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“Es el hombre que la tierra andando nutre y sella con certidumbre su frente, perfumando de tiempo y piedras su destino”.
En la foto que publicita su espectáculo, Silvia Iriondo pone en primer plano sus manos. En ellas ofrece una dádiva a quien quiera recibirla, como ofrece su voz y su presencia sobre el escenario.
La manos de la artista hablan junto a los sonidos de su voz, y todo su cuerpo expresa lo que siente al interpretar cada obra musical, y convertirlas en algo especial.
Pocos artistas han tenido la trayectoria versátil de la Iriondo. Su carrera, desde 1973, ha recorrido un largo camino por escenarios nacionales e internacionales, compartiendo su música con artistas de la talla de Dino Saluzzi, Jaime Ross y Luis Salinas.
Por dónde empezar para relatar este espectáculo a la vez íntimo y universal. Quizá la escenografía, colmada de infinidad de instrumentos, que comparten las tablas con elementos de la vida cotidiana, que también crean sonidos para acompañar algunos párrafos increíbles de la noche como un carnavalito interpretado en percusión con sartenes por Mario Gusso, o la Cueca de la Cocinerita, sobre una recopilación de Leda Valladares, como suenan las nueces al chocar dentro de una cacerola, junto a un rallador y un abrelatas que marcan el ritmo.
Sebastián Maqui en piano y Diego Colomovski en contrabajo completan el trío excelente de acompaña a Silvia Iriondo. Marcos Cabezas pone también su talento en una canción de cuna.
Los autores elegidos, que van desde Pérez Bugallo con Alas de plata y Cosas de Negros hasta Margarita Palacios, con Tun Tun, un bailecito, pasando por más canciones de Valladares como el huayno Las Barbas de mi Chivato, Raúl Carnota -que se encontraba en la sala- con Coplas Sin Luna y uno de los invitados de lujo, Jorge Fandermole con quien canto a dúo Coplas para la Tejedora (incluido en disco anterior) y Una Mirada, y a pedido del público, Oración del Remanso.
Para Vámonos Vida Mía, hubo una anécdota: el estreno de esa canción en medio de las protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001, y por eso en el comienzo se escuchan los sonidos del cacerolazo.
Silvia Iriondo regaló una noche de música, talento y poesía. Esa que expresa un estado y un sentimiento, que representanta a un país y a un pueblo. Una sucesión de imágenes y sonidos cotidianos convertidas en canción que al mismo tiempo plantan testimonio, dan a conocer la historia y renuevan una parte importante del folklore latinoamericano, haciéndolo universal.