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Primero hubo un silencio respetuoso hasta que el músico hizo su entrada con “Un día me fui del pago”, entonces el público estalló en una ovación. Más tarde vendrían las definiciones: “Esto no es un show, recital o espectáculo. Es simplemente una guitarreada”, decía José Larralde el sábado 7 de febrero a eso de las 22 ante 700 espectadores que colmaron el ND Ateneo para escuchar al notable cantor orillero, tal como él gusta que lo llamen. A las tres fechas pactadas de enero, pudo darse el gusto de agregar dos más en febrero en el teatro céntrico.
En el encuentro las luces de la sala permanecieron encendidas, así durante toda la noche. “Me gusta verles las caras”, justificó. Sentado solo con su guitarra sobre el escenario, con su espesa barba, esa que siempre hizo honor a la imaginería gauchesca, dijó que entre tema y tema iba a hablar mucho de la composición y origen.
“Antes tocaba canción tras canción sin parar y después me frenaban en la calle para preguntarme por qué puse esto o aquello. Ahora me di cuenta que es importante contar la glosa porque se vuelve más didáctico”, explicaba el compositor nacido un 22 de octubre de 1937 en Huanguelén que desde hace años desarrolla su labor artística lejos de los circuitos comerciales masivos de festivales y casi sin apoyo promocional y publicitarios de las grandes empresas de comunicación.
“Esta es una milonga dedicada a Roberto Molina, un hombre bastante mayor que yo, trabajador changarín que hombreaba bolsas de grano en mi pueblo y fue el que me enseñó las primeras notas en una guitarra. En un viejo bodegón se juntaban estos tipos de personaje a tomar un vino y ahí siempre había una guitarra. Pero Roberto tenía una particularidad: a la mitad del tema huía del lugar sin terminar de contar, por miedo o no se qué, las cosas que le venían de adentro”. Ese era el preludio para “De hablarle a la soledad”.
“A este amigo, al entrerriano Víctor Velásquez, hace mucho que no lo veo porque en la Argentina, desgraciadamente, mucha pelota no le dan, entonces tiene que tocar en el exterior. Y como Entre Ríos hace cuantiosos años fue república le puse de nombre a esta chamarrita consagrada a él: entrerriano y argentino´”.
Siempre al finalizar cada interpretación como es su costumbre se paró y saludó mano derecha en alto con una leve inclinación del cuerpo a modo de reverencia con su público que denuncia fidelidad integral para con el estilo, forma y método del Pampa.
Continuó, este ser de fuerte personalidad y la costumbre de decir qué y cómo siente, con una “milonga chamarritada”, como se encargó de definir “aunque digan en Sadaic que este género no existe”, llamada “La noche del peludero” la que también tuvo en sus palabras su umbral compositivo y las peripecias para conseguir al animal: “en los pueblos se suele ir a pescar, ir a buscar algo para morfar como los peludos que solo salen de noche. Actualmente todavía hay mucha gente que no sale a robar aunque está cagada de hambre y se la rebuscan con algún bicharraco que consigan para vender”. Prosiguió con “Como yo lo siento”.
Siguió con un precioso tema de arte Mapuche loncomeo llamado “Patagonia” y expuso con cierto pesar: “lamentablemente no tiene mucha difusión”. Luego, hizo “Ayer bajé al poblao”, y expresó: “cuenta las cosas que hacen las personas pobres de las orillas del río como ir a cazar liebres o lo que encuentren con rifles pequeños para después venderlos o canjearlos por algo que necesiten. Hoy, por desgracia, la caza deportiva no les deja mucho, vienen en automóviles 4 x 4, con sus armas ultra modernas y depredan todo”.
Varias veces en la noche habló con su clara y potente voz con el auditorio casi pidiendo perdón por su forma extensa de hablar y sus palabras subidas de tono: “se que algunos están aburridos, con sueño, pero aunque que queden dos almas acá adentro sigo, puedo estar cinco horas más tocando”. Varios abandonaron la sala que no tenía aire acondicionado antes de la finalización. Criticado o no, utiliza la terminología que se practica en la calle, en el campo o en el andamiaje natural, sin eufemismos.
“No digo adiós porque decir así es no volver nunca”, decía José Larralde para comenzar la despedida ante una concurrencia que se ponía de pie para agradecer la entrega de este hombre que fue peón golondrina y se convirtió en el cronista emblemático de las penas del hombre de campo.