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Notas
CRÍTICA DE DISCOS


18/07/2017

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RECORDAR


Seleccionamos tres discos de jóvenes que pertenecen casi a la misma generación y proponen estéticas distintas. De lo más tradicional a composiciones que parten del folklore y se abren a un aire de ritmos latinos, de mixturas con otras músicas como el jazz y el flamenco, le abrimos la puerta a clásicos y modernos, a canciones propias y a clásicos.

 MERY MURÚA / Sal / Sello: Latitud Sur 
Grabado en vivo, este tercer disco de la cordobesa mezcla sus canciones (“Tu mama calma”, “Mandarino”, “Sal”) con otras de grandes autores que van del ex Almedra y Aquelarre Emilio del Guercio hasta Cuchi Leguizamón.

“Resolana” en el límite entre el jazz y el folklore con la poesía profunda de Jaime Dávalos abre el disco. En esa misma línea, sigue con una canción propia que suena a arrullo y que Mery canta afinadísima (“Tu mama calma”). Guitarras flamencas y el cante de tablao de Nora Rodríguez para una versión muy particular y muy buena de “Luna de Targatal”, el clásico del Chango Rodríguez, cantado a media voz por ella y por Mery, con el respaldo de los Alma Mora.

El disco tiene tiempo para todo, pero sobre todo para decir que la canción cuenta más allá de uno, siendo el intérprete apenas el instrumento por el cual pasan los sentimientos que sintetiza una música y una letra. Mery está ahí para refrescarnos esos paisajes de “Que seas vos” (con Franco Luciani de invitado), para hablar de la lucha pisoteada por las dictaduras de “Te recuerdo Amanda”, de Víctor Jara; para animarse al bello chamamé “Río rebelde”, la joyita de Cholo Aguirre, que canta de forma extraordinaria; y mostrar en clave de jazz su “Mandarino”, pleno de flores y gorriones en medio del invierno. Dos yapas, “La zamba de la viuda” (de Leguizamón y Castilla) y “Garúa”, el clásico tanguero de Troilo y Cadícamo.

La gran cualidad vocal de Murúa se pone al servicio de las canciones sin ponerse por delante de ellas, dejándolas ser en ese espacio misterioso de música y letra en la cual se forjan, viven y dicen.   
    
 JUAN MARTÍN DI SALVO / Resolana / Sello independiente 
El cantor de Adrogué lanza su primer disco tomado de la raíz aquellos autores que de alguna manera lo han traído a la música folklórica. Así, el joven se pasea por un repertorio de autores clásicos de diferentes puntos del país con los cuales abraza la poesía ribereña de Chacho Müller, visita la vieja Santiago del Estero de Andrés Chazarreta, de Carlos Carabajal y los hermanos Díaz, sube hasta la Salta poeta de Jaime Dávalos en la canción que nombra al disco, reversiona “Zamba de mi pago”, de los Hermanos Ábalos; narra poemas en “Vallecito”, canta la vida orillera en “Pescadores de mi río” (de Chacho Müller) y viaja al sur más surero de todos, el de Omar Moreno Palacios para la amorosa “Nunca te dije nada”. También se permite la zamba en “Criollita santiagueña” y ritmo en “La Pedro Cáceres”, donde resalta la armónica de Franco Luciani.   

Entre las referencias de Di Salvo hay un segmento dedicado a Horacio Guarany, con buenas versiones de “Guitarra de medianoche”, “Cuando ya nadie te nombre” y “Volver en vino”.   

En las guitarras de Hernán Fredes y Juan Manuel Avilano se explica el gusto del cantor por la canción criolla, que sintetiza en “Lejana tierra mía”, de Gardel y Lepera, pero que es también un concepto en un disco bien criollo que no necesita más que de la canción bien cantada. Porque si bien la placa es una paleta de ritmos, Juan Martín avizora un punto de encuentro en todas asumiéndolas desde la potencia poética de cada canción, sin parefernalia ni fervores sino con la palabra bien dicha, con la poesía justa, con la melodía que sea capaz de decirle a uno de dónde viene pero, sobre todo, hacía dónde va.  

 GUSTAVO ECCLESIA / Canción de ida / Sello independiente 
Gran cantor y buen compositor, Ecclesia da cuenta de esas cualidades en su primer disco solista, en el cual se despega un poco de una idea clásica de folklore pero sin soltarse de la tierra. Todas canciones propias, lo abre con una “La cumbia charanguera”, un ritmo latino que continúa en la canción que le da nombre al disco.

Cuando se pone más reflexivo recupera la idea del cantor por sobre el sonero con el que parece arrancar el trabajo. Se mete en el folklore con un gato, con el piano de Andrés Pilar al estilo de Adolfo Avalos. Un vals (“Sirena”), una canción de fogón en la que Ecclesia canta: “Anda buscando en el vino rescoldo de madrugada” para hablar del “Cantor de la noche”.

Es con esas canciones basadas en bellos arreglos y una exacta convivencia de instrumentos (a veces violín, a veces bandoneón, a veces armónica) que el joven de Salto va generando una curva dramática de subidas y bajadas de tensión; del arranque latino a las melodías delicadas de “Una flor” o “Un pájaro en mi ventana”, otra vez a bailar con “Las cosas son como son”, vuelta a pensar con “Duele” y a moverse nuevamente con “Los hombres verdes”, con hermosos arreglos de bronces y una dura crítica a ciertan parte indolente de la sociedad.  

El trabajo tiene un diseño muy original y un empaque de lujo, pero su mayor capital está en las 12 canciones que Ecclesia compone y canta. Pueden resultar de cualquier forma en quien las oye, pero son suyas. Y eso no puede quitárselo nadie.


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