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La pregunta de si el nuevo disco de Chango Spasiuk es de chamamé tiene una única respuesta: no. Tampoco es un disco donde el músico misionero sólo toque el acordeón. El trabajo funciona como una síntesis de la significación de Spasiuk como autor y no sólo como ejecutante de un instrumento. No se revelará a continuación ninguna verdad si se dice que Chango es un compositor de altísimo nivel, capaz de ir más allá del chamamé. No de pasarlo por arriba -lejos está- sino de enriquecerlo.
En rigor de verdad, “Otras músicas” es una recopilación de temas compuestos para series de TV, documentales y películas, a pesar de lo cual no es un rompecabezas sino un todo homogéneo donde se cumple aquella máxima aristotélica de la curva dramática de la emoción: subidas y bajadas de tensión.
Arranca con “Canción de los hermanos”, de la película Los Marziano (que narra la historia de dos hermanos, protagonizada por Guillermo Francella y Arturo Puig), con un clima de comedia trágica que la canción de Chango sintetiza a la perfección. Luego recorre el tramo más oscuro en “El agua del fin del mundo”, con la que Spasiuk musicalizó una película de Paul Siero que también cuenta la historia de hermanas, unidas por un viaje y por la enfermedad terminal de una de ellas.
Una sola voz tiene el disco: Lorena Astudillo en “Sueños de niñez”. Un hermoso homenaje a Spinetta en “Seguir viviendo sin tu amor” donde el acordeón suena luminoso y el cruce a la Europa musical con la canción húngara del suicidio (Gloomy sunday), donde el violín de Pablo Farhat suena emocionante.
Están “Panambí”, “San Juan Misiones”, “Canción de amor para Lucía”. En casi todas tiene a su socio escénico, Marcos Villalba, en la sala de máquinas (a veces percusión, a veces cuerdas) y eligió a maestros del piano para ejecutar varias bellas melodías (Popi Spatocco, Bob Telson, Diego Schissi). En “Enramada” -tal vez la canción más chamamecera del disco- comparte sonidos con los hermanos Nuñez y arpa con el maestro Miguel Melgarejo; en “El Monte” percusión con Chacho Ruiz Guiñazú; en “Panambí” suena el contrabajo de Juan Pablo Navarro y en “Canción de los hermanos” la guitarra chaqueña de Marcelo Dellamea.
Si uno hace el ejercicio de escuchar el disco sin saber que pertenece al prolífico músico misionero -tal vez el más sobresaliente de una generación que tiene la raíz en lo popular y el oído en todos los universos musicales- no dirá jamás que al trabajo lo compuso un acordeonista. Porque eso hace Spasiuk: logra que las canciones del disco -alegres y tristes, delicadas y sensibles- tengan la instrumentación que necesita cada una, el pulso justo, el nombre exacto. No pone al acordeón por delante de nada. De hcho, hay canciones en las que no suena el acordeón. Y otras en las que el fuelle se infla y se desinfla para alegrar y decir, para tocar el puerto que para Spasiuk significa “Pynandí”, para recorrer esa mariposa sintetizada en “Panambí” -donde manda el piano, por caso- o “Misiones”, con la que ilustró Carancho, la película de Ricardo Darín y Martina Guzmán.
Rodeado para cada canción de distintas formaciones, la impresión es que se siente cómodo en el ensamble de cuerdas y percusión. Y en la chispa que genera esa interacción con diferentes músicos de la gran cantidad de talentos que sumó para estas 16 canciones. En ese espacio es que su música renace; cuando puede decirse por otros medios y no sólo por el fuelle. Esos sonidos resultan pequeños universos donde Chango Spasiuk teje una música poderosa que no tiene lugar tiempo ni espacio: es ya un patrimonio intangible del cosmos.