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Notas
NOTA DE INTERÉS


08/12/2016

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RECORDAR


Hacía cuatro días había festejado sus 34 años cuando el auto en el cual viajaba chocó de frente contra otro en una ruta santafesina, donde un monumento modesto la recuerda. Ese 8 de diciembre de 2006 el mundo del folklore se estremecía con la noticia de la muerte de una de las voces más bellas de todos los tiempos: Tamara Castro.   

A una década de su partida, con su espacio aún vacío, Tamara, representante de una generación que enlazó el nuevo folklore -o mejor dicho los jóvenes que hacían folklore en esa llamada “Nueva Generación” que encabezó Soledad- y el tradicional, con una forma desfachatada de plantarse en el escenario, con una energía desbordante y, ante todo -sobre todo- con una calidad vocal que no admitía discusión.  

Si María Tamara Castro hubiera nacido en algún país de Europa o en Estados Unidos en vez de haber alumbrado en Ensenada el 4 de diciembre de 1972 podría ponerse su destino a la par de otras figuras caídas en desgracia en la cima de su madurez musical, en un tiempo que ella misma consideraba de consolidación. Había editado su sexto disco, Vital, donde compuso dos canciones y donde se confirmaba la sospecha: Tamara iba camino a afianzarse como una cantora nacional, que fue puliendo su capacidad interpretativa hasta convertirla en eso que fueron otras grandes del cancionero. Capaz de meterse entre los intersticios de una zamba melancólica, de hacer bailar con una chacarera o de grabar un loncomeo y registrar un vals o un chamamé y ser siempre ella misma.  
    
 CRECE DESDE EL PIE 
A los tres años empezó a tomar clases de baile con Oscar Murillo y Mabel Pimentel, que al poquito tiempo le pusieron nombre a ese impulso: Ballet Brandsen. Fueron cinco años de chacareras y zambas, de carnavalitos y vestidos floreados, de zarandeos en alpargatas. “La dosis de folklore me la dieron Oscar y Mabel, los directores de ballet”, reconocía Tamara ante este cronista en una entrevista realizada en octubre de 2006. 

A los seis años Tamara perdió a su padre biológico. Se crío con su madre y su padre “del corazón”, como ella lo llamaba. “El es mi primer admirador, el que siempre me incentivó para que cantara. Biológicamente tengo una herencia, pero la pasión me la dio mi padre del corazón”, decía Tamara del hombre que le dio, también, su apellido. 
Cuando dejó el ballet pasó al coro, hizo talleres de arte, tocó la guitarra en la banda municipal. En 1984, con 11 años recién cumplidos, despertó el 6 de enero con la sorpresa de que Los Reyes Magos le habían traído una guitarra. Un año después estaba tocando en peñas de la región, en las fiestas de la escuela, en los festivales de Brandsen.   

A los 17 en City Bell recibió la primera señal de su talento: ganó el premio a la mejor voz solista y su nombre empezó a sonar como un secreto revelado: tocó en Tandil, en Ayacucho, en Chascomús. Y llegó a la televisión. Tras un casting exigente, tocó en "La Noche del domingo", el envío semanal de Gerardo Sofovich.  El final de la adolescencia la encuentra en la casa de su tía, en Capital Federal. Se anotó para estudiar en el Instituto Nacional Superior del profesorado de Folklore y mientras se ganaba el sustento como empleada en una compañía de seguros y rasgueaba la guitarra en las peñas conoció a un hombre que iba a cambiar su vida artística para siempre: Jorge Mlikota, autor del que luego sería su emblema: Zamba de amor en vuelo. 

Luego cambió ese trabajo por otro en una agencia de turismo. Viajó a tres veces Brasil y a Chile, siempre con la guitarra. Al regreso, pensó en Cosquín pero estaba en un aprieto: necesitaba el trabajo. Ella misma lo cuenta. “Cuando llegó el momento en que tuve que elegir entre mi trabajo y la música, la elección fue irme a Cosquín donde recorrí casi todas las peñas con mi música. Cuando llegué me encontré con la terrible realidad de que no tenía un peso, así que comencé a cantar en una parrilla en General Rodríguez.” Eso marcaría su destino. La escuchó “Titán” Amorena, dueño del sello DBN, a quien Chaqueño Palavecino le había hablado de una joven con una voz espectacular. Meses después tenía editado su primer disco: Pasiones.  

Debutó en el escenario Atahualpa Yupanqui de Cosquín en 1998. En Baradero en el mismo año. Tamara era ya algo más que una promesa. Se había construído, eso sí, como una apacheta, piedra por piedra. “Anduve de peña en peña para hacerme conocer. Canté en bodegones y en lugares perdidos en medio del campo, en peñas donde me escuchaba el sonidista y los parrilleros, casi siempre sin cobrar un peso. Pero lo disfrutaba. Y eso le aconsejo a los jóvenes; que disfruten, que no sientan la presión de que están tocando por el mango. Hacer eso es desleal con el talento propio. Por eso disfruto tanto cuando canto”, le había dicho a este cronista. 
 
Editó seis discos. El punto más alto de su producción es, sin dudas, Vital, su último trabajo, donde muestra su furia para cantar una chacarera y también su delicadeza para cantar un chamamé escrito por ella misma. 

Le gustaba la música de los años 80 y comienzos de los 90, el blues, la música clásica y la celta. Y el folklore, claro. De chica escuchaba a María Elena, a María Ofelia, a Teresa Parodi. Pero tal vez por ese origen de lucha admiraba a Terucha Solá y a Moni Leguizamón. “Esas mujeres son mis referentes aunque canten para tres personas. Son señoras cantoras”, las elogiaba.  
 
 CANTO CON FUNDAMENTO 
“Me hice bien de abajo. Nos íbamos a las 3 de la madrugada a esperar el colectivo en la ruta, pleno invierno, nos moríamos de frío con los músicos, pero también nos moríamos de risa. Lo disfrutábamos. Yo nunca renegué de la música”, se sinceraba.  

Decía que dos condiciones debía tener una mujer para cantar: ovarios para plantarse en el escenario y un buen repertorio.
-¿Qué es un buen repertorio?
-Tamara: Un buen repertorio es aquel que tiene letras con contenido. A mí me llegan canciones de muchos autores y yo trato de elegir temas con ritmos variados y con contenido poético.
 
Además de su afán por cantar canciones que digan algo más allá de la superficie, Tamara se preocupaba porque la gente se divierta. “Me importa que la gente se vaya con una sonrisa a la casa. Por eso hago 60 por ciento de humor y 40 por ciento de música en mis shows. Quiero que cuando estén en la casa digan ´¿te acordás lo que hizo esa loca anoche?´ Y se rían”, dijo en aquel encuentro de 2006.

-¿Siempre te imaginaste cantante?
-Si, siempre soñé con que la gente me aplaudiera. Cuando uno sueña fervientemente para que ocurra algo, ese sueño se cumple. A mi se me dio todo de a poco. La vida me dijo ´Tamara, te voy a dar todo, pero de a poco, para que lo puedas disfrutar´. Y yo lo disfruto”, decía dos meses antes de su partida.  
 
Había sido elegida para representar a la Argentina en Viña del Mar en 2007. Tenía pensado seguir componiendo y meterse todavía más en las venas abiertas de los ritmos nacionales.  El destino no se lo permitió. Dejó dos hijas, una obra musical hermosa e inconclusa y la sensación de que siempre estará su ángel en algún festival, en alguna peña trasnochada, alumbrado fogones y guitarreadas, como un tizón encendido.   
 
 DOS DATOS: 
Homenaje con música: Este sábado tendrá lugar la novena edición del Festival Homenaje a Tamara Castro, con un taller de danzas y música en vivo. Será en el anfiteatro de la plaza Hipólito Yrigoyen, de Brandsen. Empieza a las 19 con las actauciones de Luciano Cañete, Milena Aristegui, Martín Achaval, La Compañía, Los Peñeros, La Brújula, Trenzando Amistad, Taller Municipal de Danzas Nativas, Delegación de San Vicente (Ballet Atahualpa, Así Somos y Adan Aloe), Sol la Cunyta Vázquez e Ivana Cestari. 
 
Homenaje con libro: Pablo Martín Agüero acaba de editar “Tamara Castro”, un libro biográfico para el cual tomó una autobiografía que Tamara escribió para www.folkloreclub.com.ar y sumó declaraciones de la madre de la artista. 



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