Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA

Madera latinoamericana en la quinta luna


24/01/2008

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Además hubo una fuerte presencia latinoamericana a través de figuras como la venezolana Cecilia Todd y los bolivianos Los Kjarkas. También se destacaron Jairo, Raúl Barboza y Néstor Garnica.

Mucha gente caminaba sobre las calles. Músicos y bailarines avanzaban a pasos apresurados, quizás en busca de un espacio para mostrar sus habilidades. Cada esquina es un escenario. El mundo que rodea a la “Prospero Molina” es único y en él vibran los sueños de los que no quieren rendirse todavía.

La pre apertura del festival estuvo a cargo del grupo de danzas oriundo de la ciudad de Córdoba, “Raza de Bronce”, quienes dejaron todo el ritmo y color de la “collahuada” en el escenario mayor. Fue la voz del poeta Juan Bustos que con “Oficio del canto” encendió la quinta luna coscoína. Otra vez, Zulema Alcayaga y Waldo Belloso se hacían presentes a través de su Himno a Cosquín, bailado como cada noche por los ballet Camín y De la Costa, bajo la dirección de Rodolfo y Osvaldo Uez -respectivamente-. Le sigue el grito “Aquí Cosquín” por Fabián Palacios y los fuegos artificiales iluminan no solamente el cielo, sino también los versos que durante la tarde se han vuelto canción a orillas del río.

El “negro” Gutiérrez, y como sólo sabe hacerlo él, comienza a tejer palabras con saberes e historias. Su voz la anuncia de esta manera: “Mira al pueblo y se le llena la boca de canciones”. Teresa Parodi, junto a una banda que suena con mucha fuerza, es quien inaugura la quinta luna. La ganadora del “Gran Premio 2007”, en el rubro Música Nativa, otorgado por sus pares de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, pone de fiesta a la plaza y con “Cielo del albañil”, “La canción es urgente”, y “Apurate José”, entre otros, logra llevarse cómodamente los más sinceros aplausos.

Ahora, sola en el escenario, toma su guitarra e interpreta “Bajo el sauce solo”, la bella zamba de Manuel Castilla y Rolando Valladares. “Era para darme el gusto, me parece hermosa esa zamba” dice en medio de aplausos. El final va llegando con temas como “Se puede” y “El ángel de la bicicleta”. Más allá de la insistencia del público, que fue mucha, Teresa no pudo volver al escenario pero dejó en claro que su vigencia tiene motivos.

El maestro de ceremonias trae a nuestra memoria la primera canción inédita del festival, en el año 1967, “El corralero” por “Hernán Figueroa Reyes”, así presenta a Raíz y estrella, ganadora de la canción inédita en el Pre Cosquín 2008. Ahora es el turno de Rolando Goldman, quien logró mostrar sus habilidades para la ejecución del charango.

Aquella jovencita que diera sus primeros pasos artísticos en el grupo “Música Experimental Venezolana” en el año 1970, pisaba suelo cordobés. El escenario Atahualpa Yupanqui se invadía de simpleza y ternura con la presencia de Cecilia Todd. El pasaje llanero "¡Ah malhaya un trotecito!" fue el primero que interpretó la venezolana, y le siguieron “Acidito”, “Oriente es otro color”, “Bendita la flor morena” y su clásico “Pajarillo Verde”. Siguió con más, mientras su cuatro y su voz nos hablaban de la inmensidad y la belleza de la música de su país, también nuestra por ser latinoamericana.

Era el turno de Fabián Villalón, ganador del Pre Cosquín en el rubro “solista vocal masculino”, quien a través de “Mi Buenos Aires querido” y “Balada para un loco” no logró dar fundamentos al reconocimiento obtenido. Luego llegó la Orquesta Nacional Argentina “Juan de Dios Filberto”, quienes hicieron realidad el pedido del público. Invitaron a Teresa Parodi a compartir, en un tema, el escenario.

La plaza tomó otro rumbo cuando se presentaron Martino - Arce. Con sutileza y delicadeza interpretaron, entre otros, a “El Cosechero” del misionero Ramón Ayala. Con este dúo, la plaza ya estaba en encaminada para recibir a Jairo.

“Fuego en Animaná” fue la primera de catorce canciones que dejaría en el Festival Mayor el cordobés oriundo de Cruz del Eje. “Si algo le faltaba a Criollo, era presentarlo en Cosquín", afirmó Jairo haciendo referencia a su última producción discográfica, álbum íntegramente folklórico. Le siguieron “Peoncito de Estancia”, “Córdoba Va” y “Chacareras de las Piedras” entre muchas más.

También contó con invitados. En “Zamba de Cruz del Eje” lo acompañó su hermano Jorge González y en “La Silenciosa”, Rafael Amor. Con la presencia y el dominio del escenario que posee, una vez más, Jairo se llevó no solamente los aplausos del público, sino también todo su cariño.

Después de Canto 4 era el momento del acordeón de Raúl Barboza. Nacido en Buenos Aires e hijo de guaraníes, interpretó polca, chamamé y el rasguido doble “El valle del duende”, inspirado en la mitología guaraní.

La noche había tomado rumbos, lejos de aquellos para “revolear el poncho”, más bien cerca de la escucha atenta y placentera. La luna grande y algunas estrellas, porque el cielo estaba un poco cubierto de nubes, eran las espectadoras privilegiadas de la quinta jornada del Festival.

Llegó el momento de la Delegación Provincial de San Luis, quienes a continuación le dieron paso la boliviana Gisela Santa Cruz. Con bailarines, “diabladas” y “sayas”, con un cierto matiz romántico, anunciaba que su país tendría una fuerte presencia en el escenario. Santiago del Estero se hizo presente, Nestor Garnica soltaba hechizos en zambas y chacareras. La plaza, ya no solamente aplaudía, también bailaba al ritmo del violín de Garnica.

El final ya no podía esperar más. Banderas Wiphala y de Bolivia cortaban el aire de la plaza en su ansioso vaivén. El grupo Boliviano Los Kjarkas (descendiente de qarka, palabra quechua que significa "fuerza") marcaba la presencia ineludible del país vecino. Con un numeroso grupo de danzas y con sus tradicionales ponchos blancos interpretaron desde el romántico “Ave de Cristal” hasta “Llorando se fue” pasando por la “Saya Sensual” y “Tiempo al tiempo”.

Mientras Fátima y Sandro, público presente oriundo de Santiago del Estero, bailaban al ritmo de los caporales -como muchos otros- la noche encendida por la voz del poeta Juan Bustos era una llama totalmente decidida a arder. Y quizás así sea la “madera” de Latinoamérica, una voz encendida, difícil de apagar.


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