}
Omar Moreno Palacios festeja 60 años como profesional del canto surero mañana a las 21 en el Torquato Tasso (Defensa 1575), con invitados como Luis Lanriscina y Horacio Avilano Cuarteto. Antes, charló a fondo con FolkloreCLUB y habló de todo: la calidad de la música actual, su sentir surero y la relación que tiene con el caballo.
La charla empieza por la falta de puntualidad ajena. Viene de sufrir un contratiempo y aunque la nota empieza un minuto antes de la hora prevista parece haberle herido el humor esa pérdida de tiempo que lo obligó a llegar sobre el horario. “Soy re puntual, hermano. En la reputa vida voy a llegar tarde. Si tengo que actuar llego por lo menos una hora antes”, suelta con el tono severo, el entrecejo apretado, la mirada firme. “Nací a las 2 de la mañana, para no llegar tarde”, dice para aflojar.
Se sienta en el sillón del patio de la casa de su hija Rocío, se quita la boina y la deja sobre la rodilla. Sin saber cómo, sale de ese tema y entra en otro, espinoso: “En el canto y la música hay una mediocridad terrible. En el folklore todo se ha emparejado para abajo. Está todo tan mal que quien escucha desafina. Y la gente pide mal cuando llama a los programas de radio -porque a los programas de radio los hace la gente no la producción- porque conoce sólo 20 nombres de intérpretes y no son únicos que pide. Algunos no pueden cantar ni en el tren fantasma aunque junten 10 mil personas, otros no saben afinar una guitarra y tocan esos violines que parecen gatos que han tirado de la cola. Y eso lo difunde la radio del estado”.
Cuando no abraza la guitarra, Omar Moreno Palacios conduce su programa “El Amanecer”, los domingos a las 7, por Radio Nacional Folklórica 98.7, frecuencia de la que tiene una visión crítica. “Antes tenías que ser bueno para que te pase Radio Nacional. Hoy no hace falta. Lo mismo pasa en los festivales, en Cosquín, que es un desastre porque no tienen un mango y quieren privatizar el escenario. Hay tipos que son espantosos pero que con dos tocadas se compran una casa”, dispara.
-¿Cómo se hace en ese contexto que usted describe para seguir apostando por la música? ¿Para grabar un disco con tantos invitados?
-Y bueno... hay que haber nacido así y no dejarse contaminar por eso. A mí nada me contamina. Hay que ser auténtico. Yo hablo del caballo porque tengo caballos desde los 6 años y porque soy criador de caballos criollos desde los años 70. Yo sé de lo que hablo en mis canciones. Ahora se memoriza la letra pero no se sabe lo que se canta.
SENCILLITO
A su espalda hay un cedrón retorcido por la cochinilla y un romero maltrecho por el sol. Se desprenden algunas gotas del cielo espeso de nubes sobre nuestras cabezas en este patio con plantas y flores de José Mármol, al sur del conurbano, como para darle más sentido a este verdadero Señor del Sur, que de aquí en más será escrito en mayúscula porque así es como lo considera Omar Moreno Palacios, hombre de campo adentro, criador de caballos y cantor surero. Omar es eso, pero es más. Cumple con la regla del cantor del Sur: metáfora a flor de labio, identidad, convicción y soledad en el escenario.
Sabe que no alcanza con afinar, con cantar bien, con tener algo para decir. “Todo lo que sea el campo me apasionó siempre. Las vacas, el tambo, los caballos”, resume. Por eso es capaz de comparar al sonido de una bordona con un toro costeando el alambre y lograr que se le ericen los pelos del brazo.
-¿Qué le gusta del caballo, Omar?
-Del caballo todo, hermano. Pienso en un potro al que van a galopear, está en el palenque y de repente corta y va a ganar el campo. Pero no sale disparando, va remando, saca las manos con una plasticidad como si fuera flotando y va con la cabeza levemente levantada mirando a derecha y a izquierda como buscando a quienes lo habían atado al palenque. Piensa ´¿dónde están?´ Decí que no se dibujar pero es como si lo estuviera viendo ahora a ese caballo. Por ahí saca un relincho y lo estoy oyendo ahora es como si dijera... lo logré”.
Y entonces Omar, el hombre duro del campo, el bravo cantor surero, tiene que hacer un silencio obligado porque las lágrimas le aprietan el pecho y le trepan por la garganta y le inundan las pupilas. Toma aire, mira con los ojos húmedos y remata: “Si a vos que llevás el canto surero te pasa lo mismo, vamos bien carajo. Porque no se es cantor surero porque se canta una cifra o una milonga. Ser surero es un estilo de vida. Yo soy surero desde que me levanto hasta que me acuesto”.
De esa relación que tiene con la naturaleza se deduce que Omar sabe por sabio pero más sabe por estar en contacto con las cosas simples de un gaucho parejo. Por eso sabe cómo afina una paloma. “En LA Menor”, asegura. Un zorzal. “En MI Menor”, jura. “Yo los he acompañado en su canto”. Es que 70 de los 78 años que tiene Omar se los pasó cantando, 60 de ellos como profesional, pero sin alejarse del campo, de las crines del caballo, del vuelo vertiginoso del picaflor, del aroma a leña, del confín de la pampa abriéndose ante sus ojos.
PURO SUR
“Los hermanos sean unidos” es el nombre del disco y DVD con 17 canciones con invitados de lujo como Cecilia Todd, Luiz Carlos Borges, Horacio Molina, Raúl Carnota, Verónica Condomí, Aymama, Delfor Sombra, Facundo Ficone, editado por el sello ByM hace unos meses donde Omar, “Pancho” para los más cercanos, desiega el abanico infinnito de ritmos sureros. Con milongas, por supuesto, pero también con gatos, polcas, tonadas, valses y rancheras el trabajo bien pude funcionar como un muestrario de cantor de la llanura, donde es posible advertir el rigor del paisano, el silencio y también la picardía.
“En el disco no me propuse poner tal o cual tema porque no hace falta; ya lo tengo puesto. Me encantan las metáforas y cuando se me ocurren las grabo o las anoto. Cuando voy en auto ni la radio pongo para que no me distraiga, porque la música la llevo puesta. Puede sentarme al lado del Obelisco en verano a las tres de la tarde y escribir una sudestada. Porque a la sudestada la tengo puesta”. Tiene cientos. Elige una. “A pocos pasos retuerce su miseria un tala seco. Y se agrieta un palenque quebracho que ha quedado mojón del desconsuelo...”, tira y distrae la vista un segundo. “Mirá ese chingolito”, dice cuando el pájaro se descuelga del aire y besa apenas el suelo para volar otra vez. Cuando este cronista gira para verlo el pájaro ya no está: queda una pluma flotando en el aire. Es un instante único que a cualquier otro se le pasa de largo. Menos a Omar.
De una palmera vecina baja el canto de un benteveo cuando llegan Juan Avilano y Hernán Fredes, los jóvenes guitarristas. “Estábamos hablanos mal de ustedes”, los azuza Omar con cariño. Los chicos saludan en silencio y se ríen de la ocurrencia. Se van hacia la mesa en la que Rocío, la hija de Omar, prepara mate dulce y comparten unos bizcochos agridulces.
-¿Con qué ritmo surero se siente más cómodo?
-Si tuviésemos que elegir un ritmo nacional tendría que ser la milonga, la pampeana que va en tono menor -como recorriendo al campo- y la corralera -en modo mayor como decían los viejos antes- que tiene mucha negritud y está ahí nomás del candombe, se están dando la mano. Esa se llama corralera porque la amplificaron los corrales y sabe Dios quien la trajo acá. Lo cierto es que en su origen hay mucho negro, lo mismo pasa con el malambo, que como decía mi maestro de la escuela lo inventaron los negros encadenados para desentumecerse los pies y es coherente porque el malambo surero se baila en un metro cuadrado. Antes ponían cuatro velas, si el malambista las apagaba era la seña de que no era bueno en lo suyo; hoy no queda ni la santería.