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Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA


25/11/2008

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RECORDAR


Luego de más de un año de no presentarse en Buenos Aires, el Chango Spasiuk despidió el 2008, los días 20 y 21 de noviembre, con dos únicas funciones en La Trastienda, donde brindó a través de un distinguido repertorio una nueva pauta de su perceptiva mirada musical, con composiciones de siempre y un adelanto del disco que vendrá.

Sebastián Villalba en guitarra y voz, Víctor Renaudeau en violín, Marcos Villalba en percusión y guitarra, Juan Pablo Navarro en contrabajo, Helen de Yoong en violoncello y con Marcelo Dellamea guitarra, como músico invitado, fueron los laderos de Spasiuk para que brindara momentos de pasión y emotividad.

El Chango Spasiuk Grupo arrancó con tres temas instrumentales: “Mi pueblo”, “Mi casa”, “La soledad”. Recién la cuarta canción fue cantada y sería “El viejo alazán” -en la voz de Sebastián Villalba-,  un chamamé escrito por dos hermanos, Félix y Héctor Chávez, que conformará su próximo disco.

Vestido de negro, sentado sobre una silla, con una manta roja sobre sus piernas para apoyar el acordeón y con su barba y pelo largo poniéndole expresión a cada sonido, “similar a un cristo”, como dijo alguien del público, quizás para intentar resumir algo de su luminosidad, el ‘Piazzolla del chamame’ siguió con “Tarefero de mis pagos”, en honor a los cosechadores de la hoja de yerba mate, su vida cotidiana y sus sueños. 

“¡Vamos Mozart!”, le gritó un espectador y es que el quinteto que Spasiuk pone en escena conforma una puesta como para música de cámara, donde se produce una experimentación para sumarle al chamamé tradicional, sutiles arreglos orquestales (con violín y violoncello), que más bien se parecen a la armonía clásica aunque con interpretaciones que en determinados momentos despiertan el sapucay.

Pocas veces, el Chango intervino el concierto para hablar al auditorio. Para dirigirse por primera vez a su público dijo con su andar cansino y hablar lento: “El sonido sigue siendo un misterio porque es el que sostiene todo eso que hay detrás de la forma. Entonces un concierto, por ahí es la oportunidad de venir y tocar cosas con las cuales me siento identificado. Para otros puede ser una oportunidad de evadirse y entretenerse. Pero no olvidemos que la música también es una herramienta y una oportunidad de comunicarse de una manera diferente. De construir en una dirección diferente. Es una oportunidad de nutrir y de ser nutrido. De dar y recibir. Es simplemente una oportunidad para conectarnos con algo de nosotros que no es ni misionero, ni correntino, ni argentino, ni joven ni viejo. Sino algo de nosotros que recibe el sonido, sin hablar, sin comprender. Ni tratar de entender, ni de ubicar en algún lugar. Simplemente lo recibe y se funde en el sonido. Entonces un concierto es una oportunidad para eso: que este momento sea menos ordinario y mecánico. Y que sea una oportunidad diferente para acercarnos a otra calidad. Ojalá que estemos a la altura de esa idea cuando Yupanqui decía: “la música o el arte es una antorcha que usan los pueblos para ver la belleza en el camino”. 

Los aplausos siguieron a cada pieza artística cuando se escucharon composiciones como “El Boyero” o “Mi bien amada”. El chaqueño Marcelo Dellamea, un guitarrista de 17 años, sorprendió al auditorio por su prodigiosa habilidad con las cuerdas, particularmente en la versión de “Kilómetro 11”, cuando el joven se impuso con una improvisación maravillosa a la par del virtuoso Spasiuk.

Cerca de las doce de la noche todavía había tiempo para escuchar una deslumbrante versión de “Libertango”, de Astor Piazzolla, “Los descalzos” y “El toro”. Entonces, los músicos se despidieron al borde del escenario entre el fervoroso reconocimiento del público.


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