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Como un estruendo de la hermosura, algunos y algunas poetas hablaron de la inmovilidad de la palabra, como Pizarnik o Galeano, la gravedad de las mismas al segundo de sostenerse en el tiempo, de encarnarse, de sentirse y hasta de beberse; o, tal vez, las ganas de ponerle alas musicales para que vuelen.
Hamlet Lima Quintana nos dio el privilegio de volar con muchas de sus canciones, pero también de volar con sus poemas, pero volando sobre la misma entraña del mundo y su desorden orgánico persiguiendo la belleza, ordenándola en el verso, el relato o el cuento para volver a volar, morir y nacer como el eterno juego de la vida misma.
El hombre creó el lenguaje no sólo para comunicarse sino para defenderse del abismo perfecto de la desaparición física. Un poeta, que al decir de su amiga Susana Esther Soba , era “Un creador y recreador de la vigencia de los sentidos… que se acerca al regocijo y al dolor de su pueblo y le entrega su palabra que es propia sangre”.
Entonces: ¿cómo apalabrar la palabra? ¿Cómo escribir acerca de un poeta y de un escritor? De nuestro hidalgo Quijote de las pampas argentinas con voz Latinoamérica.
Simplemente tomo coraje cuando pienso en la memoria como ese ensayo cotidiano de resistencia, esa joya arqueológica que anda en zapatillas orgullosa tras el pueblo y, es lo primero que intenta atacar el enemigo colonialista e imperial. Pasaron 20 años de la “Transferencia” (“La muerte miente cuando anuncia que se robará la vida, No puede concretar esa farsa… porque la vida…la vida es una antorcha que va de mano en mano...” ) tu transferencia, y así tal cual lo escribiste, cada día se escucha más fuerte tu voz, tus poemas y tus canciones.
Naciste en Morón, y aprendiste a caminar en Saladillo; donde el día no muere, simplemente el infinito se besa con la noche. Tu vida fue un eterno rosario de agradecimientos a la amistad, a la ternura, al amor y un espejo al prójimo acallado, silenciado, desventurado. Hoy los diplomas, los logros, los títulos de los más de 30 libros y más de cientos de canciones se encuentran en Wikipedia; lejos de esos fogones con la tribu Coliqueo de tus ancestros. Cerca del cielo que te abrazó en vida y te levanta hace 20 años.
Desde aquí, y en el tiempo se ve más amarillentas y lejanas, las cartas, las fotos con tus amigas y amigos del Nuevo Cancionero: Mercedes Sosa, con el pintor Carlos Alonso y tu hermano Tejada Gómez. Desde la distancia esas juntadas con el Gordo Mattalia, Guarany, Terribili y Campodonico son esa foto donde mucha juventud se siente alumbrada. Desde este infinito punto del tiempo tu palabra se agiganta y hasta cuelga sus piernas largas en la cordillera de los andes.
Él Hamlet, el viejo Hamlet, nuestro Hamlet; el que fue con sus amigos pintores tras el misterio del pincel del alba, él que se sentó al piano con Manolo Juarez, Oscar Alem, Emilio De La Peña, Guillermo Zarba. El que le dijo que levante y empuñe una canción y cante a Raúl Carnota.
Te trajo la primavera, un 15 de septiembre de 1923 y te llevó un verano del 21 de febrero del 2002. En tu despedida hubo un sol refulgente y rojo como el que hay en Cuba y cantan “Zamba para no morir” creyendo que es del “Che” Guevara, porque él la cantaba. Al “Che” le dedicaste tu última cantata, junto a Cardozo Ocampo y Jairo. Hoy tus amores andan por las calles con la verdad que heredaste, en las palabras como una bandera marchando por las casuarinas de los días.
La poesía y la música fueron el alimento cotidiano desde los primeros años ya que sus padres se sentaban al piano, cantaban y escribían poesía como un hecho cotidiano.
“De modo que me considero un privilegiado –nos contaba Hamlet Lima Quintana- pues desde mi infancia tuve en la manos los elementos formativos, el acceso a una cultura popular...” “Razón por la cual comprendí claramente que no permitir que el pueblo tenga acceso a la cultura es un hecho que integra un verdadero y siniestro plan para destruir la cultura de ese mismo pueblo”.
Fueron tiempos donde Hamlet anclaba su corazón en la canción popular y hacía amistades con Tejada Gómez. En un fragmento del libro “Los Referentes” cuenta como lo conoció: “No sé qué duende arrimó una guitarra y cantó Armando, canté yo, un ramo de tonadas y milongas se posó como centro de mesa… fue en ese momento mágico que Carlos Alonso, armado de un bolígrafo y en una hoja de carpeta dibujó…Y esa noche entonces comencé a conocer la profunda amistad de Armando Tejada Gómez. Y ese dibujo fue premonitorio porque desde esa noche somos amigos para toda la vida y para toda la muerte”. A ambos se los acusaba de hacer “cancioncitas”. Ya que el poeta para los intelectuales no debía caer en el canto popular. O cuando allá por la raíz de los 60 Hamlet y Arnedo Gallo compusieron “La amanecida” Eran la burla de los culturosos tanto como de los folkloristas que decían “Qué es eso de andar diciendo ´Montes de soledad, nos vamos bebiendo el día…”
Dicen que la creatividad llueve luego de un terremoto de emociones internas, algo se derrumba dentro de uno para que pueda salir a la superficie la gema o del barro la belleza. Entonces… ¿Cómo no iba pasarla difícil un poeta que domaba el viento en las pampas argentinas? Era la comidilla de señores de traje y de la cuna intelectual “Hamlet, un poeta juntándose con el titiritero Javier Villafañe?” Pero a Hamlet nada de eso le importaba, ya tenía demasiado amor y desamor en un solo corazón.
Fue periodista y biógrafo. Trabajó en un diario donde por decir “Yo soy un tipo como vos” (en “Crónica de un semejante”) lo censuraron. Sin embargo, él quería seguir siendo el otro, el semejante, el que tenía mucho para contar pero no podía, o por pudor no lo hacía. Entonces un día cargó su grabador y por varios meses fue a visitar a su amigo Osvaldo Pugliese para escribir de su vida (única biografía del pianista que existe al momento) “No se puede saber cómo Osvaldo Pugliese toca el piano si siempre tiene dos palomas en las manos, si siempre tiene un grupo de fantasmas que lo empujan hacia el arroyo, el Maldonado por supuesto, la irrenunciable multitud que lo ha formado. No se puede saber cómo escucha su música, adormecido sobre un ala, la que vuela; y bien despierto por las cosas que pasan….No se puede saber si escucha o está sordo. No le crean. Es mentira que tiene oído duro, lo que sucede es que el maestro sólo escucha a su pueblo”.
100 años de un ave comprometida con su tiempo y su tierra, de un poeta latinoamericano con sus verbos urgentes y llenos de rabia, como pocos. De un poeta que no traicionaba ni aún herido, porque poetas como como él siempre vuelan fieles con un ala herida. En noches donde un tsunami de canciones inunda la muchedumbre, en algún que otro festival se escucha un poema, un relato, una zamba, una canción para no morir y les juro que la piba de 10 años que miraba tras la ventana escuchaba “que hay que llegar a la cima para ayudar a los que quedaron rezagados” lloraba, les juro que lloraba.