Cuán inmensa es la obra de este compositor que una artista graba un disco homenaje y 18 años después la misma artista reincursiona en la obra del mismo compositor para recrearla, esta vez en clave camarística. La artista, Lorena Astudillo; el compositor, Gustavo “Cuchi” Leguizamón. El disco, “El Cuchi de cámara”, que viene a ser la segunda placa homenaje de la cantante respecto de la obra de Leguizamón después de “Lorena canta al Cuchi”, editado en 1999.
Más madura desde lo vocal, Astudillo se propone -y cumple- con darle aires de cámara a las canciones del grandísimo músico y compositor salteño. Lorena canta sin subrayados molestos, sin invadir las letras ni ponerse por delante de la música. Simplemente canta.
Para la acometida armó un quinteto de cuerdas (Lucas Homer en contrabajo; Cecilia Isas en primer violín; Carlos Cosattini en segundo violín; Carolina Folger en viola y Patricio Villarejo en violoncello, arreglos y dirección orquestal). A ellos le sumó guitarra de Marcos Di Paolo, el piano de Constanza Meinero y la percusión de Matías Furio. Con esa formación Lorena demuestra que el ámbito académico no está disociado de la música popular. Por el contrario, puede ponerse a disposición de historias de pueblitos perdidos de Jujuy (“Lavanderas del Río Chico”, por caso).
En “El silbador” la voz de Astudillo suena cruda y se luce la amplitud de su registro vocal. La acompañan aquí los hermosos arreglos de cuerdas, sobre todo en los violines y el contrabajo, que ayudan a despegar alto a la hermosa canción del dúo compositivo Leguizamón-Castilla.
Cuando salta a la chacarera (“Juan del monte”, “Chacarera del expediente”) puede verse la huella de Adolfo Abalos en la delicadeza del piano. El rasguido guitarrero y el llanto del violín demuestran que la del disco no es una formación que le tema al patio de tierra ni a tocar una para que bailen todos en una noche peñera.
El registro de cuatro zambas (“Zamba para la viuda”, “Zamba del laurel”, “Zamba del pañuelo”, “Zamba de Lozano”) permite apreciar la musicalidad de un compositor irrepetible y el valor de los arreglos para que todo quede en su lugar, ni más acá ni más allá.
Pero no sólo de zambas vive Astudillo. Lorena puede cantar coplas como si hubiera nacido en las alturas andinas. Lo deja en claro en “Coplas del Tata”, donde se vale del silencio como si este fuese un instrumento más de su orquesta de cámara.
Incluyó también “La Pomeña” -con una sesión conmovedora de casi dos minutos de violines en el inicio- y “Balderrama”, con la voz de Astudillo en carne viva, a capella en el arranque, a la que se suman luego los parches del legüero, el contrabajo, las cuerdas todas y el piano -que tiene un hermoso solo- para un nivel musical elevadísimo, a la altura del gigantismo del “Cuchi”.
En todas las canciones la percusión es delicada cuando lo pide la ocasión y se calienta en parches cuando es preciso. Ese es otro acierto del disco, tal vez el mayor de todos: es exacto en sus recursos y no abusa de ninguno de ellos. No hay jugadas de más ni nada que le sobre. Y tampoco nada que le falte. Lo suficiente como para que la figura del Cuchi quede impecablemente representada en un trabajo antólogico.