}
Un 19 de julio de 1980, la cultura argentina escribía una de las páginas más tristes de su historia. Moría entonces Manuel J. Castilla, uno de los poetas más enormes de nuestro país y de su Salta natal. Allí, conformó una dupla memorable junto a Gustavo Leguizamón. Hacedor de poemarios exquisitos como Posesión entre pájaros y Cantos del Gozante, entre otros, aportó la potencia de sus versos para enriquecer al cancionero folklórico con “La arenosa”, “Canción del obraje” o la “Zamba del pañuelo”, entre sus variadas obras. Y no sólo creó con el Cuchi, también lo hizo en compañía de Eduardo Falú o Rolando Valladares. Y no fueron los únicos.
Para recordarlo, FolkloreCLUB invitó a poetas y letristas de las músicas populares de hoy a analizar la obra del inmenso Manuel. Esto dijeron Alejandro Szwarcman, Bebe Ponti y Pedro Patzer a cuarenta años de su partida.
Alejandro Szwarcman: “Describió la geografía humana del Noroeste Argentino”
Casi como un rasgo de sus respectivas excepcionalidades y en tiempos en los que en la moda masculina dominaban de modo uniforme las caras bien rasuradas, la canción popular argentina llamativamente supo dar a luz, y casi a un mismo tiempo, a dos “Barbas” insignes y absolutamente determinantes en la construcción de ese territorio único que algunos llaman “identidad”. Una de esas barbas, la que naturalmente me es más afín, pero sólo por una cuestión de vecindad, la de Homero Manzi; la otra, sin ninguna duda la del salteño Manuel J.Castilla, quien yo sin saberlo por ese entonces, supo aderezar mi infancia con el encanto de otros cielos y otros arquetipos humanos que sus canciones reflejaban.
Castilla, igual que Manzi, se encuentra acaso, entre esos poetas populares que se imponen largamente a los prejuicios de los cenáculos en relación al canto del pueblo, ya que pocos como él extendieron sus dominios al ámbito muchas veces amurallado de las academias, donde a los eruditos no les queda otra alterrnativa que reconocer los méritos y la gloria de quien ha querido elevar, como Manuel J.Castilla, la voz del pueblo a lo más alto de la lírica universal, sin resignar una gota de jerarquía en toda su obra.
Precisamente, rebelándose contra esos cánones que separan las posibilidades expresivas del lenguaje entre poesía escrita y canto popular, el gran poeta de Cerrillos fue construyendo un género intermedio donde celebró los paisajes de su experiencia trashumante a veces; y otras, describió (y hasta descubrió) la geografía humana del noroeste argentino. Siempre, como lo hacen lo grandes poetas, transmutando en belleza la desolación de esos horizontes y el silencioso dolor de esos hombres y mujeres marcados por sus historias de vida.
Tal como alguna vez señaló el poeta César Fermín Perdiguero, estarán iluminando la memoria del gran Manuel J.Castilla, Juan del Aserradero, La Palliri, Juan Lucena, la Eulogia Tapia, los hacheros del monte y los indios del Pilcomayo, “habitando para siempre su morada lujosa de ángeles bagualeros y aromas populares.”
Bebe Ponti: “Un destino de perpetuidad”
Manuel J castilla hizo de su poética la arcilla necesaria para edificar la canción popular, dibujó la copla sin prejuicios y entró con su palabra a la música sin renunciar a la belleza, ni al buen gusto. Escribió sin hacer diferencia entre poesía y letrística, entendiendo que tanto una como la otra son astillas del lenguaje y componen el universo de la literatura desde la unción de la palabra como acto poético. Todas sus canciones fueron escritas desde la honestidad intelectual y desde la inspiración creadora. A veces fue leve como el Sauce pensativo de su zamba, otras hondo como Canción del obraje, siempre justo para revelarnos la realidad con un sentido metafórico, pero simple como si sus manos hubieran estado cubiertas por guantes de pájaros para anunciar el canto.
Su legado reside en haber dejado alto el valor de la palabra y en incluir la poesía como elemento insustituible de la canción popular. Castilla funde en su obra la realidad terrenal de su comarca con el vuelo del lenguaje, hace de la harina un panadero y del panadero un pan de palomas blancas. Sus canciones nos muestran lo cotidiano como una epifanía, como un revelación del hombre y la mujer envuelto en la belleza del paisaje. Su obra tiene destino de perpetuidad.
Pedro Patzer: “Nos indica el sendero adecuado para llegar a nosotros mismos”
El poeta gozante nos enseñó que nadie despide a nadie en los andenes y nos preguntó: ¿dónde iremos a parar si se apaga Balderrama? Es decir, dónde iremos a parar si se apaga todo eso que somos en aquellos pocos lugares donde las presencias vencen al imperio de los ausentes.
El nacido en Cerrillos nos recordó cómo volver al mandarino y a la galería de aquella casa que fuimos, somos y seremos. Porque eso nos inculcó también: seremos inquilinos del mundo, si no llevamos con nosotros, vayamos donde vayamos, a nuestra primera casa.
Biógrafo poético de niñas Yolandas y pomeñas; del río Bermejo al que bautizó: "Padre ciego de los chacos" y del gaucho al que le describió como al que "la patria le cabía en sus manos como un nido"
Pintor de mujeres mineras, como la Palliri y de hacheros como Maturana, que mueren un poco, cada vez que le roban una piedra a las profundidades de la Tierra o derriban un árbol y comprenden cuán extranjeros se han vuelto de aquella primera patria de los sueños.
Confesó que dentro de sí "nace el viento", y que "he sentido caer sobre mis ojos/ la guitarra más triste de la niebla".
Socio de aventuras cósmicas con el Cuchi Leguizamón y Eduardo Falú, su poesía colmada de leche verde, de cantoras de Tarija, de agua de charangos, es una irresistible invitación al Norte Adentro, a la cultura del carnaval, a la Plegaria en forma de baguala.
En tiempos de GPS que nos indican caminos hacia la misma nada, aceptemos la brújula de la Poesía del Barba Castilla que siempre nos indica el sendero adecuado para llegar a nosotros mismos.