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Con localidades agotadas, el músico brindó un espectáculo impecable. Además, Cuti y Roberto Carabajal sembraron chacareras. La Consagración fue para Los Huayra y Mariana Cayón.
La décima noche coscoína abrió dispuesta a dar revancha después de algunas jornadas donde gobernó el malestar. Tal vez porque, como reza el dicho, “el que ríe último, ríe mejor” la clausura del Festival fue una verdadera fiesta, de principio a fin.
La Próspero Molina se vistió de chacarera. Con un tríptico de canciones como “Imposible”, “Déjame que me vaya” y “Cantores de Chacarera” Cuti y Roberto Carabajal sacudieron al público. Niños yendo y viniendo, con enormes y rosados copos de azúcar en alto, bailarines entendidos y principiantes. La fiesta recién comenzaba.
“Recordamos lo que alguna vez pasó con Los Nocheros en nuestra peña, por eso ahora queremos invitar a unos jóvenes muy talentosos, consagrados por el público. Esperamos que con ellos suceda lo mismo y que lleguen lejos” y junto a los salteños de Canto 4 entonaron “Entra a mi hogar”. La canción fue coreada por todos los presentes junto a Cuti y Roberto.
Aparecía en la jornada la primera voz femenina: Ángela Irene. La pampeana cautivó a los presentes con sus interpretaciones. Será que, como supiera repetir el emblemático Miguel Ángel Gutiérrez, “cuando canta una mujer, el mundo parece detenerse” y así fue. Todos oyeron su sentida “Zamba del Carnaval”, del recordado “Cuchi” Leguizamón. La cantora de piel morena dijo “La música me ha dado muchos amigos, por eso hoy quiero invitar al escenario al señor Luís Salinas” y de la conjunción de las seis cuerdas y la voz nació “La pobrecita”. “Salinas y Atahualpa Yupanqui”, remarcó Irene y los aplausos la envolvieron desde la platea.
Javier Figueroa, desde su Mendoza natal, dejó algunas huellas entre cuecas y tonadas. Los formoseños de Grupo Quórum mostraron algunas canciones de su primer disco, Raíces y alas, con una interesante propuesta sonora, acordeones y buenas armonías, la banda se ganó el favor del público.
En un absoluto gesto de justicia, Ramón Ayala actuó por primera vez en Cosquín. Un grupo de bailarines, con atuendos coloridos, acompañó a este prócer de nuestra música, que con sus más de seis décadas a cuestas, soltó a algunas de sus “hijas”, como “El cosechero” y “Posadeña linda". La Plaza entera ovacionó a este grande del chamamé.
Marcos Basílico, ganador del premio “Revelación de los Espectáculos Callejeros” en Cosquín 2008, le dio calidez a la noche con sus honda versión de “El Seclanteño” y cedió paso a la coplera y consagradísima Mariana Carrizo, que sorprendió a la Plaza con un repertorio que conjugó sus las típicas proclamas de su tierra con algunas zambas.
Yatiri, entre tanto, dejó una marca latinoamericana con un repertorio que mezcló canciones de Colombia y Uruguay.
En los balcones de los edificios aledaños a la Plaza flameaban algunos pasacalles con nombres de familias o cantores. La temperatura bajaba, pero la música seguía. Los nuevos valores aceptaban el desafío de mostrar su arte.
La Yunta, Los Novas y Siempre Salta llegaron con su folklore renovado y algunas obras del maestro Yupanqui. La Plaza coreó sus versiones en un gesto de apoyo para con los nuevos valores del folklore.
Desde el mismo Cosquín, Ceibo hizo temblar a la luna con la fuerza de “Juana Azurduy” y “A los bosques yo me interno”. Nelson Scalisi, por su parte, mostró los múltiples universos que puede recorrer un guitarrero con su fiel amiga de seis cuerdas entre las manos.
La música tuvo a sus premiados. La Consagración fue para Los Huayra y Mariana Cayón, Las Rositas y Arbolito, entre otros, tuvieron su reconocimiento. Ariel Petrocelli, por su parte, obtuvo el preciado Camín.
Por fin llegó el momento más esperado y uno de los músicos más populares estaba por actuar.
Jorge Rojas, indiscutida fuerza norteña
Al filo de las tres de la mañana, literalmente, no cabía un alma en la Próspero Molina. Con su capacidad colmada, el Escenario Mayor recibió a Jorge Rojas, uno de sus hijos predilectos.
Sonaban los acordes de “Las alas de la libertad” que se empastaban con los gritos desaforados de los fans, pero, para su sorpresa, quien cantaba no era Jorge sino su hermano Lucio -que integra su banda-. Quién sabe cómo, el cantor que convoca multitudes se las ingenió para aparecer entre el público. Y si eso ya era una tarea compleja, más difícil era llegar al “Atahualpa Yupanqui” en medio de una Plaza atestada de fanáticos.
Pero, a estas alturas, todo parecía posible para Rojas, que se abrió paso entre la marea de gente.
Ese fue el puntapié inicial de una noche que prometía folklore con mayúscula. La lista de temas, que ostentaba nada menos que 26 canciones, tendría lugar para marcar la empcionante vuelta a los escenario de su hermano Alfredo Rojas, quien se recuperó vitalmente de un accidentre cerebro vascular.
Siguió con “Marca Borrada” y “Chacarera del Olvido”. Cosquín vibraba al ritmo de Rojas. Las voces del público se hicieron oír de principio a fin en “La Yapa”, uno de los éxitos indiscutidos del cantor.
Cosquín fue testigo de la primera serenata y el romance tiñó los ánimos de todos al son de “No saber de ti”. “Lunita de Punilla”, que tuvo como invitados de honor a Los 4 Rumbos, “Soy cantor”, “El Anacleto” o “La Solís Pizarro” fueron algunas de las canciones con las que Rojas enalteció sus indiscutidas raíces.
El delirio del público iba creciendo minuto a minuto, con cada movimiento o gesto del ex Nochero que, por supuesto, demos