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Nuestro folklore perdió ayer a uno de sus poetas más valiosos, a aquellos de vieja escuela, de la palabra honda. Edgar Morisoli falleció a los 89 años y dejó un hueco irremplazable en el cancionero popular. Autor de más de 12 poemarios, con raigambre en la historia americana, como Salmo Bagual (1957), Hasta aquí la canción (1999), Última rosa, última trinchera (2005) y “Una vida no basta” (2015), por mencionar solo a algunos, Morisoli prestó sus versos para valiosas piezas del paisaje sonoro de la provincia que lo hechizó. Sus versos se hicieron canción, en un repertorio musicalizado por Reinaldo Labrín, Guillermo Mareque, Delfor Sombra, Lalo Molina, Cacho Arenas, Oscar García, Beto Leguizamón, Guri Jáquez, Raúl Santajuliana, Ernesto del Viso, Juani De Pian, Juan Manuel Santamarina, José Gabriel Santamarina, Luis Wanzo y otros. “Epopeya del Riego” (1990), por solista, conjunto de cámara, recitante y coro. Tal vez, la más renombrada sea la “Huella de ida y vuelta”, con música de Delfor Sombra. Sin embargo, sus estrofas también se han vestido de zambas, chacareras, milongas o vidalas.
Tal es el tamaño de su obra que en 2014 la cantante Edith Rossetti grabó un trabajo íntegramente dedicado al poeta. Hizo lo propio también el músico Mario Díaz, con “Canción de amor en mayo” o “Canción del árbol”, entre otras.
Para recordarlo, ambos artistas ensayaron algunas palabras, entre la emoción y la tristeza que genera la muerte. Tal vez porque saben que los grandes poetas, en realidad, nunca se van del todo, tal vez porque el legado de Morisoli es uno de los más notables de nuestra música.
Edith Rossetti: Versos de mariposa
Llegaba a Santa Rosa por primera vez, y el primer llamado que recibí bien temprano, fue el de Edgar Morisoli. Llamaba para darme la bienvenida y anunciar su presencia y la de su esposa, también escritora, Margarita Monges, al Concierto de esa noche en el CMC (Centro Municipal de la Cultura, dirigido en ese entonces por Oscar García, uno de los artistas que musicalizó la obra del poeta. Milonga de dos querencias, que pinta su Acebal, natal, en Santa Fe, y la que Edgar llamó “la comarca hechizada”, La Pampa, es una bellísima milonga que canté no bien se la escuché a Oscar, por esos días.
Luego del Concierto, Edgar y Margarita, me esperaron, y me obsequió sus libros. También estaban Paulino Ortellado, Roberto Yacomuzzi, Lalo Molina (uno de sus principales musicalizadores, tanto como Delfor Sombra), Armando Lagarejo, Ernesto Del Viso, Guito Gaich, Cacho Arenas (quien fue su Editor). Todos ellos, Amigos.
Después vinieron los nuevos libros, cada año, el proyecto Cosquín 2009 y 2010 con las obras del Cancionero de los ríos y las de sus contemporáneos ¡Cuánto se alegró al enterarse que estaríamos allí!
De la mano de Delfor, una tarde lo visité en su casa. Ellos dos charlaban frente a mi asombro como lo hacen los viejos amigos: con algunos silencios cargados de miradas, historias calladas que tan bien conocían de los años del Temple del Diablo, su amistad con Bustriazo, Mareque, El Bardino.
Los años oscuros de la dictadura, cuando se gestaba su “Obra callada”.
Esa tarde con Delfor, fue la primera vez que me leyó uno de sus poemas, inédito aún, en la mesa de la cocina.
Un día lo llamé para contarle que quería grabar un disco sobre su obra, se lo dije con vergüenza y temor. Pero Edgar, generoso y entusiasta, me agradeció, me alentó a llevarlo adelante y por supuesto se ofreció para acompañar el proyecto en donde grabó dos de sus poemas, y prologó con un texto que atesoro.
Los encuentros en su casa, para contarme la historia detrás de cada obra que iba a formar parte del Disco, empezaban siempre con un llamado, en el que me decía:
“- la espero 17:15hs. Y yo esperaba a que se hiciera la hora puntual, para tocar el timbre de su casa, justo a tiempo. Edgar ya tenía la pava en la hornalla, y el mate ensillado, y estaba listo para contestar todas mis preguntas, contarme los detalles sobre Don Domingo Retamales, Nico Crespo, Ramón Farías, hablarme de su paso por La Adela, La Porfía, y ya tenía preparada una carpeta con algunas hojas escritas a máquina con el nuevo proyecto.
Lo presentamos en Santa Rosa, en el Teatro Español.
El Poeta, abrió la función leyendo La lección de la diuca, y la cerró leyendo A los poetas por venir.
En medio de aquel teatro lleno, sobre el aplauso final, se acercó y me dijo: -Gracias.
Luego vino la película sobre su vida, y el Chango Spasiuk, que grabó para Pequeños Universos una entrevista, impresionado por su obra. A él le dijo en el patio de su casa que “cuando una criatura la ve, la naturaleza se gradúa de paisaje”.
Hace no mucho, volvió del brazo de su hermana a Acebal, visitó su casa natal, lo esperaron los niños de la escuela y le cantaron una de sus canciones. Fue muy feliz, me llamó para contarme. Y luego, por supuesto, escribió un poema que narra esa experiencia.
Ese era Edgar Morisoli. Como diría Horacio Ferrer: una raza de uno.
Amigo de músicos, de poetas, incansable trabajador en la causa del agua, vasto conocedor de los ríos, profundo observador de personajes del sur y el oeste pampeano.
Prestador de deseo, generoso, un enorme poeta de perfil bajo, que esperó con una sonrisa buena y unos mates, pañuelo al cuello, y mate en mano a cada una de las personas que quisieran visitarlo.
Hoy, la Cofradía de Santa Rosa, la gente de La Comarca Hechizada, sus amigos poetas, músicos, cantores, artistas plásticos, nos abrazamos en este dolor de no escuchar su voz diciendo sus poemas.
Aunque, como diría el propio Edgar:
“…pero si las viejas historias nos tejen y retejen, qué gusto da evocarlo a Ramón, con su íntima fe y su tozuda certeza: la de que un río, cuando lo matan, no muere así nomás. No muere del todo. No termina de morirse nunca. Como un hombre, cuando lo recuerdan.
Soy Edgar Morisoli. Escribo versos. De los cuales, a veces, puede salir volando la mariposa, o la diuca de la poesía…”
Mario Díaz: Cuadernito
Guardo celosamente un cuadernito en donde he acopiado un sinnúmero de sugerencias de libros, discos, pelis y todo lo que alimenta el alma. Entre esos nombres, y recomendado por Hamlet Lima Quintana, el nombre de Edgar Morisoli, poeta de La Pampa.
La hoja en donde está escrito ha empezado a tomar un color amarillento que denota el paso del tiempo. Otro tanto es el tiempo en que, estando en Rio Cuarto, un libro llamado "Bordona del otoño" llegó a mis manos y en la primera página aparecía un poema "Canción del árbol de mi patio" que dice en sus primeros versos: "La paloma montera cruza la tarde y el árbol de mi patio susurra suave, /suave susurra y solo, ya sin hermanos,/ tristeza de resina lloran sus gajos"
Amor a primera vista y a partir de ahí se sucedieron lecturas interminables de la obra de don Edgar. Aquel primer poema fue canción y el recuerdo me remite a la casa del poeta para cantarle la canción que había nacido y él invitándome al patio para señalarme al último de tres hermanos y decirme "ese es el árbol al cual le cantás".
Cuantos recuerdos y más canciones, cuantos mates y sus lecturas de poemas. Esto que escribo no es una despedida, es un hasta pronto , como cada vez que me despedía en su casa de Santa Rosa. Está en cada poema, en cada canción. Me decía: “cómo hace Mario para encontrarle esas músicas a mis poemas”. Y yo respondía: “nada, usted me las dicta con la claridad y musicalidad de sus palabras”.
Hasta pronto Edgar, le dejo mi abrazo musical encorazonado y me voy cantando: "Sol en el alma me brindaste, sol en el timbre de tu voz, íntimo sol de la ternura como pagarte tanto sol”.