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“Ani nde pochy anga chendive desengañoite mante areko che âkâ tavy anga oikuaa nderehe kuña che upéicha Aiko…” (Olvida, mi bien, el enojo aquel que así nuestro amor irá a renacer porque comprendí que no sé vivir sin tu querer…)
Una imagen de experiencia en la cálida tarde de Mataderos, quizás levantando la oreja intentando escuchar las almas alegres que respiraron cultura en la Feria o tal vez tomando uno de sus libros que defienden el alma chamamecero, que aportaron a la literatura argentina más conocimientos del territorio nacional, litoraleño y guaraní y mientras el sol recae en la ventana de su casa grita en su interior, el gemido del bandodeón de Tránsito Cocomarola bañando en clave de sol la historia de su instrumental "Kilómetro 11" que años más tarde, tendría una poesía, gracias a su pluma y corazón.
Cuántas cosas pasarán en proyección por la mente del porteño Constante Aguer al agregar un eslabón a la historia de su vida que comenzó el 6 de abril de 1918 y sin conocer el destino, el libro de sus días lo consagraría en el ámbito musical y poético.
Alrededor de sus veinte años el ya inquieto cantor de sangre del litoral había grabado algunos discos en los sellos Odeón y R.C.A. Víctor con Emilio Chamorro, dando puntapié inicial al poco conocido acordeón de tres hileras y logró una distinción municipal por su aporte al canto guaraní.
A mediados de 1940 conoce a Mario del Tránsito Cocomarola con quién entablan una amistad, tan firme que “el padre del chamamé” le facilita dos grabaciones para que considere agregarle alguna letra significativa. Su problema principal es que nunca supo qué significaba “Kilómetro 11”, por eso le atribuyó los créditos al romanticismo: “Vengo otra vez hasta aquí de nuevo a implorar tu amor solo hay tristeza y dolor al verme lejos de ti…” aunque la idea original del “Taita” no era una historia de amor, simplemente, una eventualidad.
Finalizando los años 30, cuando la luz de la luna se apagaba por un ruta de Corrientes, el vehículo que llevaba a Cocomarola y sus compañeros hacia una presentación, tuvo el percance de pinchar un neumático, pero mientras la tranquilidad del paisaje obligada a uno de ellos a poner la rueda de auxilio, Tránsito y su compañero Félix Vallejo apaciguaron la interrupción del viaje con algunos acordes. Esa improvisación concluyó en las melodías de un nuevo tema que se llamó igual que un viejo cartel que visualizaron en aquella soledad: Km. 11.
Constante Aguer, ya con la melodía a disposición escribió una letra de amor bilingüe, es decir, en castellano y guaraní pero por razones de la grabación y los tiempos, se utilizó solo el fragmento español. La parte en guaraní se utilizaría años después.
En 1944 Tránsito la graba junto al Dúo José Cejas-José Ledesma y comenzaría un camino impensado en la trayectoria de la composición
El tema llegó a tener un alcance mundial, incluso fue grabado en alemán, francés, italianao, portugués y hebreo y forma parte de más de 200 intérpretes en todo el país.
Aguer no solo se quedó con el éxito de la letra que consagró el pueblo chamamecero, sino también viajó a distintas partes del mundo, como Australia en 1978 y escribió algunos libros con el objetivo de difundir la cultura guaraní por todas las latitudes que pudiese; entre sus escritos más importantes se encuentran “Mis cantares al Taragüí” (l983), "La Biblia de la selva guaraní" (l985), "Vivencias del chamamé en Australia (l987), "Memorias de una pasión” (l993) y "Contes guaraní" (l996), muchos de ellos difundidos por Europa y “Pioneros del cantar guaraní”, declarado de Interés por la Honorable Cámara de Diputados, en 2007.