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El mejor show que vivió esta edición del Festival Cosquín 2009 lo ofreció anoche Soledad, en una fiesta en la que incluyó gente de todas las edades, con colores vivos entre los espectadores. La misma noche, también se destacaron Luis Salinas, El Patio Santiagueño y Rubén Patagonia.
Desde temprano, las buenas mozas entregaron a los presentes pañuelos celestes y blancos, serpentina y globos para los chicos para explotarlos en el momento indicado. Entre ellos, había niños con sus abuelos, había hombres y mujeres exaltados y en el horizonte, un río de colores argentinos, espuma artificial y papelitos de cancha esparcidos por las plateas y populares.
El telón descubrió su corazón y en él, la cantante con su sombrero elegante y los bailarines, entre el tango y el guachaje, acompañaron la apertura.
Su show fue una coronación respetuosa a las raíces que la vieron crecer cuando aquella jovencita dejó sus ojos ilusionados con su poncho iluminado de raíz bailando en remolino por el aire coscoíno en 1996.
Ayer fue la remembranza de aquella jornada de la que pasaron quince años y la vigencia ha sido indiscutible. Fue un repertorio folklórico tradicional en su mayoría y satisfizo a todos los presentes.
Para los bailarines habilidosos, “Puerto Tirol” y la velocidad en “La vieja” fueron la introducción para hacerle un homenaje a don Eraclio Catalín Rodríguez, o como la popularidad lo conoce, Horacio Guarany. Al fondo, mientras “La litoraleña” sonaba, fotos de recuerdos, como un casamiento o cumpleaños, dejaba alguna lágrima nostálgica en aquellos caminos de cantor y aprendiz.
Para los espectadores tradicionales, La Sole cantó “Trasnochados espineles”, “Del tiempo de mi niñez”, “Chacarera de un triste” y “Entre a mi pago sin golpear”, hasta que Soledad le dedicó y reclamó por la presencia en el escenario mayor de Orlando Veracruz a quien le dedicó “Luz de Luna”. Y a ritmo mexicano interpretó “Que te ruegue quién te quiera”.
Aquellos recuerdos de los primeros discos trajo un enganchado de valses con “Que nadie sepa mi sufrir” y “Ódiame” y para bailar “Lejos de ti” y “El bahiano”.
Gran recibimiento recepcionó Natalia Pastorutti cuando recordó románticamente “Agitando Pañuelos”, “Perfume de carnaval” y “Cuando llegue el alba” y a pedido del público, mediante una encuesta de Internet, Soledad trajo a la vida una de las mejores zambas de su disco debut “Rosario de Santa Fe”. Las sorpresas de un show impresionante no pararon, por eso la niña de Arequito invitó a Las Cinco Voces a cantar en conjunto “Escucha a tu corazón”.
“Déjame que me vaya” y “A Don Ata”, fueron el augurio de dos bises que todos coincidieron, inclusive Marcelo Simón, Director de Radio Nacional Folklórica y maestro de ceremonia, como “lo más lindo del festival”.
Hubo una conexión muy grande entre la gente y La Sole, porque ella es signo de fiesta y unión familiar, de paz y disfrute de un espectáculo acorde a lo que merece el Festival más grande la canción folklórica.
Desde Montegrande, en la apertura de la novena luna, vino a abrir el juego un guitarrista de todos los géneros que no necesita presentación, simplemente entregó una pizca de su super producción de cinco discos de “Clásicos de Música Argentina”.
¿Qué sentirá Luis Salinas cuando camina las escalas con sus ojos cerrados y una sonrisa romántica entre el diapasón y sus dedos? Seguramente lo mismo que el público cuando entiende su argentinidad y su folklore original en canciones perfectamente reversionadas como “Al jardín de la República”, “Mujer, niña y amiga”, “El antigal” y “La Juguetona”.
La bella juventud le dio un beso a los marieleros, seguidores indiscutidos de la joven santafesina y con su pelo en luna sobre los hombros, Mariel Trimaglio dejó su voz coloridamente perfecta en “Campo Afuera” y “Suspiros” mientras los colores argentinos de su ropa anticipaban un cierre chamamecero.
“Santa Fe está en el paisaje y en la mesa compartida, en medio de una noche de amor hacia la aurora, es una poesía diversa y la canción, una forma de saber quiénes somos. El folklore santafesino es ruta, territorio, canto y baile”, pronunciaba en off, una clara locución introductoria de danza colorida, rescatando poetas y melodías nativas mediante la Delegación santafesina.
Piel de camioneros traían Leonel y Mateo, quienes poetizaron en nombre de ellos y para su final, una consagración patagónica fueron las palmas de la gente cuando cerraron con “25 rosas”.
El trío Aymama a base de bombo, piano, guitarra y unas voces muy bien armonizadas interpretaron “Zonko Querido”, “Canto al río Uruguay” y unas coplas populares a capella.
En la soledad del escenario su romance con el charango ganador del pre cosquín dejaron viva la llama de las diez cuerdas en el cuerpo de la mulita, por eso Alejandro Varela, músico y bailarín, trajo el recuerdo de Don Jaime y regaló “La bolivianita” y “Naranjitay”, canción que le abrió la puerta a la madera de Don Ata.
Parecía que la locura que dejó en la gente la presentación de Soledad iba a ser una difícil misión para reavivar un Patio Santiagueño, pero quién se anima a ignorar la tradición festivalera, aquellos patios del fondo de casa, de esos bailes del interior con entradas de tronco y juanitas voladoras y adentro, la guitarra de un hombre de poncho campestre detrás de la ilusión de un vino y una guitarra a querosén.
La gente supo entender el significado de la ancestral tradición santiagueña por lo que recibió y despidió de pie a “La Chacarerata santiagueña”, “Alfredo Ábalos” y “Elpidio Herrera y las Sachaguitarras Atamishqueñas”, quienes a ritmo de gatos y chacareras tradicionales también se consagraron, como el año pasado, en la plaza Próspero Molina.