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El 10 de noviembre se festeja en la Argentina el Día de la Tradición, conmemorando el nacimiento de José Hernández. Con epicentro en San Antonio de Areco, es una celebración que sintetiza el traspaso de costumbres criollas de generación en generación.
El abuelo, poncho al hombro, viste igual que el nieto. A ambos el pañuelo rojo le aprieta el cuello. Los dos están de alpargatas, bombacha de campo, camisa clara, boina oscura. Ambos están montados, don Timoteo en un zaino, su nieto en un alazán. La de Alexis es una yegua; Luna, que encandila con el brillo de su recado de plata. Con ella, con su abuelo y con su papá Humberto desfila cada año en la Fiesta de la Tradición de San Antonio de Areco, la capital nacional de este conjunto de costumbres pasadas de una generación a otra, de don Timoteo a Humberto, de Humberto a Alexis; de Alexis a los que vendrán.
La tradición, o sea, la transmisión de costumbres, saberes, dichos, valores y creencias está representada también en esos y en otros objetos. Pero ninguno de ellos y ninguna de esas costumbres, saberes, dichos, valores y creencias puede arrogarse el derecho a ser, por sí solo, la tradición. El conjunto es lo que le aporta entidad. “A la tradición la reforzamos todos los días, tomando mate, amando al caballo, sembrando la tierra. No es sólo el 10 de noviembre que levantamos la bandera argentina. Ese día la festejamos, el resto de los días la alimentamos”, dice un paisano de Villa Lía, un pueblo vecino a Areco.
El folklore, entendido como saber del pueblo, es también el pase de tradiciones a través de la oralidad de muchas costumbres que nos fueron impuestas por un sistema sino aprendidas y repetidas y multiplicadas. Y festejadas a pesar del acoso del sistema, amenaza a la que los regionalismos han sobrevivido como un bosque capaz de mantener sus árboles y multiplicar sus retoños. “El folklore ha dejado de ser un fósil al que hay que rescatar para que no desaparezca, para revalorizarse como un aspecto esencial en la vida de los pueblos a quienes identifica, en tanto les permite expresarse así mismos a través de su lengua, la música, la danza, las costumbres y las obras materiales”, escribió Isabel Aretz, estudiosa del folklore argentino, en el libro “Cultura de tradición oral y folklore”.
En el gaucho, en el hombre montado, es que se resume el modelo de conservación de las tradiciones, aunque ese modelo no sea del todo argentino. Pero ese es otro tema. Lo importante es, como decía Augusto Raúl Cortazar, que esas costumbres, para ser tradición, han dejado de ser una manifestación personalizada para pasar a ser colectivas, compartida por los miembros de una comunidad, muchas veces anónimos.
Algunos tienen la dicha de perdurar en una obra musical, en la firma de un cuadro, en los contornos de una escultura. Pero los plateros que golpean el yunque o los alfareros que tornean en barro una olla o los sogueros que retoban cueros o las mujeres que amanecen y anochecen tejiendo ponchos en un telar sostienen la tradición desde su anonimato. Ellos como los otros fundamentan ese traspaso de un cuerpo de costumbres y de modos para asegurarles a los que vienen más acá y a quienes esperan más allá de los tiempos el insoslayable gusto de ser uno mismo.
EL DATO
Como hace 77 años, San Antonio de Areco, a 113 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires festeja el Día de la Tradición el 11 y 12 de noviembre con corrida de sortijas, entrevero de tropillas y jineteadas en el parque criollo Ricardo Güiraldes, peñas con músicos folklóricos, visita a sus artesanos y el cierre con el clásico desfile por las calles de la ciudad.