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Como en aquél escondido que dice “quiero ser de nuevo chango”, pero con la adultez y la madurez de hoy, Abel Pintos fue consagrado en el último Festival de Cosquín. Y esto nos cuenta.
Este año, diez años después de haber pisado el escenario “Atahualpa Yupanquí”, fuiste consagración de Cosquín...
Fue muy emotivo por muchas cosas: primero por el gesto –tanto de la gente como de la comisión-, por lo de Mercedes que me emocionó inmensamente –porque ella, sabiendo lo mucho que significa para mí, se ofreció a ir a recibir el premio-, por estar de gira y estar viéndolo por tele, habían pasado diez años, por un montón de cosas.
Y por algo que voy a contar que, al menos para mí, fue hermosísimo.
Cosquín siempre me gustó muchísimo porque es un festival muy importante, pero justamente por la importancia que tiene, es un festival que –tanto a mí como a otros músicos- me generó, muchos años, mucha presión. Entonces muchas veces no lo disfruté. Sí la primera vez poqrue yo era un niño absoluto, entonces me divertía la idea de estar ahí. Cuando uno está hermosamente preso de tanta inocencia, se divierte y no siente las presiones. Empecé a crecer, a sentir de qué se trataba y, ciertamente, el escenario de Cosquín era un lugar que me presionaba mucho.
Cuando me dijeron que este año iba a ir a tocar, pensé en los diez años que habían pasado. Y dije “quiero subirme al escenario y sentirme tan libre como me sentí aquella vez y, si yo puedo lograr esa libertad, voy a setir que estoy creciendo como artista”. Porque los grandes artistas se suben al escenario y, sea el escenario que sea, se sienten como en casa. Los ves caminar por el escenario, con la cantidad de gente que hay, y ellos como si nada. Es muy dífícil de alcanzar ese nivel espiritual o mental. Yo me lo propuse y me dije “si lo logro, voy a sentir que estoy creciendo, que llegué a una nueva etapa. Justamente ésta: que soy un artista, que ya no soy un niño aprendiendo de todo. Me quedan muchas cosas por aprender, por supuesto, y me emociona la idea. Pero me voy a sentir bien”.
Y pareciera que todo el público que estaba presente y lo vio por televisión hubiera sabido que yo pensé eso. Porque me consagraron cuando yo mismo me sentí “cosagrado”, en el sentido de que logré lo que me propuse: la pasé bien, me divertí, caminé como nunca en mi vida. Podés revisar videos de todas las veces que estuve y vas a ver que la primera y la última fueron las únicas dos veces que caminé por el escenario de Cosquín. Porque me sentí libre, como me había sentido de niño. Personalmente, me sentí muy orgulloso de haber podido lograr eso.
Cuando me voy de gira, me entero que me consagran. Entonces fue muy mágico para mí en ese sentido. Pensé “¿se dieron cuenta?, ¿lo escucharon?, ¿le dije a alguien?”. No podía ser tanta conexión. Y eso me emocionó inmensamente. Por eso estoy muy contento por la consagración. No porque considere que sea un artista consagrado, porque faltan muchos años para eso. Pero sí por lo que sentí internamente, por toda esa cuestión que se venía dando en mí tiempo antes de tocar en Cosquín.
En ese sentido, tu interpretación de “El antigal” fue un punto clave de esa conexión con el público.
Justamente “El Antigal” es el punto más alto de mi relex sobre el escenario. Porque es una canción que solía cantar de vez en cuando –así, a capella- pero únicamente en oportunidades en las que me siento tan cómodo como cuando estoy en mi casa descansando; y canto esa canción porque me vuela el cerebro. Es muy divertida para hacer a capella porque tiene muchas idas y vueltas, entonces la canto constantemente en mi intimidad.
Entonces, me sentí tan cómodo en el escenario, que incluí la canción aún sin estar en la lista de temas. De hecho, en la tele pusieron el título de la canción que venía, yo estaba cantando “El antigal” de Daniel Toro y Petrocelli y figuraba “Relejo real” de Abel Pintos. El tema no estaba en la lista. Pero lo sentí de ese modo y tuve que ser, una vez más, sincero conmigo mismo y hacerlo para darle un broche de oro al disfrute. En ese mismo momento es cuando se da el punto más alto de la conexión que luego genera la consagración.