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En los primeros días del festival llegó a oídos de este cronista la posibilidad de que un solista masculino con nombre y apellido era quien iba ser consagrado. Faltaba tanto por venir que el dato sonaba por lo menos imprudente. Con los días llegaron las operaciones de ciertos comunicadores, de compañías discográficas, de agentes de prensa y de algunos artistas que llevaron al olvido ese dato que terminó de confirmarse el domingo: Emiliano Zerbini se consagró en Cosquín. Fue el tapado, el ganador inesperado después de considerar que las actuaciones de Adrián Maggi y José Luis Aguirre, hubieran merecido el premio, o la calidad autoral de Ramiro González, la presentación de Nahuel Pennisi o la explosión bailable de Lucio “El Indio” Rojas.
Los equipos de trabajo de varios de estos artistas se cruzaron frenéticos llamados y mensajes el domingo mismo de la premiación, esperanzados con recibir el bendito llamado de la comisión. Algunos se agarraron la cabeza, incrédulos de que la comisión hubiese elegido a uno y no a otro. O a otro y no al suyo.
El ganador es...
El juego de los premios es un “misterio” fogoneado por una parte minúscula de la prensa, que lleva su candidato como si el festival fuese un mundial donde uno sale campeón y el resto queda eliminado. Es para celebrar que los organizadores del festival se hayan mantenido al margen de ciertos rumores, de algunos candidatos que van por el tercer año de candidaturas, de algunos clamores disfrazados de operaciones de prensa y hasta de la proclama de artistas que a través de las redes sociales hicieron campaña a favor de uno u otro.
Lo más saludable sería establecer ciertos criterios para la entrega del premio consagración. Todos deberíamos saber si la consagración es quien logra poner de pie a la plaza o lo merece quien haya recorrido un camino en la música más allá del festival y encuentre en el premio la coronación de ese camino. Dicho esto en tiempos en que el público ya no levanta en andas al artista y lo conduce al balneario La Toma como forma de bendecirlo.
Algunas cuestiones externas al escenario pudieron haber pesado en la decisión de no entregarle el premio al candidato de cierta parte de la prensa, que sin embargo logró sostener desde el escenario ese favoritismo. Otras cuestiones desconocidas privaron de la consagración al candidato de la compañía discográfica, quien como el año pasado llegaba como uno de los candidatos de una lista que nadie confeccionó y se fue con las manos vacías.
Si es por la temperatura de la plaza el día de sus presentaciones, Adrián Maggi logró con su estirpe surera poner de pie al público, lo mismo que hizo el transerrano José Luis Aguirre con sus canciones comprometidas y su picardía cordobesa. De ahí que el hombre de San Andrés de Giles recibiera el merecido premio de Sadaic-Ancrof, después de 15 discos editados.
El tapado
El ganador no estaba en los planes de nadie, salvo en los de la comisión. Con esto se quiere significar que no era parte de la avanzada de ningún periodista, de ningún artista y de ninguna compañía discográfica. No estar en los planes de ellos no equivale a abrir un juicio sobre la calidad de Emiliano Zerbini, gran intérprete que le ha puesto la voz a ritmos folklóricos casi olvidados. Emiliano enlazó música y danza, presentó un espectáculo prolijo y con público bailando sobre el escenario Atahualpa Yupanqui. A nivel fervor popular no fue de lo más explosivo del festival. Sin embargo, el fervor no puede ser una medida única para elegir a un artista y premiarlo con la consagración.
Discusión aparte, la impresión inicial es que se sobredimensiona un premio que mantiene en vilo durante nueve días a un cúmulo minúsculo de personas dedicadas al folklore. Más allá de ese grupo, es difícil imaginar que el público en la plaza, en las calles de Cosquín o en su casa pegado a la televisión tenga como tema de conversación la posibilidad de que tal o cual artista sea consagración y tal otro revelación.
Casi nadie y casi nunca se está conforme con los premios de Cosquín. Esta es una verdad impronunciable. Y lo es porque todos llegan con intereses personales a una conclusión sobre que debe ser elegido tal o cual artista, aunque algunos no expliquen cuáles son esos intereses.
Ahora bien, sin querer bajarle el precio a tamaño festival como Cosquín, los premios dejaron de tener peso más allá del género. Y eso no es culpa de Cosquín, sino una consecuencia de varios factores. La música folklórica desapareció -por obra y gracia de los sponsors- de las radios y de la televisión abierta, que mantienen el folklore como un postre que puede comerse solamente en verano y durante el año puede morirse derretido por la indiferencia, a pesar de que quienes en verano colman los cientos de festivales de Argentina escuchen, bailen y canten el ritmo durante todo el año.
Ganar el premio consagración dejó de ser la puerta de entrada a otros festivales y ser nombrado revelación no es más la llave para grabar en una compañía discográfica. Los tiempos han cambiado. Tal vez sea un buen remedio dejar de darle una desmedida importancia a un premio decidido en una mesa chica para empezar a ponerle el oído al público, el único capáz de entregarle el indiscutible premio del aplauso.