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Con sus 10 bailarinas vestidas como paisanas, Marcelo Tinelli abrió su programa de la semana pasada mostrando un poncho negro, una versión supuestamente moderna de esta prenda comprada -dijo- en su último viaje a Salta. “Se parece a la capa de Batman”, bromeó el conductor para que salieran las risas burlonas de sus asistentes. La promesa era, en los papeles, hacerle honor al folklore en el popular y también polémico "ShowMatch. Bailando por un sueño" donde, además de las coreografías abundan las peleas entre los concursantes y algún ex de la tribuna, entre el jurado y el público y entre los coreógrafos y los jueces. En el medio de ese “todos contra todos”, el folklore hizo su aparición justo un día antes del “Día del Folklore”, aunque nadie advirtiera esa fecha.
En líneas generales, no hubo modo de subir al género a un lugar de protagonismo. El show se fagocitó cada noche cualquier intento de dar a conocer el sentido de la danza folklórica, tan profunda y significativa, tan importante en sus gestos y en su coreografía original.
Gisela Bernal y Nicolás Villalba bailaron una chacarera interpretada por Chaqueño Palavecino, con un truco sobrio y un puntaje alto del jurado. “Qué lindo es escuchar folklore, me emociona”, sobreactuó Tinelli después de la actuación de Sentires, coreografía de malambo mediante, ritmo que hace dos semanas puso a Malevo en el centro de la escena del prime time de Canal 13. La producción le dio a esa pareja 45 segundos para vestirse y bailar una chacarera de la cual salieron airosos.
Por lo general, las devoluciones del jurado de “Bailando por un sueño” ponen en escena una realidad: la falta de conocimiento sobre el género. Cuando se trata de un ritmo extranjero todos opinan con propiedad, hablan de él con pelos y señales, pero nada dicen del folklore más que “me gustó o no me gustó”, generalidades para salir del paso.
El programa desnuda también la falta de conocimiento de los participantes. Lo anuncia como “el ritmo más temido por todos”, dicho por el propio Marcelo Tinelli, como si les diese temor el zapateo y el zarandeo o el ocho del pañuelo. Un ejemplo: Federico Bal bailó “Zamba por vos”, la joya de Alfredo Zitarrosa interpretada por Soledad, en una adaptación sin la cadencia que pide esa zamba, sin zapateo y con más dibujo de pañuelos que interpretación real. Esos aires coreográficos se trasladaron a la mayoría de las parejas.
Párrafo aparte para el vestuario, no tanto por lo osado de algunas bailarinas sino por lo desubicado de ciertas vestimentas ajenas al folklore. Jamás se ha visto en ningún rincón un gaucho con una bombacha con flecos. Se aceptan innovaciones de todo tipo en cualquier ámbito del arte, pero para renovar no hace falta disfrazar a nadie de indio apache. Juan Saavedra y sus sobrinos Koki y Pajarín pueden dar cuenta de una renovación sin apartarse de la tierra.
ARGENTINA BAILA
Este fin de semana marcará además el regreso de Argentina baila, el concurso que el año pasado se anunció con bombos y platillos para transitar sin pena ni gloria por la pantalla de la TV Pública. Con más lentejuela que otra cosa, defraudó en su doble apuesta de ser un concurso de baile y, al mismo tiempo, un espectáculo televisivo con danza en vivo, con fallidos segmentos de entrevistas y sin una pizca de emoción. Será otra vez con la dirección coreográfica de Ricky Pashkus. Buscará su revancha apostando por la misma fórmula.
Aunque la conducción de este envío recae en Maia Sasoski, quien ha oficiado de presentadora de varios festivales de folklore, el programa navegó el año pasado en un intento por ofrecer un espectáculo pero con un jurado que no logra explicar por qué un bailarín o una pareja sigue en carrera o se vuelve a su casa. Aquí también hay cierta falta de conocimiento respecto de algunos detalles del género. Eso ocurrió hasta con los jurados invitados.
En ese contexto, durante 2016 el programa no pudo pintar al género con trazo propio. Más bien le dio formas extrañas con las cuales lo convirtió en una caricatura antes que en un retrato.
MORFI, LA PEÑA
Una gran mayoría de quienes no son fanáticos del género creen que el folklore musical se resume en un grupo de guitarreros ebrios gritando consignas camperas mientras revolean un poncho. No saben que detrás de los intérpretes y los autores hay sueños y dolores, hay caminos que han pisado mil veces, realidades de un pueblo, de un grupo o región que algunos tratan de sintetizar en los tres minutos de una canción.
“Morfi, la peña”, la versión dominguera de “Morfi, todos a la mesa”, el envío que conduce Gerardo Rozín, logró lo que ningún otro programa desde hace muchísimo tiempo en la televisión argentina -que desde la salida de Soledad Pastorutti no tenía un programa dedicado al folklore-: que el género sea un retrato y no una caricatura dibujada con trazo gracioso para burlar el contenido.
El programa de Telefé logró sacar de esa casilla clásica al género, tal como lo considera la TV, para sea él mismo quien busque su espacio. Con el formato de una peña, pero sobre todo con respeto, el programa de los domingos logró además la emoción, punto al que nadie ha llegado por considerarlo, tal vez, un género menor al que hay que acudir como un separador, solo para darle descanso a otros.
Han pasado por él desde el dueto de Jairo con Juan Carlos Baglietto hasta la sensibilidad de Nahuel Pennisi (intérprete de la cortina del programa); la interminable familia Carabajal, incluidos los mellizos de Peteco; Los Manseros Santiagueños, Abel Pintos, entre tantísimos otros. Un detalle: cuando actuaron Los Midachi lo hicieron imitando a Los Chalchaleros, con Facundo Saravia de invitado.
En “Morfi” hay lugar para la anécdota sin que nadie suelte una risa fuera de tiempo desde atrás de cámara; hay espacio para la nostalgia de las canciones -y para las canciones-; existe un lugar para la emoción del propio conductor y para una charla con los invitados. Hay espacio para una charla en la previa y para una canción de fogón. No hay apuro ni faltas de respeto. Parece lo mínimo indispensable a la hora de pensar en un programa que difunde el arte. Pero en los tiempos que corren la normalidad se convierte una virtud.