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Viernes por la noche. Cuando las facultades descansan, hay un punto de la Ciudad Universitaria que está por encenderse. Al igual que las brasas, que se van prendiendo de a poco, como el ritmo de la gente que llega. Esto será así durante toda la noche. Llegarán decenas de personas sin prisa, pero sin pausa, hasta abarrotar el lugar. En la boletería un grupo de amigos no decide si entrar “porque está tranquilo” o ir a un baile. Alguien los convence de que ingresen, que no se van a arrepentir. Quién está cantando ayuda en eso: Fran Salido es el encargado de abrir la Peña de Los Copla. Es el primer artista responsable de hacer cantar, bailar y reflexionar al público. “Han visto cuando en la vida se nos suelta ese cordón que nos tiene amarrados a la tierra y nos vamos, necesitamos fuerzas para saber qué camino tomar o si hay que regresar. Toro es la canción que habla de eso y que brega por salud, pan y trabajo” dice un santiagueño, quien quiere seguir el camino del Dúo Coplanacu, que desataron ese cordón hace 39 años cuando llegaron a Córdoba para estudiar, pero el camino que tomaron fue el de la música. El de la raíz…
Ríos de cuerdas que vienen de vos justo a mi corazón
Un presentador de lujo, como el “Negro” Valdivia, que baila con las palabras como lo hace con el cuerpo, da la bienvenida a todo el mundo que se llega a “Abrazarse y compartir, la música y la cultura”. Y mientras unos artistas arman el escenario, otro parece “desarmarlo” tan sólo con las cuerdas de una guitarra. Migue Rivaynera, encargado de tocar entre número y número, levanta a la gente con su guitarra. No canta, para eso tiene al público que improvisa un coro para emocionar al guitarrero y cantar con el alma, Arrancarmelo de WOS (por si quieren convencernos de que la magia no existe)o “Eterno Amor”. Como si fuera un mensaje para Roberto Cantos y Julio Paz.
Y ya que hablamos de amor y de ese sentimiento que generan algunos artistas, TOCH comienza su mini recital con “Vuele”, un tema que cumple diez años de un disco llamado “Amor Continental”. Para entender que hay cosas a las que no les pasa ni les pesa el tiempo. Como Juan, Andrés y Martín. Quienes parecen ser clásicos, con apenas 17 años de carrera. Y que se emocionan como en los primeros tiempos, cuando confiesan que es su primera vez en este Peña. La Peña en un Comedor, que día a día da de comer a miles, a millones de estudiantes y que un viernes a la noche, con ellos y sobre todo con los artistas que seguirán después, alimenta al espíritu. Como el sonido de los cellos que Che Chelos se encarga de “descoser” como si fueran simples instrumentos, para elevar cada vez más la vara.
Un faro de dos
Hace treinta y nueve años, un 5 de mayo, comenzaba la historia del Dúo Coplanacu en El Carillón, un mítico bar cultural de Córdoba. Eso se festeja en el Comedor, en esa especie de ritual que tiene música, danza, donde se encuentran los nuevos y los de siempre. Los que ahora hacen pogo y los que conocieron a estos dos santiagueños cuando no peinaban canas, pero tocaban igual que ahora.
Cuando suben al escenario, no lo hacen sólos. Y no es por los miles que llenan el lugar, si no por Julio Gutiérrez (violín) y Omar Peralta (bandoneón), que también la rompen como ellos dos. Y como “la gente valiosa” que ha pasado por este lugar “emblemático”, en palabras de un emocionado Julio. Él, que junto a Roberto se convierte en un gran anfitrión, por la cantidad y la calidad de sus invitados… a su propia fiesta: Guadalupe Gómez, quien es una de las personas por las que el Dúo agradece “haber comenzado el camino de la música” y con quien cantan La Llamadora e Igual que pájaro herido; Mery Murúa, “hermana, amiga, cantoraza” con quien hacen Salavina y Desmonte; y, luego de soplar las velas con sus familias en el escenario, la frutilla del postre: Raly Barrionuevo. Aquel pibe que conocieron en las guitarreadas al lado de La Cañada y que ahora, como ellos, ya forma parte del paisaje musical de tantos y tantas. Ese “hermanito querido, que andaba con ganas de decir, con su voz, su canto, sus canciones y desde ahí estamos hermanados para siempre…” dice Paz, para enhebrar Chacarera del exilio, Zamba y Acuarela, Escondido de la alabanza, Perfume de carnaval, Retiro al norte, para volver al pueblo “como terrones de esperanza”.
La noche llega a su fin, cuando la madrugada ya es larga, el aroma de los “choris” se siente como el frío, cuando las brasas ya están ardiendo nuevamente. Como cuando sube Calle Vapor, para que la gente siga de festejo. Para que todo el mundo siga festejando a Los Copla. Ellos que hace casi cuarenta años vienen dándonos alegrías, pensamientos, canciones y melodías. Ellos, que son la luz del “mar de arriba, que pierde su luz cuando anochece” para convertirse en ese faro (como les dice Murúa cuando les agradece “por siempre abrir las puertas, las tranqueras del corazón, para que nosotros podamos andar este camino”) esa guía que nos direcciona para ser “esos soldados que van a contramano del olvido”.