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Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA


13/01/2017

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RECORDAR


Y un día, el Potro descansó del retozo de los años y dejó en silencio a los eucaliptus de su querida Luján. Heraclio Catalín Rodríguez, Horacio Guarany, falleció hoy a los 91 años, después de una serie de complicaciones de salud que lo habían alejado de los escenarios y lo habían tenido a maltraer en los últimos años. Murió en la casa que inmortalizó en la canción, rodeado de su hijo más chico y de su esposa.  

  EMPEZAR A CANTAR 
“Nací en el monte, donde mis pobres viejos laboraron la tierra. Mi padre hachando montes, mi madre tratando de arrancarle sus secretos de alimentos a la tierra inhóspita y dura del chaco santafesino. Yo nací allá, en el monte mismo, donde La Forestal talaba los montes, y mi padre hacha y hacha, iba construyendo nuestra niñez y nuestro tiempo, amasando hijos. Yo nací desde donde el tiempo se hace macho, desde donde las manos quedan ciegas de tanto hachar y hachar en vano el monte ajeno. Donde los niños quedan ciegos para no ver el llanto de la madre. Desde donde La Forestal te arranca con sus garfios, de hambre en hambre, el intestino. Desde allí, desde el remoto trajinar del chaco me viene arando este canto hecho alarido”, se presentaba él mismo el hombre que le cantó a todos y en todos lados.

En la cárcel de Formosa escuchó a los presos cantar bagualas. Y cantó. Cantó cuecas y tonadas con los marineros chilenos. Cantó en Portugal, en una parada del barco que había remontado el océano con trigo y carbón. Cantó tangos en los bodegones húmedos de La Boca, valses en las fondas de Barracas, zambas en el salón de los Bomberos Voluntarios y milongas en la Isla Maciel.

Aunque nunca perdió la maña, había dejado de soñar con ser bailarín: quería cantar porque era algo que tenía adentro. El cantor le bullía la sangre como un potro desbocado. Los amigos santafesinos de Alto Verde le auguraron un éxito que tardó en llegar en Buenos Aires, adonde viajó persiguiendo un amor. “Iba a los boliches y preguntaba: ´¿No necesita un cantor?´”. Cantó como mozo, cantó como marinero, cantó como colimba. Pero por consejo de su hermano se embarcó. En unos de sus viajes como marinero llegó al puerto español de Algeciras, en España. Vio pescadores y sintió en la cara la brisa del mar. Escribió. “Alto Verde querido, pueblito humilde del litoral, tus ranchos dormidos, yo sé que un día despertarán.”

Hasta que Herminio Giménez lo oyó soltar una polka paraguaya y lo hizo debutar como primera voz de su orquesta, justo cuando veía cada vez más lejos la orilla del canto. Era 1949 cuando debutó “Horacio Rodríguez, la nueva voz del Paraguay”, en el Palermo Palace, de Avenida Santa Fe y Godoy Cruz. Más tarde, cuando su mamá le contó al oído la historia de su papá, supo que por las venas le corría sangre guaraní. El Horacio se lo debe a un sanjuanino que no se despegaba del italiano familiar y mal pronunciaba su nombre.

Heraclio Catalín Rodríguez tenía 23 años el día que vio nacer a Horacio Guarany.

  VIDA DE MÚSICA 
“Nunca usé el canto para nada. Siempre he soltado el canto. El canto es un pájaro que está en mi sangre desde que nací. A los cinco años cantaba en los obrajes, con mi padre, hachero en el chaco santafesino, donde nací. Cantaba lo que veía. A los siete años sufrimos la crisis del ´30 y la langosta: comíamos maíz hervido. Nos fuimos a Alto Verde. Mi vieja me prestó a un boliche porque no podía criar 14 hijos juntos. Allí había mujeres de la noche, caballos de carrera, gallos de riña”, revelaba Horacio a este cronista, sentado en el patio de su casa, la célebre Plumas Verdes, de Luján, en una entrevista ocurrida en 2012.

“Para mí cantar es vivir. No hay que cantar para ganar plata y aplausos. Si los ganás, mejor. Pero yo sin cantar me moriría. Cuando me preguntan si ensayo digo que no, porque eso sería fabricar el canto, porque cantar es como hablar o como hacer el amor, no se puede ensayar. Se va al hecho. Subo al escenario y me salen las cosas. Soy como soy. En la vida y en el escenario soy la misma persona”, decía.

“Soy más cocinero que cantor”, había dicho Guarany en aquella charla en 2012. Más adelante dijo que es más poeta que cantor. Pero mintió ambas veces. Guarany no era una cosa o la otra: era todo eso junto. Un artista capaz de sintetizar el sentir del pueblo en una canción bella, de profunda poesía y destinada a contar algo que otros no podían. O no se animaban. Y la gente no se olvidará de eso. “Hay una alegría superior a la de los premios y los homenajes que me hacen: que la gente se para para aplaudirme cuando canto”, decía.

Horacio sabía el canto portaba un misterio. “Las cosas nacen con el hombre, lo que pasa es que el hombre es estúpido y quiere superar a las cosas que ya están en uno. Pero la naturaleza es sabia (estira la primera “a” de sabia, baja el volumen), pero el hombre quiere ser más sabio que la naturaleza y la destruye (levanta la voz, acaso enojado): destruye los ríos, el clima, los bosques, se destruye él mismo negándose a su música. La música nace con el hombre (subraya, repite la frase). Nadie le dice al correntino que sólo escriba chamamés; ni al entrerriano chamarritas; ni al tucumano zambas, ni al santiagueño chacareras; ni al salteño bagualas; ni al sureño cifras, triunfos o milongas. Pero la música nace con el hombre”.

En aquella entrevista, Horacio se despachó en contra de la solapada colonización cultural. “El hombre, en su estupidez, copia lo de afuera. Porque Latinoamérica es colonia cultural norteamericana. Ellos nos metieron el rock, el twist, el boogie boogie, la conga. ¿Cómo nos metieron eso? Con los sponsors, que son los que difunden los que le conviene. Y los muchachos argentinos que tienen que laburar, obedecen a esos sponsors. Ellos nos imponen que nuestros chicos se avergüencen de su ropa de gaucho, pero que se vistan con orgullo de cow boys norteamericanos. Les quitan a nuestros chicos la inmensa alegría de su danza. ¿Por qué la inmensa? Porque es de él. El rock es una música hermosa, pero es para ellos. Bailar con música de afuera es como masturbarse. En cambio, bailando tu música, gozás. No hay que avergonzarse de las riquezas culturales propias”, dice. Y dejó un silencio para separar la próxima frase. “Poné esto, porque siempre lo digo, pero no se animan a ponerlo”.

En 1969 se inauguró El Templo del Vino. A la reunión llegaron los invitados y empezaron a servir la comida. Lo llamativo era que no aparecía el vino. Alguien preguntó. Guarany respondió “el que quiera tomar vino no tiene más que abrir cualquier canilla”. Efectivamente, de todas las canillas salía vino. Por esa anécdota, que fue muy cierta, pasó a la historia y a veces, lamentablemente, alguien recuerda ese chiste antes que su monumental obra.

 YO VOY LLEVANDO LA PENA 
Hombreó bolsas de lino, vareó caballos de carreras, lavó copas, fue mozo, entrenó gallos de riña, trabajó de marinero. En esos boliches puebleros vio tangueros y payadores. Era simpático el niño cantando y tocando la guitarra. Cantaba milongas, rumbas y una zamba de Gardel. “A Gardel lo tengo en el alma y en la vida trato de ser como él: generoso”. Entorna los ojos, que de repente se le opacan. “No puedo odiar. Lo vi a Massera (Emilio Eduardo, integrante de la junta de comandantes golpistas de 1976) y no lo pude odiar. Y él era el que me mandaba a poner las bombas. Los milicos estudian tanto y cuando discrepan con un tipo, le mandan a poner una bomba. ¡Qué infeliz, qué pobre tipo! (baja la voz, como si estuviera contando un secreto). A mí me daría vergüenza después de tanto estudiar mandarle a poner una bomba a alguien. Ahí es cuando el hombre desciende y dejar de ser hombre para ser una mierda”.

Le vienen a la mirada los años del exilio, en México y Madrid, el día que se fue de su tierra. “Me dio vergüenza estar escondido como un perro sarnoso. Yo que sólo di amor, me tuve que ir de mi tierra. Tuve que salir escondido. ¿Por qué? ¿Qué hice? Eso no me dio odio ni bronca, me dio vergüenza, mucha vergüenza. ¡¿Por qué me echaron de mi casa, carajo!? No aguantaba el exilio y me volví”. Hace un silencio largo, como si se hubiera ido a buscar un recuerdo. Junta las manos el cantor cuando le brota una poesía. Entre anécdota y narración, como un durazno maduro, se le desprende un poema. Cuando lo dice los ojos son otros, más sensibles, acaso tristes. “¿Qué más quieres de mí?/¿Romperme el alba?/¿Hacer toda una noche en mi mirada?/No has podido matarme con mi huida/pero muero con mi patria desangrada”.

Por aquellos años de dictadura, Horacio debió buscarse lugar en los parques de diversiones, el único sitio donde podía cantar. Pero la prohibición no era inocente: su nombre apareció en todas las listas negras. Prohibido en los festivales, prohibido en la radio, sus canciones eran un símbolo de resistencia y liberación: Horacio Guarany era la voz de la América rebelde. “El peor castigo que puede haber es el exilio. El que lo inventó es muy hábil, muy hijo de puta. Pero yo no puedo odiar. Si sos bueno, te va a volver esa bondad. El malo se jode.”

En Guarany confluyen la sangre india de papá y la española de mamá. Por eso resistió. Resistió escribiendo. Cantaba en donde podía y aprendió a mirar para todos lados. Lo amenazaban y sólo después de tres atentados con bombas en su casa escuchó a los amigos que le aconsejaban, desde hacía mucho tiempo, un adiós al que se resistía. Siempre, desde niño, fue un bagual arisco para el freno. No poder entender por qué uno debe irse del lugar que ama le demoró la salida.

Vivió en México y en España. Extrañaba la tierra a la que le debía sus canciones. Fueron cuatro años en los que cantó para no llorar. Bebió vinos amargos. Y se rodeó de amigos. En Suecia cantó con la voz crispada y el alma herida: “Quise cantar mi verdad/por algo nací cantor/y me echaron de mi tierra/la puta que los parió”. Una pareja lloraba, emocionada, aunque no entendiera la letra. Alguien les preguntó por qué. “Porque no entendemos lo que canta pero sentimos el dolor que siente ese hombre”, le dijeron. “Se transmite la emoción”, decía Horacio cuando recuerda esa noche.

Hasta 1955 había sido peronista. Las reivindicaciones sociales de Juan Domingo Perón engordaron su sueldo de embarcadizo y mejoraron las condiciones: ley de despido, aguinaldo, jubilación, vacaciones pagas. Después del golpe, por consejo de José Asunción Flores, se afilió al Partido Comunista, cuando aún no era el cantor que despuntó pocos años después. En los años 90 aportó una contradicción en su visión política: apoyó al menemismo y hasta se declaró amigo del cuestionado banquero Raúl Moneta, a quien le dedicó la zamba “A don Raúl”.

 LA MAGIA DE LA CANCIÓN 
“¡Mirá qué raíz! Si tendrá años che! Debe tener 200 años”, se asombraba cuando pasaba ante la mirada de Guillermo, el árbol que inmortalizó en Yo tengo un amigo nuevo. Las tinajas de Cristofani también tienen una canción de Horacio, como su casa, como Jacinto Piedra -a quien bautizó-, como El Chúcaro, como el sindicalista Agustín Tosko. Cada momento de la vida tiene una canción y es la obra de Horacio la que trascenderá al cantor ahora que el autor se fue a vivir al silencio: Guarany compuso más de 600 canciones y grabó 80 discos.

También se dedicó al cine. En 1973 estrenó la película “Si se calla el cantor”, dirigida por Enrique Dawi, con él y Olga Zubarri. Fue Martín Fierro, pero también compuso a Don Chusco en su última película, "El grito en la sangre", del director Fernando Mussa, filmada en 2006 y estrenada en 2014, basada en su novela rural "Sapucay".   

“La vida me ha dado mucha felicidad: el único problema es que pasa muy rápido”, decía Horacio, entre gracioso y real, con esa extraña capacidad que tenía el gran compositor para decir algo en serio con la mejor de las sonrisas. Guarany no develaba el misterio. Pero era fácil saber por qué este hombre de 91 años conservaba una colosal lucidez que lo volvía implacable: Horacio era, de grande, el niño que nunca pudo ser de chico. El niño que durmió sobre los fardos de pasto, abrazado a los perros que adora desde entonces. El niño que se soñó cantor y se sabía poeta. El niño que supo que tenía el alma encordada de estrellas. Y se soltó al destino.

“Para mi componer es como hacer el amor. Está primero lo que te impacta. En la canción, el paisaje. Después tratás de entender esa inspiración y luego vas dándole forma”, decía.

Hombre de una vida intensa y apasionada, la sostuvo componiendo, diciendo y lo hará por los siglos de los siglos porque lo quiso el destino: Guarany seguirá cantando para que no calle la vida.


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