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Notas
NOTA DE INTERÉS


01/08/2020

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RECORDAR


Miguel Ángel Gutiérrez es uno de los hacedores más relevantes de nuestra cultura, hombre amado en  Cosquín y en la República, guardián y difusor apasionado del acervo folklórico como pocos, de huella inigualable. Locutor, músico, único en su tipo. Su biografía dice que murió hace diez años, un primero de agosto de 2010, pero eso no es cierto. Porque el Negro ha quedado sembrado en el corazón de todos los que aún lo escuchan decir, sobre Mercedes Sosa, en la Plaza Próspero Molina,  que si ella canta “la justicia es cierta,  los niños no tienen hambre y el horizonte es posible” con la voz tomada por la emoción.

Entonces, es mentira que Gutiérrez  se ha ido, porque su legado sigue vigente y  con una fuerza innegable. Para celebrar su vida, que no se apagará jamás, lo recordamos en las voces de sus hijas y colegas, de sus afectos cercanos:

 Marcelo Simón “Era un especialista en folklore” 
Era un gran animador cultural, un especialista en folklore, con imaginación y recursos. En la prehistoria fui director de la delegación de Córdoba en el festival de Cosquín y elegí a Gutiérrez como el solista de canto. Fueron tiempos de creatividad pura que valieron la pena  porque fue un artista muy valioso, lleno de ideas. Lo extraño. Lo necesito.

 Luciana Gutiérrez “Era una especie de enciclopedia viviente” 
Al día de hoy y a diez años de su partida, creo que mi padre no era del todo consciente de la importancia de su trabajo. De lo que enseñaba cada vez que abría la boca para hablar de los sentires de nuestro pueblo.

Era un tipo inmenso, con un corazón enorme y con una humildad que se disfrazaba de una timidez inexplicable, para un hombre que luego se paraba en el escenario más grande de la música latinoamericana y lograba que ese público encendido por los duendes coscoinos, se emocionara y se preparara silencioso, para escuchar a los cantores que llegaban allí cargados de letras, de música y de sueños.

Crecí viendo cómo guiaba a muchos de esos artistas con su sabiduría y su carácter amable pero severo. Siempre tenía tiempo para un café acompañado de algún consejo, para aquellos que buscaban un espacio en el torrente cultural de nuestro país. Me impactaba personalmente el conocimiento profundo que tenía de toda la música y de todos los libros que tenía y que cuidaba como oro en su departamento de Paraná y Corrientes, en ese Buenos Aires que lo tenía hechizado. Horas y horas de verlo leer, escuchar y escribir.

Yo siempre me atrevo a decir en ese orgullo de hija (y seguramente se hubiera enojado conmigo por aseverarlo), que él era una especie de enciclopedia viviente, abierto a todo aquel que quisiera escucharlo.  Me lo demostraba, tácitamente, cada vez que nos perdíamos en charlas nocturnas sobre música y poesía.

Con el pasar de los años, descubrí otra faceta de él, aún más maravillosa que la de sus conocimientos: la del hombre que fuera de los escenarios se recorría anónimamente cada callecita de esos lugares por donde andaba y hablaba con la gente del pueblo. De la vida, de los pesares, de las alegrías, de lo simple y de lo complejo de la existencia. Y comprendí el cariño que sentía por cada vivencia que había escuchado en su recorrido por el territorio argentino. Comprendí su amor por esos paisajes remotos en los lugares más recónditos de nuestro país. Esos rincones donde él, con su mirada tan particular sobre el mundo, era capaz de encontrar milagros en un atardecer, en un olor, en un cielo lleno de estrellas, en el sol después de la tormenta.

El folklore, la música, la poesía eran su pasión. Lo que el pueblo tenía para decir era su pasión, porque creía en el poder de la palabra como un arma infalible para la libertad.

Era un hombre común pero extraordinario, dotado con la magia de saber expresar mucho con sus palabras, porque se había detenido a escuchar a infinidad de gente y había recorrido muchos kilómetros a lo largo y ancho de nuestro país, desandando los caminos de muchos cantores y poetas, encontrando el sentido de la obra de muchos de ellos.

Amaba nuestra Argentina, nuestra cultura, el brillo latinoamericano tan particular que tenemos para la creación, eso que nos hace únicos. Ese fue su legado y eso era lo que transmitía: Un amor inconmensurable por nuestras raíces.
Lo hizo hasta el final de sus días, y dejó una huella imborrable en el alma de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.

Hablando de la importancia de los poetas, allá por el año 2009, escribió:
“En el aire andan mis angustias y mis esperanzas, y el poeta tiene una inmensa alforja, carga todo eso, lo escribe, un día me lo devuelve y me dice: éste es el testimonio de tu vida.”

Así fue mi papá para muchos. Un poeta maravilloso que dejó, sin saberlo, un legado inmenso de amor y respeto por los sentires y los paisajes de su amada Argentina. Y fue para mí, para mi hermana, para mis dos sobrinas y para muchos que lo tuvieron cerca, la mejor herencia, el mejor “testimonio de su vida” que pudo dejarnos en nuestros corazones.

  Edith Rosetti: “Era un apasionado” 
Una de las personas que sin duda marcan a muchas otras, en su carrera, en la forma de hacer, de pensar, sobre todo de re pensar los pasos. Yo lo escuchaba desde la época en que hacía su programa por la noche, en Radio Nacional. Abría  con algún hermoso texto. Luego, tres obras de un artista preferido, el tema que iba a desarrollar esa noche, una efeméride, y muchas veces, como lo fue para mí: picaba tres temas completos de los nuevos discos que llevábamos a la Folklórica, en sobre de papel madera cerrado a su nombre, y dejábamos en Recepción.

Ese momento en que pasaba los temas y luego hacía una crítica sobre el trabajo que había escuchado completo, era igual al momento en que uno espera que le digan si aprobó o no una de esas materias bravas. Porque no se guardaba nada. Era honesto en su opinión, que no siempre era favorable pero si, bienintencionada.

Lo conocí tiempo después. Vino a escucharme a una peña; por suerte no lo vi, o me hubiese congelado. Al terminar mi actuación, un amigo me anunció: “está Gutiérrez”.  Nos cruzamos y ya de salida, me dijo: “llámeme el lunes a la Radio”.

Me invitó a su programa, para charlar del disco. Tenía en  la mesa del estudio una gran cantidad de libros, discos, y papeles con textos escritos, claramente para el programa de esa noche. Atendía el teléfono, no tenía más producción que él mismo. A partir de ese día, tuve un Amigo.

 A Miguel Angel le debo muchas tardecitas en el bar de la esquina de la radio, donde le alcanzaba  carpetas con proyectos de conciertos, discos y Cosquines.  Carpetas  impresas con ideas concretas (nada de bocetos), que él intentaba derribar, con el propósito de saber si lo había pensado bien o no. De mi defensa, dependía la conclusión de ese debate en el que ponía en duda varias de mis ideas artísticas. Fue un gran ejercicio para mí, que hasta hoy sigo haciendo y como entonces, a veces triunfo, y a veces no.

Me quedan sus frases inolvidables, dichas con firmeza, pero con esa cortesía indestructible de caballero cordobés, que los que lo conocimos, admirábamos. En medio de alguna oración con ceño fruncido, se le iluminaba la sonrisa cuando recibía un mensaje de sus hijas o nietas.

Era un apasionado. Un estudioso. Un hombre bueno. Un Amigo, habitante del silencio, que de vez en cuando deslizaba un “¿Usted cómo anda?
Fue un lujo su presentación cuando hicimos con Delfor Sombra, Lalo Molina y Libresur el  Cancionero pampeano en Cosquín 2009 con una emoción que jamás olvido, porque sabía todos los pasos que habíamos caminado para estar allí. Todos pasos de no saltearnos ninguna vereda, algo que lo llenaba de orgullo, y por ello se alegró como nadie cuando nos dijeron que sí. Y nos dimos un abrazo al bajar del escenario porque fue un verdadero triunfo. Nuestro. Le alegraba por las obras; porque allí habíamos interpretado a Nervi, a Morisoli, a Bustrizo a El Bardino.

Su temprana partida, dejó truncos muchos sueños de música y poesía que si dudas, nos habrían hecho mejores. Pero a mí, me dejó sin esa voz que hablaba por nosotros. Esa voz que decía mi nombre con afecto y que obligaba al público a esperarnos con el corazón abierto. Sabía quién era el que estaba por cantar, cuánto traía en el alma. Y a los que estábamos por salir, nos encendía una llama enorme, que se desplegaba en zambas, en huellas, en estilos.

Le debo a Miguel Ángel Gutiérrez un rigor amable, presente en oraciones como “si no va a aportar nada, no grabe”- .  Sembró en mi incipiente carrera de veintitantos años que llevo conmigo el amor por el sendero del canto.

Una tarde de Julio de 2010, por teléfono desde Córdoba, me dijo que me admiraba, y me respetaba profundamente. Supe entonces que no habría despedida, y que se iría pronto.

En mi memoria mora un Miguel Ángel Gutiérrez vital, una voz cálida y firme, enamorada de poesía, que levantaba la Próspero Molina en 10 segundos, en ese Cosquín que amaba. Lo recuerdo café en mano, sentada frente a la radio, esperando que nos leyera desde La Posada.

Y ahora, cada día, cuando entro a El Gutiérrez Casa Taller, este auditorio que lleva su nombre, donde está casi entera su biblioteca, que sus hijas, generosas como él, pusieron a mi disposición. El Gutiérrez es un proyecto que seguramente le roba una sonrisa, dondequiera que esté.

Este 1 de agosto, tomaré mi caña con ruda, a su salud, y me sonreiré como cuando disparó la primera pregunta en esa nota debut en Radio Nacional: “Usted qué quiere, ¿la fama o la gloria?” Y desde la Gloria, donde seguro anda ahora, lo escucharé decir ese poema de Osiris Rodríguez Castillos con el que se despedía cada tarde:
Yo soy un canto rodado,/siempre rodando canté./De tanto golpear de canto/Cantando me/redondeé./Quiero esa copla que ruede/cuando ya no ruede yo;/semilla hermana del trigo,/del tabaco y del arroz./Panaderito de cardo/que ande como sin razón;/sin que ni el viento se acuerde/ de qué tallo era la flor./Quiero que ruede mi copla/ como la tierra y el sol./Lejano ya de la mano/que acaso los redondeó./ Recuerdo que ande penando/ como un olvido de amor…/Abrojo que nadie sepa/ni dónde se le prendió./Sé de un rey en cuyas tierras/ jamás se ocultaba el sol;/ su reino se hizo pedazos/ Pero su copla quedó./Polvo se hará mi guitarra;/mi memoria…cerrazón;/mi nombre, puede que muera; /mi copla…puede que no”.

 Karina Gutiérrez: “Nos legó la mejor herencia, una herencia afectiva” 
Todos los días lo tengo presente. Siempre recordamos la pasión con la que hacía todo. Desde que éramos chiquitas nos decía que teníamos que tratar de hacer lo mejor es lo que hiciéramos -en el trabajo, en la facultad-  que tratáramos de poner el máximo de nuestro esfuerzo. Él valoraba mucho en el esfuerzo  y la pasión que había que ponerle a todo lo que uno hacía.

También recuerdo su honestidad,  la falta de apego por lo material. A él no le importaban las cosas materiales sino estar feliz con lo que hacía. No  le importaba si le pagaban o no, amaba hacer lo que hacía y lo hacía con pasión…cómo preparaba sus programas,  verlo hacer la lista de discos,  e invitados. Él tenía un gran respeto  hacia los autores,  los compositores,  los intérpretes.
Los respetaba enormemente, valoraba su trabajo le dedicaba tiempo a preparar sus programas.

Dejó un gran ejemplo. En ningún lugar hablan mal de mi papá,  al contrario, casi todo el mundo me dice cosas bellas de él. Era muy humilde,  con una verdadera humildad, hasta tímido,  vergonzoso.
Como abuelo era magnífico. Mis hijas,  que eran bastante chicas cuando el falleció, lo recuerdan siendo juguetón, con una paciencia eterna. La tuvo conmigo,  con mi hermana y con mis hijas.
Era un excelente compañero de vacaciones.  Todos los veranos esperábamos a que terminara Cosquín y de ahí partíamos todos juntos a la costa Argentina.

Su ejemplo de sigue vigente siempre alguien lo recuerda. Mejor mueve y me alegra muchísimo. Obviamente que todos los días Lo extraño.  La herencia que nos legó es toda afectiva,  la mejor herencia que nos pudo dejar era esa. Los verdaderos amigos: Mercedes Sosa,  Fabián Matus,  Horacio Guarany,  los Carabajal,  Jorge Rojas… cada uno con  algo bueno para decir, expresan cariño verdadero y admiración. Estoy muy agradecida con todos los que lo recuerdan,  me alegra infinitamente.


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