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Tiene razón Chango Spasiuk. No se puede poner en palabras la sensación que transmite la música; es como pretender encerrar una nube en un frasco. Pero de algún modo se intentará narrar el concierto que este viernes 9 de diciembre Chango Spasiuk brindó para despedirse de Buenos Aires y tocar las canciones de “Otras músicas”, su más reciente trabajo donde presenta temas compuestos especialmente para películas, documentales y programas de TV.
A las 22.19 abrió el concierto con “Canción de los hermanos”, siguió con “Nazareno”, ambas de su nuevo disco. Y enseguida invitó a Bob Telson, el productor de “Pynandí”, disco insignia de Spasiuk, para tocar las tres canciones que el pianista grabó en Otras Músicas: “Día de sol”, “El agua del fin del mundo” y “Mejillas coloradas”. En ese gesto queda claro el objetivo de Chango: pone a prueba sus canciones y eso trasciende su virtuosismo en el acordeón. Es un compositor que no sólo se expresa con el acordeón.
CHANGO EN BANDA
Chango Spasiuk no es sólo Chango Spasiuk. Es, más allá de su técnica para tocar el acordeón, el septeto que formó con Marcos Villalba (percusión y guitarra), Javier Martínez (percusión); Marcelo Dellamea (guitarra y voz); Diego Arolfo (guitarra y voz); Eugenia Turovetzky (violoncelo); Pablo Farhat (violín) y Matías Martino (piano).
El septeto de Chango puede ser un avión con todas las turbinas encendidas y los motores empujando desde cualquiera de sus salas de máquinas (a veces Marcos Villalba desde la percusión y desde el entendimiento hondo que tiene con el misionero, a veces desde la guitarra encantada de Marcelo Dellamea o tal vez desde el violín de Farhat).
Pero ese septeto poderoso puede ser también un caballo que galopa lento. En ese juego de tensión y distensión, Spasiuk se ofrece como un catalizador: no es un acordeonista sino un vehículo por donde ocurren los sonidos. Ponzoña a veces, sosiego otras, Chango corre con la complicidad de un ensamble excepcional que se luce de forma conjunta y en sus aportes individuales. En las risas que se reparten los músicos se percibe el disfrute.
En “El agua del fin de mundo” la tensión se repartió entre los músicos y el ensamble sonó como una máquina de sangre y pulso vivo que permitió el lucimiento de todos, generosidad de Chango mediante.
“Hoy es una noche especial porque están mis tres hijas acá”, avisa Chango al cabo de las 14 primeras canciones que cerró con “Seguir viviendo sin tu amor”, de Luis Alberto Spinetta. Cambió el acordeón blanco por el clásico que siempre usa y soltó “Canción de amor para Lucía”, que la siguió desde el escenario. Hubo un tema también para su hija del medio, Vera, la polka que lleva el nombre de la niña angelical que ese día cumplió cuatro años. Después del set bailable de las polkas “Vera” y“Starosta” -este último de su disco La Ponzoña- le tocó a Adiego Arolfo para “Villa Guillermina”, “La Ponzoña” y una genial versión de "Kilómetro 11", a cuatro manos con la guitarra de mil cuerdas de Dellamea.
CONEXIÓN
“La música no es un entretenimiento, sino un estado del corazón. Y tocar música es tratar de llegar a la antorcha con que los pueblos alumbran su camino”, dijo. Después de dos horas y tres minutos se descolgó el acordeón, se paró y dijo que ya estaba grande para irse al detrás de escena y que la gente deba traerlo con el aplauso. “Vamos a seguir tocando”, avisó para la tranquilidad de un teatro colmado y fervoroso que hizo tronar la sala con el aplauso.
Luego le dio paso al puerto de su obra, “Pynandí”, siguió con “Infancia” y entró en el primer momento cantado de la noche, a cargo de una afinadísima Lorena Astudillo. Spasiuk, que parece tener todo el concierto en la cabeza, sufrió con un acople mínimo en la segunda de las tres canciones que cantó Astudillo (Sueños de niñez, Sólo para mí, El Cosechero).
En las voces, además del genial Diego Arolfo -que no canta, sino que la lleva de la mano a las canciones- sumó a Sebastián Villalba, extraordinario cantante que formó parte durante varios años de la banda de Chango. Villalba cantó “El Boyero” y “Beatriz”. Marcelo Dellamea cantó y tocó la sensible “Mi pequeña torcacita” en versión bilingüe.
“Es un mundo raro el de ahora. Tal vez no podemos modificarlo pero debemos modificar cómo nos paramos frente a eso y ver qué tenemos allí para aprender. Debemos ser más misericordiosos”, dijo para despedirse.
“Mi pueblo, mi casa, la soledad”, le pidieron desde la tribuna. La tocó con “La calandria” pegadita no más, ya con el nuevo día. Le quedó la potente versión de “Libertango” y el cierre final con la polka “Ivanco”, con el teatro hecho una caldera de aplausos.
Fueron 30 canciones en dos horas y 25 minutos de espectáculo. Pero eso es sólo para la estadística. Lo que no se anota entre los datos es la emoción que bajó desde el escenario y dejó a todos encantados con el universo sonoro cada vez más amplio y encantador de Chango Spasiuk.