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Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA

Homenaje


22/07/2005

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RECORDAR


Pinceladas de colores se tejieron en la noche del viernes 22 para homenajear, al cumplirse veinticinco años de su muerte, a uno de los más grandes poetas de Salta. Manuel José Castilla se hizo inmortal desde aquella madrugada del 19 de julio del 80, al dejarnos un valioso tesoro: su modo de ver más allá y su enseñanza infinita.
 
En la Fundación Salta, se llevó acabo la conferencia: “Manuel J. Castilla; El regreso.”, dictada por Ricardo Kaliman y musicalizada por el grupo “Niebla”, quienes interpretaron “Balderrama”, “La Pomeña” y “Zamba de Lozano”.
 
Kaliman, en primer lugar, es un enamorado de la poesía de Castilla, filosofo, escritor y docente en la Universidad Nacional de Tucumán. Inmediatamente luego de saludar, explicó el por que del nombre de la charla:
“Castilla siempre tuvo la idea de la infancia como algo a que se vuelve siempre, por eso siempre regresaba. Él resucita y vuelve a vivir. Por eso el titulo de esta conferencia, aunque en realidad, él siempre esta volviendo, no nos va a costar mucho hacerlo regresar… sólo faltará echarle arena y agua, como él decía.”
 
Después, a modo de introducción, contó: “Su madre le pagó la edición de su primer libro “Adolescencia”, al cual siempre quería quemar, y en el año 41 publica “Agua de lluvia””.
 
“En uno de sus largos viajes conoce a la localidad de Luna Muerta, toca con sus propias manos las carencias y limitaciones que tenían sus habitantes. Así bautiza a su primera obra significativa: “Luna Muerta”, donde ya se empezaba a ver a donde iba a poner su mirada”.
 
“Luego nace “Copajira”, nombre que le dieron los indios a los ácidos de las minas. Los mineros no sólo sufrían en la piel ese veneno, sino que lo respiraban. Un libro símbolo de esas condiciones en que eran obligados a vivir”.
 
La zona en donde Castilla ponía el acento en su poesía y que aparecen una y otra vez, era el norte de Argentina y Bolivia.
 
“Que lindo cuando muera y vengan mis amigos a mirarme los ojos. Estaré ya lejos... tal vez dentro de esa agua vayan viendo lasa cosas que yo he visto y amado”.
 
“Eso incluye todo lo que vio, pero es importante saber que en el origen de Castilla estaba el compromiso, para que podamos visualizar toda su poesía tan paisajista que encauso después”.
 
“En el año 46 publica “La niebla y el árbol”, unos poemas de amor ambientados en el mar. Salió bajo el sello de “La carpa”, un grupo que marcó un punto de inflexión para el florecimiento de los poetas del norte, que podía competir a nivel nacional”.
 
“La naturaleza también fue una carta valiosa en la obra de Castilla. Conoció la belleza del Chaco Salteño, de la Puna Jujeña y por supuesto del Altiplano Boliviano. Pero en el paisaje también ve al hombre y a la mujer, ese lugar que contempla, no solamente está la naturaleza, sino también el ser humano, ve al mundo, observa cosas que nadie podía ver”.
 
“Las letras de las canciones del folklore, por supuesto fueron una de las razones por la que alcanzó gran popularidad. Fue el desarrollador de un tipo de sub genero de la canción Folklórica, que es el retrato heroico, pero no de la figura histórica ya canonizada por la leyenda oficial, sino de los héroes populares a los que él encontraba, así como Maturana: un hachero del monte chaqueño, un chileno de nacimiento que a la noche de tanto trabajo, se sentaba al lado del fuego a tomar un vino.
Castilla compartió momentos con él, y lo más importante: la noche… ahí decía: “Tal vez el carbón se acuerde del hombre que lo quemaba, y que en el humo iba al cielo, machadito Maturana”. Los hace subir al cielo, ¿acaso Eulogia Tapia no pisa las nubes?”
 
La pucha que valió la pena escaparnos para Salta y cargar en nuestras valijas este reconocimiento unísono de un puñado de personajes cultores de “lo más nuestro”.
En la sala de la Fundación se palpó nostalgias y recuerdos. Recuerdos con la firma del Barba Castilla, ese poeta que sorprendía cuando hablaba, comía, por su forma de ver el mundo, de relacionarse, de vivir la vida. No solamente era un poeta, sino un maestro poeta.


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