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Peteco Carabajal anunció la formación de Riendas Libres, un trío con su hijo Homero y Martina Ulrich, su percusionista de cabecera y aunque eso no hacía pensar en un cambio de vereda tal vez era de esperar que además de las canciones nuevas la formación tuviese alguna sorpresa de esas que el gran Peteco siempre aporta a la música popular del país. “El amor como bandera” tiene temas de manufactura propia, siempre en clave de chacarera, aunque con algunas canciones de corte más trovador si se permite el término.
La placa inicia con una chacarera que le da nombre al disco, con Peteco en la voz, en la cual el santiagueño elabora una idea del amor universal casi como si quisiera reordenar los desordenado del mundo: “Más antiguos que el dinero son el barro y la semilla/las montañas minerales/los árboles que respiran”, canta. En “Flores y chacareras” también da cuenta de su estirpe santiagueña, lo mismo que en el “El río y los sueños”.
Del rasguido de chacarera a los temas introspectivos, con Martin Ulrich a cargo de los parches, con Homero Carabajal en la guitarra, los coros o la primera voz y con Peteco proponiéndose como uno más dentro de un trío que resuelve en buena forma su propuesta.
El disco pierde consistencia en esas canciones donde prima el punteo de la guitarra, pero la recupera en las chacareras, el ritmo que -se nota- más siente el grupo y donde puede lucirse con arreglos simples, a veces dos voces, a veces con una y a veces con dos voces al unísono, en un hecho que tal vez conspira contra la potencia de algunas canciones. Hay un trabajo cuidado desde lo musical, con extensas sesiones de guitarra eléctrica y con el tono agudo de Homero dominando algunos pasajes, tal vez los más bellos del disco.
Un experto productor discográfico -que produjo desde León Gieco, hasta Atahualpa Yupanqui pasando por Mercedes Sosa- diría que al disco le falta “la canción”. Es más, el trabajo aparece como una gran canción, con ritmos que mantienen la misma tónica y sin una que pueda dar la cara por el trabajo, a pesar de lo cual es un disco que se ajusta a la expectativa de un autor como Peteco, que siempre aporta al cancionero popular.
El dúo Peteco-Homero en versión vidalera con guitarra eléctrica en “Soy de Los Lagos” está entre los puntos altos de un disco parejo en el cual se lamenta la pérdida de los años idos (“El fin de la infancia”); se teje el misterio de la vida (“Gracias al vacío”). “Abuelos dónde están/vuelvanme a mirar y entregar mi niñez/ver el niño que fui”, canta Homero en “El amor, el tiempo y la muerte”. En “Chacarera del tiempo” Peteco hace parar a todos para bailar pero también para reflexionar sobre la vida, la muerte y la urgencia de amar, acaso de el concepto madre sobre el cual guira el disco.