}
La música tiende puentes todo el tiempo, y esta semana Buenos Aires puede atestiguarlo, de orilla a orilla. Como parte del ciclo “Enero uruguayo” Fernando Cabrera se presentó en Café Vinilo y conjugó canciones nuevas con aquellas que ya signan nuestra cultura.
Hasta allí, algunos de los datos son objetivos, pero tal vez la potencia de Cabrera radique en la conmoción que implica escucharlo. Es un de dimensiones pequeñas, con creaciones enormes. Él, su guitarra, el público, una caja de fósforos como peculiar accesorio. No hizo falta nada más. El viaje por diversas emociones es seguro con él como capitán barco.
El itinerario se inició con algunas postales de 432, su trabajo más reciente: “Copando el corazón” o “El trío Martín”, marcaron el trayecto. Con espíritu dialógico, entre lo anecdótico y lo humorístico, el hacedor indicó: “Voy a empezar con dos o tres canciones nuevas de un disco que ya presenté en Montevideo y que pronto va a estar editándose aquí por Acqua. En un show de Montevideo me mandé la kamikaze de hacer nueve temas nuevos al hilo. Y cuando uno va a un recital, también le gusta escuchar las conocidas, pero esas canciones que tanto quieren oír, alguna vez fueron estrenadas”, explicó entre las risas de los presentes.
La reflexión sobre el avance de la tecnología sonó con “Alarma”, que el compositor definió como “una de las microcanciones del disco nuevo”. Como en una reunión entre amigos, el motevideano acotó: “ahora van a escuchar una más antigua y tal vez muchos de ustedes ya me hayan oído decir que es una de las canciones más caretas de mi repertorio y que si vienen a mi casa lo pueden comprobar, porque no combinan los colores, no tengo eso que se llama buen gusto, ¿no?”, dijo para presentar “Diseño de interiores”, de la placa “Bardo”, de 2006. Desde ese disco también emergió “Dulzura distante”: “Aquel que canta milonga /En tono mayor y anhelante /Conoce que en la platea /Va el corazón adelante” describió Cabrera, con la honda poeticidad que lo caracteriza, en uno de los momentos más sensibles del convite.
Con casi dos décadas de vida, desde su edición en 1989, “Punto muerto” pobló el escenario con la vigencia de las buenas canciones. Cercana en el tiempo, abrió sus puertas “La casa de al lado”: vestida de arpegios y un walking insistente, sin dudas marcó uno de los puntos más sensibles de la noche.
“Hay una canción que hice para una serie distinta de colegas: la gente que trabaja en los circos, los actores y actrices, los payadores, los malabaristas de los semáforos, la gente que va por los caminos. Recuerdo que la tenía terminada y no encontraba la manera de titularla. Un día me tocó compartir un recital con Leo Masliah. Él estaba actuando mientras yo esperaba en el camarín y escuchaba. En un momento dijo la frase caminos en flor. Y así se llama esto”, relato antes de cantar una historia de bailarinas y guitarreros en formato balada, que se editó en “Viva la Patria”, en 2013.
Siguió “Una hermana muy hermosa” y el recuerdo de Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa en la trastienda de la obra que homenajea a la libertad. Luego, con una pequeña caja de fósforos como único acompañamiento, “Viveza” ilustró una serie se situaciones diversas conectadas entre sí.
Armonía de familia
“Hace poco me enteré de que 432 es la antigua frecuencia en la que se afinaban los instrumentos, en lugar de en 440, como ahora. Esa costumbre tenía que ver con armonías que suceden en todo el universo, en la naturaleza. No se sabe por qué, pero el hombre la cambió y ahora hay una especie de desfasaje. Pero no es el caso del título de mi disco: sólo mis hermanos, mis primos y dos tías que me quedan, lo saben. Es el número de una casa donde vivieron mis abuelos. Es un guiño para mi familia” puntualizó Cabrera sobre el nombre de su disco, y desde allí presentó “Pollera y blusa”. Prosiguió con la luminosidad y el necesario recitado de “Oración”, recibida con fervor y aplausos. También emergió la fantasía de “Imposibles” y la nostalgia de “Puerta de los dos”. En un instante de conexión innegable “El tiempo está después” fue susurrada por los asistentes al unísono con el artista, casi como un arrullo colectivo.
Para cerrar el show, Cabrera eligió un puñado de canciones muy celebradas “Buena madera”, sobre el oficio de su hermano carpintero y la hondura de “Te abracé en la noche” que conmovió a muchos. “Otra dirección” que cierra “432” menciona la congoja de las mudanzas, fue también la que clausuró oficialmente el encuentro. Como bis, desde sus inicios, recreó “Méritos y merecimientos”, tal vez por su mérito sea ampliar el cancionero rioplatense con piezas irrepetibles y profundas, Cabrera merece el aplauso del público. Y así sucedió en Vinilo, porque este hombre pequeño de canciones enormes, fulgura en su guitarra hecha verso.