo vi un camino y me puse a caminar y anduve, anduve mezclando dicha y pesar; después de muchos trabajos, en un mundo fui a parar, un mundo de extraño nombre, se llamaba soledad…” (Film “El Legado”)

En un ignoto sitio para la cartografía, allá por el paraje Campo de la Cruz, cerca del pueblo Juan Peña, los pastizales solitarios aún están tapando la vista del lejano llano, y por allá atrás, levantando lentamente la vista, los árboles viejos y verdes en conjunción con el monte, sonríen el canto de los pájaros que traen las melodías de la guitarra semi acostada en ángulo agudo a la tierra, sobre un añejo muslo en postura clásica, con la caja sobre el pecho y la mano cerrada sólo haciendo lo necesario mientras el corazón, a los gritos, respirando hondo, va soltando coplas propias de la tierra.

Se inspira un alivio de naturaleza y flor en Pergamino, por lo que la poesía innatamente brota las muecas del recuerdo desde sus ojos de conocimiento mientras su mirada, directa y comprensiva al diapasón por sobre su hombro derecho, espera la caricia de los dedos de la mano izquierda. En sus ojeras delatoras, su vida de campo son orgullosos años de monte verde y caballos….así es la tierra de Don Héctor Roberto Chavero.

Pero hace 101 años, esa tierra sólo era un pequeño terruño de caricia de familia, donde un quichuista y una vasca, criaron al futuro símbolo de la tradición folklórica.

Creciendo en su pobreza, se cultivó de sabiduría y humildad campesina junto a los baúles de libros de su padre: “Por razones de pobreza económicamente grande, el camino fue mi Universidad. El hecho de ser pobre nunca me dejó caer en la sospecha de dejar de ser honrao…”, decía Don Ata.

La motivación paternal desarrolla un niño culto que causó la inquietud del joven de 13 años por escribir sobre los últimos doce incas representativos tras la llegada de los conquistadores. Le daba un poco de vergüenza firmar con su nombre, por la edad, por los textos y pensamientos y por consiguiente, el autor rescató el nombre de Atahualpa, último emperador inca y los firmaba con tale seudónimo…Yupanqui, de la lengua quichua, lo adoptó pasados los 30.

Qué destino extraño le tradujo un futuro cercano y eterno, en cada significado de su nuevo nombre que marcaron los días de su vida, una simple premonición del poeta que va con su sabiduría queriendo contar… “Ata: viene; Ku/Hu: de lejos; Alpa: tierra; Yupanqui: narrarás, has de contar”

Los primeros indicios con la esbelta de madera fue gracias a Bautista Almirón pero el romance con la guitarra fue solo una excusa para acompañar los poemas y cuadernos, futuros libros, que se desprendían de sus alrededores, caminos recorridos sobre el lomo del caballo y/o la mula, defendiendo al paisaje, observador, poetizando, comentando y haciendo público las inquietudes, misterios y amistades del campo, sus cerros, quebrachos, garabatos y chañares y por sobre todas las cosas, las gratitudes, hermandades y gracias de sus hombres: “Los hombres del campo vienen de una sagrada antigüedad…”

Trabajó de lo que pudo, como cineasta, actor, maestro, hachero, arriero, periodista pero la guitarra fue su primordial compañera, que dejaba en melodías las experiencias de vida, que pasaron por provincias argentinas, por tierras del viejo continente, en la cárcel o en libertad, en el trabajo o en la composición.

Ha escrito obras memorables, cada uno con la rutina propia del camino como “Chacarera de las piedras”, “Tierra querida”, “Luna tucumana”, “Camino del indio”, “Los ejes de mi carreta” y editó libros como "El canto del viento", "Piedra sola", "El payador perseguido”, “Aires Indios”, “La Capataza” y “Cerro Bayo”. En la filmografía, su último documento se llama “El legado” y unos de los libros más destacados sobre su biografía es “En nombre del folclore”, de Sergio Pujol.

En la tierra francesa se le apagó la luz, así como se apaga la luna cuando el sol asoma su cara por la ternura del ocaso. Al otro día, su mueca sabedora no volvió a aparecer, simplemente seguía durmiendo en un hotel de Nimes, quizás recordando su salida con su bastón, en el teatro donde se expuso la obra La nuit de L'Amerique, junto con el bandoneonista Rubén Juárez la noche anterior; quizás trayendo los paseos por la senda, las historias de vidalas y bagualas de cantores embellecidos por el cerro, el respiro del agua entre las piedras, la poesía de la naturaleza….Se le apagó la luz del corazón pero no la de su vida, porque, en la actualidad, su nombre es presente en el andar del mundo del folklore y la cultura argentina y tantos reconocimientos que recibía con el perfil bajo, siguen fluyendo en nombre de su defensa por la raíz.

En Cerro Colorado, Córdoba, donde construyó su primera casa con instrumentos fiados y un terreno donado por el gaucho bien criollo Don Eustacio Barrera, como forma de corresponderle por las canciones que interpretaba a él y su señora, duermen sus restos al lado de un roble que plantó cuando nació su hijo Roberto: “Cuando muere un poeta, no deberían enterrarlo bajo una cruz, sino que deberían plantar un árbol encima de sus restos. Así lo pienso yo, por cuanto, con el tiempo, ese árbol tendrá ramas y un nido y en él nacerán pájaros. De ese modo, el silencio del poeta, se volverá golondrina” (“El canto del viento”).

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