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Iván trajinó el país desde chango haciéndose cargo de las cuerdas de la banda de Tamara Castro. La esencia fiestera y la fórmula peñera de “chacarera-gato-escondido” la tiene aprendida. Con ese oficio, el santiangueño construye un disco que debe tener un cartel “No bailarines abstenerse”. Porque apunta a ese folklore más festivo que reflexivo, que a veces se ha privado de denunciar la opresión en la desesperación de cantarle a la alegría.
Tiene letras que comparte con Jorge Mlikota, el mítico autor de “Zamba de amor en vuelo” y recrea con buena mano algunas perlas del cancionero como “La arunguita” (del eterno Andrés Chazarreta), “Escondido en mi país” (del bonaerense radicado en Jujuy, Gustavo Patiño) y otras de factura más reciente como “Cosa de locos” (Mlikota-Roberto Ternán). También grabó “Origen”, una canción que nombra un disco anterior de Iván, compuesta en sociedad con Mlikota, un tema de cuestionada poética, que desentona con cierta estética de rima en las letras.
Las canciones no escarban en la profundidad de la poesía. Son picarezcas, de resolución simple, con guiños a su tierra santiagueña, con el rasguido guiaterrero y los violines al estilo Chaqueño Palavecino, con toques de bandoneón pero con poco espacio para el lucimiento instrumental. Arriba, intenso, fuerte y bailable es la fórmula de Camaño en un contexto de temas paisajísticos.
Se queda en el patio santiagueño sacudiendo los vestidos y levantado polvo. Tanto vértigo pide un descanso: lo encuentra en “Deseo”, la quinta canción del disco a cargo de Micaela Barreñeda, dulcísima voz que ofrece el primer contraste de la placa. Después, retoma la senda del baile y baja algunos decibeles pero los vuelve a elevar de inmediato.
Son diez canciones ejecutadas a velocidad, casi sin freno, en virtud del objetivo de Iván: hacer bailar a quien le ponga el oído a "De punta y hacha". Sólo eso.