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Estamos próximos a una nueva edición del Festival Nacional de Folklore. Por eso, la emoción es cada vez más grande, las ganas de que empiece (y se quede) se alimentan con imágenes pasadas y lo que vendrá... Lo que vendrá será mágico como siempre... Porque la ruta que va hacia Cosquín se llenará. De autos, colectivos, cualquier medio de transporte servirá para llevar(nos) los sentimientos. En trenes los que quieran ataresar las montañas. En los vehículos de cuatro ruedas, los que sentirán lo mismo escuchando discos viejos. Los más jóvenes, con lo que ahora está pasando.
La ciudad recibirá a todos con sus brazos abiertos y los que no estén así, estarán trabajando en el puesto de algún artesano. La música de raíz se respirará en cada rincón, a cada paso. Paisanas y gauchos, serán parte de la escenografía natural. Academias y bailarines y bailarinas, estarán buscando el aplauso del público pero más allá de eso: Buscarán estar a la altura de la historia. La historia comenzará noche a noche, cuando las campanas de la parroquia retumben despertando el nombre de Atahualpa. Señal para que hasta el más ateo, vaya en procesión a un ritual casi religioso.
La luna se multiplicará en nueve, iluminará desde lo alto compitiendo (y siempre ganando) a los fuegos. Que miraremos con agrado. Pero sabiendo que los reales no están allí, explotan acá abajo. Que son los que brillan y van encendiendo como escribió Galeano. Ellos le pondrán el cuerpo y la voz a la poesía, al canto. Estarán riendo, sintiendo, bailando.
El Pan de Azúcar nos cuidará celosamente, cuando el día se vaya. Nos verá volver cuando tenga que amanecer. Y lo hará despacio, casi imperceptiblemente - para que no nos asustemos- pero bailará una chacarera, se enamorara con una zamba. A la vez, será la forma de entender que se lucha por la memoria, por el compromiso, por el suelo, por el cielo. Todo lo que convierta en revolucionario al arte, al mensaje. No buscando el aplauso fácil, para no llevar a cabo “la mayor falta de respeto a la tierra y al pueblo”, como escribió en una carta hace poco Raly Barrionuevo.
Los esenciales estarán al lado, peña a peña, butaca a butaca. Como Sergio que compartirá empaparse el alma, más que el cuerpo. Entender los códigos de la música… Habrá diversidad de gustos, de búsquedas. Estarán los que quieran festejar, nada más. Pero también los que busquen lo mismo, sin olvidarse de realidades. El vino en alto será en homenaje a Horacio. Por su frontalidad que siempre será un oasis, en un desierto de los que callan. Un claro de grandeza ante la gris mediocridad. El locro llenará, y hará transpirar como cuando se baile. La sobremesa será la confirmación de alguna historia, el contar algún detalle no recordado… el compartir. Ni más ni menos, que eso. Las calles se colmarán de colores, de sabores, de una “provincianía” que respete sus costumbres, como comenta Marcelo, de un federalismo real.
El cansancio nos esperará hasta el final. Tampoco querrá quedarse afuera. Se agolpara en las puertas, entrará cerca del escenario, se pondrá con los fotógrafos que quieran registrar todo. Encuadrar ciertos momentos y hacerlos eternos. Como a Cafrune, como a Mercedes Sosa, que están en la esquina de la plaza pareciendo no moverse, aunque están hechos de historias, de instantes perpetuos. Que al acercarse movilizan hasta al más incrédulo. Nos parecerá ver el duende coscoíno y no por alguna borrachera, mientras cruzamos las calles. Sino por cruzarnos con la imaginación, a todo lo que haga posible estos segundos que quedan en las páginas de tantas y tantos. Habrá un patio que se enciende cuando todo busque oscurecer. Allí miles entenderán que el bailar entre el polvo, puede conectarnos más a la Madre Tierra. Habrá varias peñas, pero en una de ellas el sol brillará más de noche. El del Sur, donde todos podemos sentirnos parte. La identidad se construye y se defiende, más si todos vamos caminando para la dirección de los “sentipensantes”.
El río nos dará el escenario justo para chayar si hiciera falta o para descansar, lo más probable. Con guitarra y mate en mano, un fernet para respetar las bebidas de estos pagos. La guitarra pedirá silencio para que al escucharla, todos estemos cantando. El mate, pedirá que no se corte, que la ronda siga girando. La vida nos dará una vuelta más de este trago. El que nutre, el que se extraña mucho, el que necesitamos de tanto en tanto. Nos esperará este lugar, donde la belleza y el amor que se busca, se encuentra y se comparte. Porque estamos detrás de lo mismo: Respetar y homenajear nuestra cultura, nuestros trovadores, cantantes. Que vuelven del exilio, al que se van cuando el Festival se apaga -como cuenta Marcelo Simón-.
No olvidarnos en ningún momento del arte. De lo que nos mantiene con imaginación, de los que nos conmueve hasta los huesos. De los poetas de antaño y los que aparecen siendo una buena nueva, de los próceres del pueblo con bombos y cuerdas. De los que lleven lo que pasa a cada rincón del mundo. De los que estén por la mística, por la historia, por el enseñar a los que vengan después.
En Cosquín el tiempo nos hará pensarlo, de más, como nunca. Porque de golpe nos parecerá poco, corto, maleducado. Pero a la vez entenderemos que un abrazo puede parecer eterno. Que lo dejaremos en su momento, para volver a buscarlo, recordando los que no pueden darlos. Pero teniendo los mejores representantes, acá en este suelo. Los que transmitan y se conmuevan cuando las campanas suenen, e inviten hasta al más ateo. Cuando esté sucediendo lo que a todos emociona, cuando Cosquín comienza a cantar: Eso que muchos llaman Festival, pero nosotros sabemos que es el milagro.