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Media hora antes de lo previsto ante la amenaza de lluvia, el Festival de Fortines de Ranchos empezó su jornada de clausura este domingo 15 de enero con los fuegos artificiales y los locales de Awen, una banda prolija que fue de Daniel Toro a Andrés Calamaro y cerró con un final carnavalero. Apurados ante las nubes densas que durante todo el día amenazaron con descargarse sobre el suelo de Ranchos, los organizadores hicieron subir a las 22 a Pancho Escalada, uno de los números principales de la jornada, esperado por los muchos trabajadores rurales de la zona, que lo aguardaron para apretarse las mejillas en el chamamé.
Respetuoso, Escalada formó con La Yunta del Chamamé un conjunto efectivo que logró lo que se propuso: hacer bailar. No le pidan visiones revisionistas del género. El santiagueño va al punto más tradicional del 6 por 8 para lograr contundentes 30 minutos de espectáculo, con él bailando chamamé. “El Toro”, “Kilómetro 11”, “Puerto Tirol” y el público aplaudiéndolo de pie para pedirle una más.
La comisión del festival, que este año tuvo el apoyo del Municipio de General Paz, pero que agrupa a un grupo reducido de pobladores de Ranchos, debió sortear otro problema además del clima. Las dos noches del festival de Ranchos tuvieron en Brandsen -a 45 kilómetros, o sea 40 minutos de viaje- Acercarte, la movida de la provincia de Buenos Aires que monta espectáculos gratuitos de danza, lectura, teatro y música, todo gratuito. El cierre del sábado tuvo a Dread Mar I y anoche a Las Pastillas del Abuelo. “Los jóvenes de Brandsen no vinieron al festival. Incluso muchos de Ranchos se fueron a Brandsen”, contó a Folklore Club un integrante de la comisión. A pesar de eso, algo más de dos mil personas se acercaron al hermoso predio de la laguna ranchera para escuchar folklore con la amenaza de lluvia y se preguntaban si los encargados de Cultura de la Provincia no habían pensado en tratar de no superponer las fechas.
Después de Pancho Escalada se levantó un viento que le voló las polleras a las candidatas a reina del festival, todas jóvenes menores de edad que sueñan con ser las más lindas del pueblo. Ganó una joven rubia, alta, de ojos celestes; casi el prototipo de belleza universal en un concurso que no despierta emoción y parece estar de más en una fiesta auténtica y hecha a pulmón.
Dos notas destacadas de la noche; la presentación del humorista Lalo Podestá, con chistes nostálgicos y dos canciones de buena factura que levantaron las palmas y las risas del público, y la presentación del ballet General Paz, que puso en escena el cuadro “Museo de la memoria”, estuvieron entre los puntos más altos.
Una gran idea de los directores del ballet: de los cuadros salían los bailarines para un malambo, para bailar un escondido de Tamara Castro, una chamarrita de Los Musiqueros Entrerrianos, un tango en el cual se destacó la pareja solista del ballet de la ciudad, una zamba por Sergio Galleguillo, dos canciones por Mercedes Sosa (“Alfonsina y el mar”, “Juana Azurduy”). El cuadro duró unos 50 minutos, un espacio que ningún festival es capaz de dedicarle a la danza. Y fueron de lo mejor de la noche.
Siguieron Los Hermanos Farisano. Incapaces de romper la ecuación “chacarera-zamba”, se preocuparon por dejar algo distinto pero se quedaron en el intento. A Horacio Guarany le dedicaron “La vi bajar por el río” y cerraron con “La Oma” tocaba en un saxofón.
GUITARRA Y CANCIÓN
Apenas pasadas la 1 de la madrugada de este lunes, con el asueto administrativo por ser el cumpleaños 236 de Ranchos, subió Guitarreros para ponerle el moño al festival. Fórmula salteña de canto a grito pelado, con sustento en su origen peñero -surgieron en la histórica Balderrama. Arrancaron con “Que nadie sepa mi sufrir” y mostraron su poder de fuego en zambas y chacareras.
La cuarta canción fue “Árbol solo”, esa que dice “una noche de tormenta nos hizo encontrar cuando ella de un aguacero quería escapar”. Esa frase soltaron los muchachos de Guitarreros en su cuarta canción justo cuando se desprendieron las primeras y únicas gotas de una lluvia que aguantó hasta entonces a fuerza de amagues.
Pero nadie iba a esta hora a moverse de la silla. Y si lo hicieron fue para pararse, sacar el pañuelo y bailar una zamba.
Los salteños le dedicaron la presentación a los jujeños arrasados por el alud. Y cuando se fueron soltando largaron un set con clásicos del folklore, sentados, con guitarra, bombo y bandoneón. En ese formato es cuando se notó ese oficio de cantores más allá de la inicial preocupación por sonar fuerte, por cantar alto y por encantar a las mujeres de General Belgrano, de La Plata y de Berazategui que se llegaron hasta Ranchos para escucharlos.
Tanta fuerza hizo Luis Zapata, Rafa y todo el equipo que aunque se soltaron algunas gotas, el festival cerró una nueva edición sin sobresaltos ni otra humedad que no sea la que llegaba desde la laguna. Un merecido broche para un festejo que cumplió 15 años y se afianza -con trabajo y dedicación- en la agenda de los grandes festivales de música popular de la provincia de Buenos Aires.