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Mariel Barreña lleva casi dos décadas haciendo música. Ha integrado formaciones lideradas por Yusa, Mariana Baraj, Andrés Beeuwsaert y otros artistas. Como cosecha de sus numerosas experiencias, la pianista, cantante, compositora, arregladora y multiinstrumentista platense presenta hoy su primer trabajo como solista. Por eso, desde FolkloreCLUB, analizamos la placa, conformada por 12 tracks seleccionados con el compromiso propio de los grandes artistas.
“Nada resulta superior al destino del canto./Ninguna fuerza abatirá tus sueños,/porque ellos se nutren con su propia luz./Se alimentan de su propia pasión./Renacen cada día, para ser”, se lee en parte del arte del disco. Las palabras son, claro, de Atahualpa Yupanqui, y no son un azar.
Es que las canciones que integran el trabajo de Barreña renacen, literalmente, en exquisitas versiones con rítmicas y métricas diversas, en una labor arreglística que combina lo minucioso y lo lúdico.
“Agüita demorada” (de los hermanos Núñez), la chacarera que abre el disco emerge casi como un hechizo, con atractivas dinámicas instrumentales, variaciones rítmicas y vocales donde se destacan los diálogos entre el piano, la percusión y la guitarra, en una versión ampliada, enriquecida y necesaria.
El viaje continúa con el clásico de Violeta Parra “Casamiento de negros”. La obra de la mítica autora chilena, renueva su altura con tímbricas de acordeón, con sonidos que combinan la cueca original con aires de landó, marcados por el cajón de Esteban Álvarez y el despliegue de Nehuén Ércoli en guitarra de 7 cuerdas.
“Un brotecito de zamba”, obra propia del Barreña, ensancha el cancionero folklórico, con su hondura vocal y poética donde aparece nuevamente la influencia yupanquiana, “Cuando yo me vaya, no te va a extrañar que regrese un día la misma semilla que viste pasar” dice parte de la letra, entre vientos y guitarras, que tal vez puedan acercarse a “El tiempo de hombre” donde Don Ata aclara: “Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella. Y florezco en guitarras porque fui la madera”.
La compositora aporta más semillas al árbol de la música nativa con el instrumental “Hermano huyano”, que invita a recorrer los paisajes más variados con una interpretación que combina la sutileza y la potencia, con la atrayente línea de bajo de Omar Gómez y la batería precisa de Pablo Vignati.
Más adelante, Berreña visita a “La nostalgiosa” y su voz suspira, transita la zamba de Eduardo Falú, con matices sentidos que se apoyan en la guitarra de Ércoli, con la introspección propia, justamente, de la nostalgia.
Luego “Comadre Dora” (de Néstor Soria y Rubén Cruz) despliega métricas diversas, con desplazamientos rítmicos y juegos de acentos, donde resalta la interacción entre las líneas del bajo, las frases vocales y la percusión.
Las vidalas son un punto fuerte de “Viva. El destino del canto” Entre la urdiembre de canciones afloran “Añorando el Carnaval” (de Julio Domingo Ayunta) y “La flor del jardín” (de Andrés Chazarreta), en ellas se entretejen las voces de Barreña y Silvia Gómez, en duetos a capella y bombo, con gran profundidad armónica.
Entre los últimos parajes del trayecto, Berreña se detiene en la región de Cuyo y recrea otra vez a los hermanos Núñez con “Tristeza”, una tonada que combina la emoción con la ternura. Desde allí se muda al universo rioplatense con su obra instrumental “Candombeando”, con claras marcas festivas en ensamble del grupo.
Para cerrar el itinerario, la platense reinterpreta al clásico de Rubén Rada “Quién va a cantar”, con Ignacio y Esteban Álvarez y Claudio Aurelio Braga en la cuerda de candombe y Guillermina Doyhenard en coros. El tema, con diferentes colores, tiene además notables interacciones entre el bajo de Omar Gómez y la guitarra de Gabriel Larranz. Con este punto final Barreña reafirma a aquel destino que nombra su trabajo, porque la obra del creador uruguayo también reflexiona sobre el oficio de cantar. La platense muestra así que la elección de su repertorio tiene múltiples sentidos: andar las diferentes zonas de nuestro cancionero, repensarlas, reinterpretarlas con hondura, detenerse en cada una, celebrarlas. Probablemente de esa artesanía están hechas las canciones y la vida. Barreña lo sabe, suma obra propia y festeja la ajena con la claridad de quien ama el sino que, como afirma Yupanqui, “alumbra el corazón del artista”.