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Alguien pregunta por redes sociales, de qué va el Encuentro. Porque ha visto las fotos y le causó mucha intriga. No se puede responder del todo, porque hay mística, historia, cultura, arte, amor... Tal vez la complejidad sea por la sencillez del evento. Porque ahí se dejan atrás las redes sociales, y se hacen sociales, se trabaja en red, se une con el otro, codo a codo. La tecnología no es importante. Pero sí, la conexión que significan las miradas.
Llegar al predio es llegar al disfrute y entender más sobre esto. “Que se cuide la solidaridad. Sin imponer. Nadie es dueño de nada todos somos dueño de nosotros” dice César Fernández. Y nosotros, lo más importante. Y por eso se cuida. El nosotros es Mauro, cómplice de códigos de ruta y de primicias artísticas, Federico, que se siente huérfano ante la partida (difícil que sea del todo cierta) de Fidel, que llegó en busca de contención. O Sergio, que también es su primera vez y entiende mejor el panorama cuando va “descalzo por los caminos”, como Ximena que tiene más experiencia en esto.
En esos caminos hay gente que arma las carpas (miles), que espera sin ansiedad el turno para llenar su termo, que comparte los primeros acordes y los instantáneos momentos. Que se convierten en intensos. La Pachamama está siempre presente, en los carteles, en las remeras, en la limpieza del lugar… En los cuatro elementos, que se convierten en la clave de cualquier personalidad allí: El fuego que sirve para iluminarse y reunirse; el agua… para el mate; el aire puro de las sierras y la tierra… para pisarla. Para que sea eje de energías, de la reunión de ese fin de semana.
Siempre alejado de los enfoques académicos, que sectorizan, el folklore acá es todo. Lo que suena es música de raíz popular o cualquier cosa que sea “arte popular”. Es la danza que se lleva a cabo sin competir, es bailar “Bajan” de Luis Alberto Spinetta, es Juan Iñaki que canta entre la gente y sube al escenario, es Martín Oliva que canta y baja con la gente.
AMANECER DE LOS DÍAS RELAJADOS
Hay un cartel en el que se lee: “Prohibido irse a dormir sol@”. Es casi imposible porque nadie lo hace en esta “comunidad”. Menos que menos, levantarse. Porque todos se despiertan y ya comparten. El mate, el pan casero, la música. Hay algunos que pasan de largo, hay otros que abren los ojos y el alma cuando Ramiro González canta y cuenta que los abuelos no mueren por tristeza pero sí de amor. Entonces Marcelo, le roba la letra al riojano y dice: “Estoy donde debo estar…y de la forma que quiero”.
El color del tiempo mejora si se lo comparte con Silvia o Eduardo, testigos de las primeras veces. El color del día se impone luego de la lluvia, hasta el clima se pone en sintonía, mientras los que se reparten las tareas se van preparando. Lo que se come, lo que se toma, lo que se baila, lo que se ve y escucha… Todo está hecho por y para nosotros. Inclusive el ir a cantarle sea quien sea, como Raly Barrionuevo con quien antes estaba en ronda, para que el trabajo sea más liviano. Cuando el “Negro” Valdivia empieza a presentar las bandas en el Escenario Máximo Arias, la gente lo mira como diciendo: “Gracias por esto, celador de los sueños”. Cuando baja y baila, la gente hace lo mismo pero con las palabras de Silvia Barrios que lo llama “Comandante de los pañuelos”.
Antes del Escenario Jacinto Piedra, se improvisa otro donde todos están “amuchados” para escuchar a José Luis Aguirre, trinando en los montes y no ser como el canario, que vive y muere sin saber “lo azul que hay después de los barrotes”. Tanto en uno como en otro escenario, Guido se encarga de que todo salga a como está pautado. No solo en el papel, sino dentro de cada quien. Desirée, ya lo diría: “Hay que amar mucho lo que se hace, para semejante laburo”. Siempre tan clara.
FESTEJAR LA VIDA
En el Encuentro de San Antonio, no hace falta comer mucho. Una picada sirve para alimentar el alma, si se le suma las palabras de Alejandro. Aquí no se pierden los hijos, sino los padres, que se dejan llevar por el ritmo, la chacarera, la zamba, o cual fuera. Todos somos iguales. “Por más que fuese John Lennon, todos cantamos cuatro temas” le dice a “Tuti”, Raly. El nombre es el apodo, la invitación a aprender un baile lo hace Silvia Zerbini, la mejor lectura “el” Ale Mareco, la otra forma de ver las cosas las fotos de Fede Del Prado, cuidar lo que se hace la charla de Claudia y Susana, y la manera de tocar un instrumento, como el bombo, y sentirlo parte de uno conectándose con él, Paola Bernal.
Yerba mate siempre a mano de Ariel Arroyo, "porque del más trago amargo surgen las más dulces melodías"; el celular no se tiene en cuenta porque “acá uno se encuentra con quien debe encontrarse” como piensa “Maru”. La Cruza es la mejor forma de resistir y Sebastián la buena manera de compartir. El que despierta es el calor o las chacareras y los aplausos que “son muy cerca” a las carpas. Las otras, son las que invitan a emocionarse como “la de los cumpas” que canta Mariano Luque.
Es el encuentro donde somos más libres. Porque “si no nos tocan la cultura no nos tocan la libertad”. Donde cada uno, lo vive a su manera, donde no sabemos cuánto somos. Pero no importa, acá somos historias y no números. Es el lugar donde a la enfermedad se la nombra y se le da pelea. Con “Monchi” Navarro a la cabeza, secundado por, Mery Murúa, Raly, Ramiro, Emmanuel, y quienes quieran abrazar a “Malinche”. Porque como canta “Pachi” Herrera, el amigo contagia vida, porque acá la única preocupación es cuando no se puede abrazar, si las manos están llenas de carbón. Por eso, el cartel de bienvenida reza: “Bienvenidos… y abrazados”. Porque acá se festeja estar vivos. Abrazar, que es el aleteo que cuenta Galeano que se da cuando se nace y se muere. En definitiva eso es San Antonio: Saber que hay muchos encuentros pero ninguno como este. Porque acá, entre abrazo y abrazo, entre poesías, música, danzas, risas y llantos. Acá se renace... Año a año.