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“Esto es la fiesta del folklore”, dice uno de los conductores de “Argentina Baila”, el programa que el sábado próximo cumplirá un mes en el aire de la TV Pública. Y el público que desde Tecnópolis presenció todos los programas emitidos en vivo y en directo aplaude.
Anunciado como un concurso de bailarines de todo el país -con un premio de 100 mil pesos-, pero también con la intención de brindar un espectáculo, como si el concurso de baile no fuera en sí mismo un espectáculo, el programa empezó a las 22 del último sábado con una coreografía tras la cual llegó una explicación más o menos liviana del formato en boca de Ricky Pashkus, director teatral, coreógrafo y director del jurado que formaron además Aldy Balestra (ex Trío Laurel, actual Tupá), Liliana Randisi y el santiagueño Machy Umbides.
A las 22.12 empezó a cantar La Bruja Salguero (“No se qué tiene la chaya”, “Grito Santiagueño” y un aire de copla para terminar), como para ir entrando en clima. No hubo danzas durante su presentación.
En la primera media hora actuó el ballet de la Escuela de Arte de Tres de Febrero, que presentó una coreografía casi infantil sobre la canción “Tierra Colorada” de Chango Spasiuk, con movimientos propios más cercanos a una clase de yoga o a la muestra de una materia de alumnos de una escuela industrial que a una danza que represente un paisaje en una serie de movimientos. Ojalá que nadie que haya visto ese segmento el sábado pasado crea que eso es el folklore del litoral.
ARGRENTINA NO BAILA
Hubo que esperar 32 minutos para ver a los concursantes. Por eso da la impresión de que el programa está “estirado”, como si pudiese durar una hora. De hecho, se presentaron sólo tres coreografías, una de 9 minutos, otra de 8 y una tercera de 4. Total: 21 minutos de baile en concurso cuando el programa se anuncia como un concurso de baile que, en rigor de verdad, es la transmisión de una serie de espectáculos -de muy buen nivel, por cierto- atravesados por coreografías que los bailarines deben ensayar en escasos días para presentarlas el sábado.
Después del malambo, Machy Umbides, violinista, cantante y bailarín santiagueño, que durante años formó parte del Cirque Du Soleil saltó al escenario para dar un espectáculo con boleadoras, con la Chacararea del Violín -ejecutado por el propio Machy, que también tocó el bombo- con su familia en la compañía de “Los Umbides”, el grupo que lo contiene y gracias al cual llegó a la compañía cirquera. Fueron cinco minutos furiosos, de buena factura, de lo mejor de esa noche.
Antes de las 23 estaba en el escenario Luis Landriscina en una suerte de living, vino de por medio, que armaron con Marcelo Simón al mando del segmento. Muy deteriorado de la garganta, el gran narrador nacional contó algunas historias y cantaron tres canciones de su autoría, dos de ellas a cargo de Aldy Balestra, el otro jurado.
En la segunda hora del programa se presentó el cuadro “A la capital”, reminiscencia de trenes que ya no están y de historias de muchas personas que llegaron a la ciudades empujadas por el hambre en varios puntos alejados de Buenos Aires. Tras los ocho minutos de la coreografía subió Bruno Arias, que arrancó con la espantosa “Singani-Congani” que intenta un homenaje a una bebida boliviana y no hace más que pintarrajear una caricatura antes que un retrato. Una canción de una inexplicable falta de contenido para un artista de su talla y su compromiso con los pueblos originarios, con la que desmintió los elogios que habían usado para presentarlo un minuto antes. Recién en el final levantó la nota cuando llamó a cantar a La Bruja Salguero, que acomodó las fichas en favor de Arias y su banda que suena bien pero necesita más del sosiego para traer paisajes antes que del vértigo para borrarlos.
A las 23.36 cinco parejas salieron a escena para bailar una cueca, ritmo del que Paskus dijo que es brioso pero sin distinguir de qué cueca se trataba: si la cuyana, si la norteña, si la riojana. Cuatro minutos después presentaron al ballet municipal de Mendoza con un cuadro cuyano y un repertorio clásico de la provincia.
Sin planos detalles a los artistas, tiene una manera lejana de enfocar. Ahí también el envío se vuelve la transmisión de un festival.
A favor: el programa tiene la hermosa intención de devolverle al folklore su lugar en la TV Pública. Pero parece más eso, la transmisión de un festival de folklore que un programa en sí mismo. Y no por falta de agilidad, porque Diego Corián Oria el co-conductor, va hacia el detrás de escena para armar una suerte de móvil en bambalinas. Porque está bien Maia Sasoski y porque los segmentos tienen un criterio bien pensado en lo folklórico. Pero flotan en la superficie sin llegar jamás al fondo.
Carece de un hilo conductor. No es un concurso de baile en la medida en que nadie entiende por qué algunos siguen y otros se van. Qué mide el jurado, que nunca hace devoluciones consistentes. Ninguno supo, claramente, explicar el sentido del malambo ni el origen y la actualidad después de una excelsa coreografía de los hermanos Gardella con 16 bailarines como si fueran uno. Aldy Balestra fue quien más se acercó a la explicación: habló de los pies como instrumentos y de las síncopas malambistas. Pero todos parecían ajenos no ya a lo técnico de esa danza sino al sentimiento del baile.
Pashkus, ideólogo del proyecto, tuvo la intención de pasar a palabras lo que quiso hacer, pero divagó en generalidades. De Randisi extrañó que siendo una destacada docente haya dejado pasar la oportunidad de aportar algo para que los televidentes se lleven una idea de alguna danza, más que el giro de los pañuelos.
En el programa no parece estar la intención de cavar demasiado a fondo sino más la idea de quedarse con la superficie de las danzas. Más con el volado del vestido que con el por qué del vestido.
Con el nuevo día, a las 00.02 del domingo, entre llantos de dolor y emoción, comunicaron la decisión del jurado, pero nunca se explicó el por qué. Daba la impresión de que todos querían terminar lo más rápidamente posible con el trámite de la eliminación para dar paso a la presentación de los músicos, casi como en los festivales de gran parte del país.
El resto fue el cierre de Los Alonsitos -ya sin Adrián Rodríguez en la voz- como para clausurar un programa de danzas que intenta no plantearse como un órgano rector que ponga puntaje a los bailarines y genere imágenes lacrimógenas, lo cual es muy rescatable. No intenta bajar línea desde ninguna óptica. Cambia esa intención por un formato que tiene un leal intento de resaltar las tradiciones, pero parece quedarse a mitad de camino entre la intención de presentar un show de folklore y un concurso de baile en un formato que no parece ajustado para tolerar fuerzas que lejos de integrarse parecen pulsar en sentido contrario.