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Los Tekis cerraron la noche con una puesta en escena que enloqueció. Abel Pintos reafirmó su consagración con un público que coreó sus canciones, mientras que Raly Barrionuevo no tuvo su mejor paso por el festival En una segunda jornada que hubo de todo en estilos, la sorpresa, inesperada, se llamó Leandro Miranda.
La euforia de la luna inaugural se agotó. Tras el himno, la ceremonia de danza y el saludo de los locutores, Cosquín volvió a demostrar que es la vidriera mayor de las mejores manifestaciones populares. Y empezó con su hijo menor, el último consagrado por el festival: Abel Pintos.
“Es un placer estar en este encuentro tan especial. Gracias por esta nueva oportunidad”, saludó emocionado el joven interprete luego de abrir su recital con “Quisiera” y “Hasta aquí”. “Hace once años, León Gieco me dio la oportunidad de subirme a este escenario, yo quiero hacer lo mismo con ellos”, dijo Abel e invitó a Andrés Giménez (voz) y Fabricio Rodríguez (armónica) para hacer a trío “Zamba del carnaval”.
Más adelante recorrió sus mejores canciones. En “Crónica”, la avalancha crecía cada vez que pisaba la pasarela y se movía de un lado al otro de las tablas. A la derecha del escenario, entre los decorados, la euforia del público y el disfrute del artista eran observados con admiración por Miguel Ángel Gutiérrez y Marcelo Simón, los maestros de ceremonias.
La entrega fue completa, y con ella, la primera gran ovación de esta edición. Luego, “El alcatraz” puso de pie a todas las almas congregadas, y entre coreos, Abel Pintos finalizó con una presentación que justificó con creces la distinción obtenida en la edición anterior.
Apenas comenzaba la noche cuando el Grupo Vocal Argentino, con una impecable presentación, usó sus recursos corales para calentar la velada con sutiles armonías. Entonces, ya era el turno del Ballet Juventud Prolongada, ganadores del Pre Cosquín, que también con Los Tekis inundarían de color al Valle de Punilla.
Ahora canta una mujer: Marcela Ceballos. Hay silencio. La joven artista salteña, sobrina del Chaqueño Palavecino, debuta en el Atahualpa Yupanqui con su propuesta solista. Suelta las canciones “Mejor sigamos así” y “Mentime nomás” y el público la despide pidiéndole otra, pero el escenario giratorio la hace desaparecer.
Desde lejos se alcanza a ver un sombrero, chaqueta y bombancha de gaucho oscura. Pero sobre todo, se nota que tiene muchas ganas de mostrarse. Se llama Leandro Miranda, un joven chubutense que recita y evoca a la patria en todas sus oraciones, que malambea y hace gritar a las señoras, que canta una chacarera y los pañuelos se levantan, que sorprende a Cosquín y a la prensa.
Fue ovacionado por la Plaza de pie, y cuando el “maldito” disco terminó con su giro de despedida, el público enloqueció y le otorgó otra canción. Instante inmaculado en su carrera que pondrá en aprietos a la Comisión del festival, vaya a saber uno con qué premio o distinción.
El murmullo impaciente del público siempre fiel a la Próspero Molina pide chacareras santiagueñas. Antes Los Catamarqueños, Alma Luna y Fulanas Trío dejaron su huella por la segunda jornada.
Era entonces el turno del talentoso Raly Barrionuevo, que irrumpió con “Chacarera de la espada” y “Luna Nueva”. Acompañado del “Mono” Banegas (bajo), Cesar Elmo (batería) y Eduardo Ramiréz (bandonéon) presentó versiones nuevas de temas viejos, sin embargo se notó la ausencia sonora de su ex guitarrista y segunda voz, Ernesto Guevara, quien retomó su dúo con Santiago Suárez.
“Guitarra de sal”, “Mensajes del alma”, y sobre el final, el rockero “Hasta siempre” completaron el repertorio de este santiagueño que no brilló como en años anteriores.
Pero la noche no terminó allí. El acordeonista Chango Spasiuk llamó a reflexión, como es su costumbre, y volvió a Cosquín a veinte años de su consagración (1988) y a seis de su última presentación. Con una exquisita cuota de sonidos conjugados, “El Chango” acaparó la atención y provocó un gran reconocimiento entre las plateas.
El termómetro crece y la sensación térmica en la Prospero Molina explota. Los Tekis desatan un aluvión de colores -también sonidos-, que se proyectan en las pantallas gigantes, en las ropas del Ballet Juventud Prolongada y en el público que recibe de ellos harina, papel picado y espuma de nieve. El carnaval jujeño sacude la Plaza y nadie quiere salir.
La fiesta es total y hasta por momentos exagerada. Ahora deciden disparar el tema “Diablero”, de su último disco, entonces el hombre mete su cola y un gran “demonio” empieza a tomar altura hasta llegar a los cuatro metros. Es un muñeco perfecto, con movimientos en los pies y manos que necesita la ayuda de cuatro personas para desplazarse.
En esos momentos la música ya era un complemento. Se escucha “Lágrimas”, “Llegó el Carnaval”, “Vienes y te vas”, “Como has hecho” y la euforia toca su pico máximo. Todos, pero todos, se van felices y la Plaza Prospero Molina queda sacudida por el carnaval jujeño.
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