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Notas
NOTA DE INTERÉS


07/02/2018

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RECORDAR


En la última edición del Festival de la Salamanca, en la Banda, Santiago del Estero, el cuartetero Ulises Bueno pidió cambiar de horario porque quería cantar temprano. La organización cedió al pedido y por eso acortó la presentación de Horacio Banegas, que tenía diseñado un espectáculo compartido con el dúo Orellana-Lucca y Néstor Garnica, entre otros, y prometía ser una larga misa musical en la tierra madre de ese ritmo. No fue porque el hermano de Rodrigo Bueno era esa noche la figura de un festival de folklore que siempre realzó al género aunque en los últimos años abrió sus grilla a otros ritmos.


Allí mismo, hace cuatro años, Peteco Carabajal se quejaba sobre el escenario porque muchos se habían gastado las palmas en otros artistas. “¿Qué pasa que no aplauden, se gastaron las fuerzas en Luciano?”, disparó desde el escenario cuando salió a cantar luego de la presentación de Luciano Pereyra. “A ver si nos aplauden con esa misma fuerza a nosotros, que somos de aquí”, la remató. 

Estos dos detalles que pueden aparecer como sueltos son, sin embargo, son la muestra de una costumbre que parece extenderse como una epidemia sobre los festivales de música popular de nuestro país, donde puede verse desde hace unos años a solistas y grupos ajenos al género.

Pasó mucho más tiempo desde que las regiones empezaron a cruzarse. Por eso es tan difícil hallar en festivales de la provincia de Buenos Aires ritmos que le sean propios a una región tan rica musicalmente. Y esto es algo que corre para todas las zonas del país. Adrián Maggi, surero él, lo denunció hace unos días en su presentación en Cosquín, que este año y por su iniciativa le dio un espacio importante a la música de la llanura.    

Algunos festivales conservan todavía el pudor y agregan desde hace varios años una noche especial para plantear una grilla casi completamente ausente de folklore y más ligada a ritmos latinos, artistas de pop o de rock. Pero en general las grillas de los que algunas vez fueron festivales de folklore se colmó de otro ritmos. 

Carlos Baute, CNCO, Bersuit Vergarabat, La Konga, Carlos Vives, Kapanga, Los Auténticos Decadentes, la solista española Malú, Ángela Leiva, Las Pastillas del Abuelo, Rombai, Los del Fuego son algunos de los ejemplos. No ocurre el fenómeno inverso: no hay folkloristas en los boliches de cumbia y hasta ahora no se ha escuchado una sola chacarera en el Lollapalooza.


 Sin folklore 

Atención aparte merecen dos festivales, la Fiesta Nacional de la Guitarra de Dolores  y la Fiesta del Ternero en Ayacucho, ambas en la provincia de Buenos Aires. La primera nació en homenaje a Abel Fleury, el poeta de la guitarra, nacido en Dolores. Aunque estarán Carlos Ramón Fernández y Sergio Galleguillo, será La Beriso el número principal del 3 de marzo. El domingo 4 Los Manseros Santiagueños pero con Carlos Vives de atracción principal. Las noches del 5, 6 y 7 de marzo habrá artistas locales y nacionales, pero no confirmaron quiénes serán. Chano Charpentier y su nueva banda, Polo Román, Tormenta y Abel Pintos completan la grilla que cierra el cantante de cumbia uruguayo Lucas Sugo. Resumen: cinco artistas principales y solo Abel Pintos es referenciable con el folklore aunque está en una sintonía pop. ¿Y la guitarra? Bien, gracias.   

Bersuit Vergarabat, Amar Azul, No te va Gustar y Adrián Barilari -ex cantante de Rata Blanca- son las figuras con las que el festival de Ayacucho eligió comunicar una fiesta que también tiene jineteada y yerra, pero parece haber sepultado su mística de asadores en las calles en pos de un festejo ajeno a una ciudad que vive de la cría del ganado para engorde.  

El Festival de Peñas de Villa María puede quedarse afuera de este análisis porque apunta a ser un festival internacional más parecido a Viña del Mar que a Cosquín. En su grilla 2018 mostró a Residente, Alejandro Sanz, Malú y La Beriso, entre otros. En un momento, el vocalista de La Beriso hizo un alto entre tema y tema y pidió que levantasen las manos aquellos que no conocían la banda. “No la conocen, váyanse a cagar”, les espetó, con un intento de gracia que no hizo reír a nadie. Dominado por el ego, dijo que lo importante era que cada vez más personas los conozcan. Ese mensaje bajó desde el escenario en tiempos en que los sponsors de afuera y de adentro destruyen la música en castellano. La idea parece ser salvarse como un hábil náufrago en una tempestad. En este festival se pudo ver al enérgico Damián Córdoba cantando canciones que llevan por título, por ejemplo, “Me cagaste la vida”.


 Con folklore 

Encontramos dos buenos ejemplos, ambos en el litoral. La Fiesta del Chamamé, que cada año convoca en Corrientes a músicos de otros géneros: Coti Sorokín, Elena Roger, Litto Nebbia, Hilda Lizarazu o Lito Vitale se suben al escenario Osvaldo Sosa Cordero, pero deben sí o sí hacer chamamé. Viejos, nuevos, instrumentales o no, pero chamamé. Y nadie se queja porque a nadie se le ocurre almorzar en el baño ni bañarse en la cocina. En la fiesta del chamamé se hace chamamé.      
 
Hace unos años, el Festival de Música del Litoral convocó a La Nueva Luna Chamamecera, la misma formación de música tropical pero en plan de chamamé, con un repertorio casi enteramente instrumental. Desde las tribunas bajaban los gritos para pedir una de las canciones del grupo disuelto recientemente tras la muerte de Marcelo “Chino” González. “Hoy hacemos chamamé”, contestó el fallecido cantante. Y todos bailaron. Calcado lo que ocurrió el mismo año y en el mismo festival con Pedro Aznar, quien ofreció un espectáculo impecable, con su caja y su voz, con Ramón Ayala como invitado y con el aplauso sincero de un anfiteatro agradecido.

También es justo decir que quienes copan las grillas de los festejos folklóricos no son lo mejor que tiene el rock. Son, más bien, la manifestación fugaz del comercio musical.

Ahora bien, las preguntas que caen de maduras son varias. 1) ¿Hay artistas de la música popular capaces de llenar un estadio o no los hay y entonces los organizadores recurren a esas figuras?; 2) ¿Es una moda o supone un cambio cultural porque los públicos también cambiaron y ahora sólo quieren mover la cadera con el reggaetón o bailar ese cuarteto con aires de merengue o hamacar la cabeza con el pop?.


Varios productores de espectáculos folklóricos consultados por FolkloreCLUB coincidieron en que se cuentan con los dedos de una mano los artistas de folklore capaces de sostener una noche de lleno total por sí solos. No ven eso como una oportunidad para nutrir una grilla con varios nombres, sino una limitación. “Tenemos que cortar entradas. Un festival es exitoso cuando vende entradas”, coinciden, palabra más, palabras menos.

Tal vez sea oportuno saber si pueden los festivales de folklore seguir siendo considerados como tales o seguir llamándose como se llaman. Nadie parece estar dispuesto a enfrentar con ningún arma el avance irrefrenable de un fenómeno que por lo visto en los últimos años ha llegado para quedarse.


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