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El pianista entrerriano presentará esta noche su producción más reciente en la sala sinfónica del CCK. En un formato de trío, junto a Fenando Silva y Luciano Cuviello, se sumerge en un universo más vinculado con el jazz, aunque con reminiscencias nativas. En un silencioso bar porteño, el “Negro” dialogó con FolkloreCLUB sobre su actual trabajo, la necesidad de austeridad y la riqueza del encuentro con el otro.
Tu disco anterior, Orillanía, está más ligado al folklore. En “Calma”, el más reciente aparece una sonoridad donde prima lo jazzístico ¿Qué te motivó a hacer este giro de sonoridad?
Es importante señalar el hecho de que paralelamente sigo transitando esos caminos. Quise tener esa experiencia de abrir esta otra ventana a la hora de la composición y en mi formación también como pianista. Me parecía que estaba bueno darme la oportunidad de frecuentar la situación de la improvisación de una forma deliberada, estudiarla. Nunca lo había hecho tan en profundidad.
Empecé a componer hace unos quince años atrás imaginando que alguna vez en mi vida tendría un trío. Y antes también. Fue dándose muy paulatinamente: primero el conocer a Fernando Silva, con quien venimos tocando hace muchísimos años dentro de diferentes proyectos. Después, frecuentando la facultad de música de la Universidad de Villa María, donde he ido muchas veces a dar seminarios, conocimos a Luciano Cuviello. Cuando lo escuché sentí que él era la persona y que había que provocar el encuentro. A partir de ahí, comenzamos a trabajar y es cierto que tiene un sonido de jazz en cuanto a la orquestación, pero yo no me siento un pianista de jazz –en el sentido de que no conozco el lenguaje con tanta profundidad-. Sí tenía ganas de ahondar en la improvisación. Yo no sé para qué lado va a agarrar el trío. Este es nuestro primer repertorio: canciones que son simples desde las melodías.
Podrían integrar la banda sonora de alguna película…
Sí, son como viajes. Tienen un desarrollo. Incluso, los nombres son bastante elocuentes. Muchas composiciones las geste en un estado que vi que estaba manifiesto en el nombre. El ejercicio fue primero tratar de tocar de la forma más austera y despojada posible. Ahí se corre de lo que más habitual en el jazz. El ejercicio fue limpiarnos de un montón de artilugios que tenemos, de fantasías que tienen los instrumentos y que muchas veces terminan saliendo al frente de una ausencia de algo más sustancioso, tapando eso que no hay con un montón de artilugios. La idea era que sonara la melodía simplecita, como había sido escrita. Tuvimos que tocar mucho ese concepto para fluir dentro de él, porque es muy tentador ir hacia lo no austero. No digo que lo hayamos logrado, pero vamos hacia ahí.
¿Y cómo apareció la necesidad de la calma?
Siento que calma es el inicio para producir otras cosas. Por una serie de procesos sentí la necesidad de parar y redireccionar mi vida en muchos aspectos. Ahí apareció la necesidad de la calma y de ciertas prácticas que van hacia el parar la cabeza. En un momento conocí a un maestro de meditación que instaló en mí una práctica cotidiana, además de cosas tan simples como ir a ver el atardecer. Vivo a media cuadra de un muelle y voy varias veces en la semana.
En el día de la música, que fue el miércoles, dialogaste con estudiantes de la EMPA y el SADEM ¿por qué generás estas instancias de diálogo con colegas en fomación?
Creo que cada cabecita es potencialmente una gestadora de una lógica posible desde la cual construir esa arquitectura de la música y de un grupo de chicos que estudian en la misma universidad, aunque todos estén recibiendo la misma formación, cada un probablemente traiga de su casa y de sus vivencias en la calle, un bagaje que va a hacer que tenga una lectura diferente de esa información que le están dando, y con eso va a producir una cosa diferente. En ese sentido, hace bastante tiempo, tengo la conciencia de que no hay edades para la música. Es errado ponerse en la actitud arrogante de que por tener tal edad, voy a saber más que el otro o de que hay cierta edad para estudiar música. El proceso creativo es tan particular, muy de cada uno. Por ejemplo, desde hace siete años hago un ciclo en Paraná. Lo inventé para llevar a gente que admiro y darme esos gustos. Muchos son más jóvenes que yo, y de cada encuentro quedo impregnado y también aprendo otras lógicas. En esas fechas, tocamos el repertorio del invitado. Y en esas convivencias, donde se van a Paraná para ensayar y armar el concierto, sucede naturalmente un intercambio a nivel verbal –“¿ y cómo armaste esto?, ¿y cómo construiste esa melodía”-. De cada uno de esos encuentros quedo con muchos aprendizajes y cosas que después adopto para mis propios proyectos. Y de los encuentros con los estudiantes, siempre me llevo algo. Esto no tiene que ve con especular ni con sacar partido. Creo que gestar un vínculo ya es una devolución hermosa, estar una tarde ahí, generar un vínculo de afecto.
Las salas del CCK son muy particulares ¿creés que el lugar le aportará un plus al concierto?
Sí. De las salas que tuve la suerte del conocer en el CCK, he estado en la ballena, en algunas oportunidades y en la sala Argentina, que es a la que llevaremos “Calma”. Siento que es la sala más camarística y más acorde para este proyecto. Entonces cuando fui a hablar el CCK con Gustavo Mozzi le pedí, particularmente si existía la posibilidad de tocar ahí, y él encontró una fecha posible. Es una alegría porque siento que es una sala en la que se puede tocar con un volumen muy tranquilo y donde todo se va a entender.