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Poetas sin pluma, son los últimos transmisores de la palabra hablada en un mundo que paulatinamente las desprecia en pos de la fugacidad de la imagen. Trovadores. Juglares. Decidores. Cantores. Un poco periodistas, un poco contadores de historia, los payadors celebran su día este 23 de julio, por un 23 de julio histórico, el día en que Gabino Ezeiza, el inmortal Negro Gabino, sostuvo una memorable payada con Juan de Nava, en 1884, en Uruguay. Por la gestión de dos emblemas de la payada, Roberto Ayrala y José Silvio Curbelo, se declaró Día Nacional del Payador.
Distinto a un poeta, diferente a un cantor, pero todo eso al mismo tiempo, el payador está obligado a comprimir en rimas un sentimiento, un paisaje, acaso un dolor, una denuncia política, una pena compartida, tal vez una alegría. Los payadores les ponen palabras al silencio y voz al sufrimiento. Son el otoño amarillento de las hojas, son lamentos del paisano, son alegrías del obrero, son la ternura del abrazo. Deben tener esa extraña virtud que difícilmente se gane con ejercicio y gracias a la cual saben tejer versos casi filosóficos en el breve instante en que su pensamiento se los conduce hasta la lengua.
La palabra que los nombra no tiene un origen preciso. La versión más difundida es que en Castilla, España, el campesino era llamado "payo", mientras que en Cataluña (España) era llamado "Payés". Fue Santos Vega el más legendario por estos pagos que con el correr de los años y de los versos se convirtió en el prototipo del payador. Varios son los ritmos que se emplean para las payadas: la sextilla, la cuarteta, valsecitos criollos, vidalita habanera, pero la más usada es la décima octosilábica.
CON EL VERSO EN VILO
“El payador existe desde antes de que ese hombre llamado Gutemberg inventara la imprenta. Yo le canto al pueblo, con las palabras que habla el pueblo”, decía el payador uruguayo Gustavo Guichón en una entrevista conjunta con David Tokar, Carlos Marchesini, Nicolás Membriani y Argentino Luna, en 2009. Para Luna “el payador va ser el gran cantor cuando el mundo salga del entrevero de sus inventos. Va a tener que despojarse de todo y buscar la palabra desnuda y ¿quién la tiene?, entre otros, el payador”. Y se extendía: “Los cantores repentistas son caricaturistas de lo existente.
Atahualpa Yupanqui decía que para el que mira sin ver, la tierra es tierra no más. Pero no es tierra no más; es gaviota, es hombre trabajando, es pan, es surco, es transpiración, es fruto maduro. No es la tierra, es la vida. Bueno, esa descascarada forma de ver la vida es el arte del payador”, resumía el recordado cantor surero.
“Cuando uno hilvana distinta métricas, ahí está la sapiencia del payador, la esencia del verdadero payador. La décima, la de los 10 renglones, es una de las métricas más difíciles inventadas en España por Vicente Espinel. Pero a mí hay una métrica que me encanta, la sextilla, con la que payé de gurí. Me da la posibilidad de nombrar una palabra que no tenga consonante abajo, pero tengo cuatro líneas más para trabajarla”, explicaba Guichón.
Una máxima para todos los payadores es andar. “Si no estuve en Corrientes no le puedo cantar a un correntino. No puedo cantarle a Salta si no conozco el sabor del acuyico. Si no anduve el Valle del Río Negro no le puedo cantar a esa gente. El camino es el que enseña, los versos están escritos en el tiempo”, decía Guichón y recordaba la payada que había perdido con José Curbelo en Necochea.
“Curbelo es el más grande payador de todos los tiempos”, le reconocía. Curbelo, como Guichón, viaja asiduamente a Italia, Suiza, Cuba, Brasil y España, entre otros países.
“Si vas a los lugares y no ves a la gente, no vas a cantar al paisaje. Atahualpa Yupanqui decía que la tierra, cuando señala a sus elegidos, los señala para su sacrificio y no para su vanidad. Esa es la razón del payador, por lo menos la mía”, dice Carlos Marchesini.
EL ARTE PRIMIGENIO
La inmensa cantidad de payadores nos obliga a obviar todos los nombres, pero no nos da derecho a negar que son fueron aquello los que siguen pariendo generaciones de cantores con palabra improvisada. A un lado y al otro del ancho Río de la Plata el arte del payador supo echar raíces. Flameó majestuosa su poesía a flor de labio bajo el cielo esperanzado de la patria nueva y fue la forma de expresión poética en un mundo que, para el campesinado, carecía de ella. Algunos dicen que el primer payador largó sus versos hace más de 3000 años.
Nuevas y viejas expresiones enarbolan la palabra como eje y la repentización como madre. “Los raperos, derivados del rapsoda, son payadores. Los morenos de Nueva Orleans son payadores. El trovero, el aeda. No servimos para el poder; somos un átomo que puede explotar en cualquier momento”, le decía el gran Gustavo Guichón a este croniosta allá por 2009.
Los payadores tienen representantes de todas las edades y de ambos sexos. Es que el arte repentista no es sólo para los hombres. Ellas también se dedican al canto repentino y tiene representantes de todas las edades. De la experiencia de Marta Suint a la juventud de Nahir Mercado, de Micaela Baptista. Araceli Argüello, Liliana Salvat, Verónica Remeiquer, Susana Repetto, entre tantas otras, levantan bien alto la bandera de la payadora. Suint tiene tres libros escritos sobre el misterio de la payada.
De Nicolas Membriani, una especie de niño prodigio de la payada, un profundo observador consagrado en la especialidad que inventó Guichón: el floreo poético después de la jineteada, hasta David Tokar, un excelente payador de carácter introvertido, siete años mayor que el joven de Rojas. Carlos Marchesini asoma por encima de ellos. Lleva más de 30 años en la payada profesional y cantó en el Luna Park con Nelly Omar, como antes lo había hecho con José Silvio Curbello, el mito vivo de la payada y con Roberto Lemblé, entre otros. Allí están: tres generaciones de payadores que muchas veces comparten escena.
Primer misterio a resolver, si el payador nace no se hace. “Vaya a saber qué salamanca le habrá tocado el vientre a la mama de uno, como para que nazca la poesía sin hoja, el canto sin atril; el que nace y muere en el momento y va a parar al cofre del viento. Y es el canto más libre. Por eso no hay nadie más libre que el payador, que tiene que aprender con la gente de la calle”, decía Guichón.
LA DIFERENCIA ENTRE IMPROVISAR Y PAYAR
La payada requiere de dos personas que confronten, porque es una esgrima verbal. Un improvisador dice verbos repentistas pero sin confrontar con un compañero. Cuando se encuentran dos opiniones diferentes toma forma de payada. “La caída de la popularidad del payador puede deberse a las mal llamadas payadas de contrapunto, donde se pierde el respeto de lo que es el arte en el escenario. El payador debe tener mensaje. Yo ando solo como peluquero nuevo, pero no caigo en la chavacanería. La payada no debe ser una pelea de perros”, se quejaba cierta vez Gustavo Guichón. “El contrapunto de ideas está bien; yo digo que es mejor el invierno y vos que es mejor el verano y ambos argumentamos por qué”, opina Marchesini.
“El payador debe montar a cada rato un potro sin pedirlo. Y es un trapecista que se tira sin red y no se puede golpear”, avisaba Guichón, fallecido en Salta el 26 de julio de 2016. “El payador es voz de los demás. Sos lo que quieren del payador: que cante la rebeldía, que cante la necesidad, que cante el dolor de los demás. El payador canta a la vida: los hijos, los futuros, el país. Son infinitos los temas del payador”, decía Marchesini.
Juan Carlos “El Indio” Bares, Héctor Umpiérrez, Luis Alberto Martínez, Carlos Molina, el mítico Martín Castro a quien llamaban el payador anarquista y tantos más que han dejado una marca en la memoria del pueblo y han ayudado a construir una herencia aventurándose en el pulso de un verso, cortando el aire con una milonga, improvisando un recitado o dándole al viento el arte sonoro de los diez renglones. Allí es preciso saber que no son ellos los que cantan, sino la tierra milenaria la que está diciendo su poesía.