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A los 80 años y luego de luchar contra el cáncer se apagó la vida del charanguista emblema de la música popular argentina: Jaime Torres. Aunque había nacido en Tucumán, Jaime estaba indisolublemente asociado a Jujuy, el pago al que siempre defendió con el charango y con la palabra. “Vengo de esos pueblos a los que no les han pedido nada pero les han quitado mucho”, dijo en 2013 cuando recibió el galardón de ciudadano ilustre de Buenos Aires, la ciudad donde vivía. “Soy ese que toca el charango mientras sonríe debajo del poncho”, soltó tras recibir la distinción.
Charango, vas a llorar
Jaime había llegado a la gran ciudad junto con su papá, Eduardo Torres, “deslumbrado por el tango, el fútbol, el puerto”. Su padre, ebanista y fabricante de charangos, es el autor de muchos con los que Jaime tocó en gran parte del mundo. Por eso Jaime lo recordaba con cariño en una entrevista con este cronista en 2007. “Cuando la gente me agradece por algo que he hecho, que no es más que trabajo, me acuerdo de mi viejo, de la honestidad y la conducta que me inculcó para hacer las cosas. Ni la música ni la mejor canción, lo que ennoblece a uno son los actos.”
El de Jaime fue un camino –más que una carrera- largo en tiempos en que el charango estaba lejos de ser popular y era subestimado en los escenarios del país. Fue Jaime quien lo puso en el mapa de la música popular argentina.
Lo pulsó con pasión en escenarios muy diferentes: desde el Tantanakuy –el encuentro que pergeño en los años 70 junto con Jaime Dávalos- hasta el Teatro Colón, la Filarmónica de Berlín, la Sala Octubre de Leningrado o el Lincoln Center.
Grabó más de veinte discos y recibió innumerables reconocimientos entre los que se cuentan el premio SADAIC (1986),el Estrella de Mar (1992 y 1999), el Lobo de Mar a la Cultura (1997) y el Juan Bautista (1997). Y se dio un lujo: grabó un disco maravilloso de música electrónica llamado “Electroplano”. “Mi único pedido fue que no quieran enchufar el charango. Les dije, lo grabo si me dejan el sonido de mi charango tal cual es”, le dijo a este cronista.
-¿Cómo fue el proceso de jugar con el charango a ser un profesional del instrumento?, le preguntó este cronista en 2007.
-Indudablemente, es el sonido el que me ha atrapado. Me ocurrió lo que le pasa a un chico que despierta y descubre cosas. A medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta de que el charango era un elemento a través del cual podía lograr quitarle la indiferencia a lo que es descartado socialmente. Trabajo para poner al charango en su lugar, para lograr un espacio, para que se escuche con el respeto que se merece. Porque lo que queda bien es lo que parece que hay que hacer. Y queda bien que el hijo sea médico, abogado. Así era años atrás. Recibimos la escuela de la subestimación a las cosas propias. Pero eso cambió y empezamos a sentir orgullo por lo propio. Los españoles trataron de hacer desaparecer muchas cosas: había que tener determinados credos y hablar este idioma.
Había aprendido a tocar el instrumento con el maestro boliviano Mauro Núñez, que fue quien le construyó los primeros charangos, que Jaime atesoraba en un cuarto especial de su casa.
En 1988 compuso la música para la película “La Deuda Interna” que fue nominada al Oscar. Y el mismo año una escuela de Milagros, en La Rioja, fue bautizada con su nombre. Giró por España y Portugal, junto con Hernán Gamboa y Gerardo Núñez. Al año siguiente, 1990, se presentó, con el Tata Cedrón en París y el interior de Francia y con Eduardo Falú, en Londres. En el intermedio estrenó en el teatro Opera de Buenos Aires su ópera "Suite en Concierto", con arreglos de Gerardo Gandini, siendo intérprete solista junto con la Camerata Bariloche. Jaime era ya el mito vivo del charango, su cara, el conocedor de sus secretos, de sus sonidos y de todos sus silencios.
Jaime había nacido el día empezaba la primavera de 1938 en San Miguel de Tucumán. Y se apagó hace unas horas, rodeado de su familia, que avisó que no habrá velorio y será una despedida íntima y sencilla, como la vida de este hombre que a partir de hoy será charango para siempre.
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