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El 29 de junio se 2004 se apagó en Córdoba una de las voces fundamentales del canto folklórico argentino que ayudó también a consolidar un estilo dentro del género: Gerardo López. Había nacido en Salta en 1934 pero en el verano de 1959 supo que Unquillo, a 25 kilómetros de la ciudad capital de La Docta, iba a ser su lugar en el mundo, el que miraba por última vez el 29 de junio de 2004.
Gerardo Ramón “Negro” López empezó siendo monaguillo y soñaba con jugar al fútbol. Terminó siendo una de las voces más genuinas, características y coloridas del folklore nacional, un hombre que además dejó su marca como autor y compositor de más de 30 canciones.
En 1953, María Angélica Córdoba de Díaz, profesora del Colegio Nacional, formó un conjunto para la escuela pudiera concursar en el teatro Alberdi de la ciudad de Salta. Fue en la casa de Carlitos que empezaron a jugar con las voces que con los años iban a diferenciarlos de otros dos grandes de la época: Los Chalchaleros y Los Hermanos Ávalos. Ganaron el concurso, por supuesto y supieron que allí había empezado una historia.
Eso que había nacido como una travesura a la que le asistieron dos amigos de la infancia con Carlos Barbarán y Emilio Solá, amigos desde los primeros pasos en su Salta natal, dejó paso -retiro de Solá mediante- a que el trío de amigos pasase a ser un cuarteto con las incorporaciones de Juan Carlos Moreno y Eduardo Madeo, amigo de Moreno, bombisto y ex integrante de Los Coyuyos.
Tres años más tarde Barbarán dejó la formación y entró César Isella. Lo de Gerardo López no era ya un sueño adolescente, sino parte del destino.
Con Isella Los Frontertizos tuvieron su mayor suceso y su mejor registro musical, con una novedad: mandaron a la voz aguda a cantar sobre la melodía, con un primer y segundo barítono mientras el bajo se repartía entre la compañía y sus fragmentos solistas.
Llegaron a Buenos Aires con un bailecito de Pajarito Velarde “Vuelve Cholita”. Era el comienzo de un éxito inusitado que empezó con el primer registro en el sello TK, en enero de 1954, año en que salieron al aire en radio El Mundo, en tiempos en que todo el país estaba prendida al dial. Con tres guitarras y un bombo, un colorido juego de voces y grandes composiciones, pero sobre todo con calidad en la ejecución de los instrumentos y en el canto, empezaron las giras, los aplausos multiplicados en los festivales y las puertas abiertas hacia Europa, Japón y Estados Unidos. Llegaron a tocar en el Vaticano -se reunieron a puertas cerradas con el papa Pablo VI-, adonde llegaron con la Misa Criolla en compañía del creador y de otro salteño: Ariel Ramírez y Eduardo Falú, con quienes han dejadon hermosa versiones (“Agua y sol del Paraná”, por ejemplo).
También registraron el disco Misa Criolla, que terminó de consolidar una sospecha: Los Fronterizos eran la marca registrada del país en el exterior: ya en 1970 en Alemania, la voz solista y emocionada del Negro López se acompañó con Domingo Cura, Jaime Torres y Ariel Ramírez. Ese mismo año llegó el broche de oro: en 1970 se presentaron en el “Carnegie Hall” de Nueva York. Luego llegaron Ámsterdam, Bruselas, Sttutgart, Bonn, Berlín, Canadá, Bolivia, Perú, Ecuador, Uruguay, Chile, Paraguay, México. La compañía que los había contratado fabricaba casi exclusivamente los discos de Los Fronterizos, que vendía como pan caliente.
Con Ramírez llegó el litoral al repertorio del grupo: “Los Inundados” y las composiciones de Linares Cardozo se sumaron a las de Falú-Dávalos, a las de Castilla y Leguizamón y a otras que todos cantaban como “La zamba del indio muerto”, "Mi burrito cordobés” del propio Gerardo López y un manojo de zambas entrañables como “Tristecita”, de quien fuera su padrino de casamiento: Horacio Guarany.
Tras 10 años, Isella deja el grupo y entra por él Eduardo Quesada. El grupo ya no era el mismo. Las rencillas internas llevaron a la salida de Madeo (reemplazado por Omar Jara) y un golpe que significaría el fin de una etapa: el litigio entre López y Moreno por la titularidad del nombre del grupo. La justicia le otorgó la razón a Moreno, que había entrado tres años después de la formación y López formó entonces Las voces de Gerardo López, con Jara y Quesada. Juan Carlos Moreno, entretando, rearmó el grupo con César Isella, que retornó al conjunto, que sólo tenía el nombre de aquellos años dorados; le faltaba la primera voz de Gerardo López.
El destino iba a unir a Isella y López en 1999 para un inolvidable concierto en un colmado Chateau Carreras, en Córdoba. César se apuró a aclarar. “Somos los ex Fronterizos”, pero la magia estaba intacta en esa formación de Quesada, Madeo, Isella y, claro, la voz intacta de Gerardo López, con Moreno viviendo en Estados Unidos. Sin Isella, graban un disco que tenía aires de regreso definitivo: “Nuevamente juntos 2000”, que lo presentaron durante ese año, con la magia de una voz única y el nombre de quienes habían iniciado el llamado boom del folklore. Ese es el último registro de la voz de Gerardo López.
Monaguillo, futbolista y cantor
A los seis años se inició como monaguillo y hasta los 10 asistió al cura en las misas. Pero su pasión infantil fue el fútbol y eso lo ponía siempre cerca de la pelota. Su ídolo era el riverplatense Loustau, integrante de la famosa máquina del club de Nuñez: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau.
López ingresó a la escuela secundaria para recibirse de perito mercantil. Pero el torrente de la música le empujaba dede adentro. Vio que su amigo Carlitos Barbarán había aprendido a tocar la guitarra y él también quiso propbar el rozar de las cuerdas por las llemas de los dedos. Lo guió el maestro Eduardo Ledesma y en poco tiempo él también estaba en la ruta sin vueltas de la canción.
“Mi vieja me decía que lo primero que había que hacer en la vida era ser gente. El ser cantor es un accidente: unio puede cantar lindo o feo, alto o bajo y el éxito viene y va, pero ser buena persona tiene que durar toda la vida”, decía en una entrevista televisiva. En cada aparición pública, el Negro Gerardo López agradecía y cantaba, como sabiendo aquella máxima de Yupanqui que decía que quien canta está rezando dos veces, a Dios y al pueblo.
Grabó más de una veintena de discos con el grupo que creó y dejó registro también con Las Voces de Gerardo López, con quienes animó varias noches alegres de Cosquín. Participó de varias películas (dos filmadas en la ex Unión Soviética) y giró por escenarios de todo el mundo. Tenía en su canto el silencio secreto del chaguanco y la fiesta encendida del carnaval carpero. Tenía 70 años cuando murió. Sobre su féretro colocaron el poncho que llevaba siempre consigo, el poncho que abriga para siempre a un cantor irrepetible del cancionero argentino.