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Una charla a fondo con el músico misionero que el 28 de este mes presenta su disco “Otra músicas” en el ND Teatro. Su necesidad estética, su amor por el piano y el chamamé como un género potente. “No es una musiquieta para escuchar a la madrugada en los festivales”, dispara.
La ciudad suda una lluvia en cámara lenta y un viento del sudeste golpea los goznes de la ventana de la sala en la que Chango Spasiuk dice que el chamamé es algo más que una musiquita para entretener a trasnochados en los festivales; es, para él, su punto cardinal, su eje. “Durante años, al chamamé se le inventó un estereotipo donde lo ponían en un contexto de musiquita alegre que se toca en los festivales a las cinco de la mañana. Y a lo mejor ese mundo sonoro no quiere eso; hay montón de gente sería profunda, con un lenguaje sonoro riquísimo que quiere decir otras cosas. Para eso hay que correrse de todos los estereotipos. Cuando yo empecé los periodistas me preguntaban por qué tocaba el chamamé. Bueno, porque donde nací se toca el chamamé. Me tendrían que haber preguntado, si tocaba blues, por qué toca blues si nació en la tierra del chamamé, pero si tocara blues nadie me hubiera hecho esa pregunta”, dice.
Hace una pausa, bebe té sin dejar de mirar a los ojos, se reacomoda en la silla. Sigue: “La diversidad étnica me rodeaba en Misiones. Espontáneamente, esa diversidad es lo que soy yo. Identidad no es sacudirme toda esa diversidad y quedarme con uno sólo de esos colores, sino que es el sincretismo que se da en la suma de todos esos elementos que los integro porque están y los legitimo porque los reconozco dentro de mí. De otro modo, caemos en el cliché, que es tan nefasto, en el cual cayó el chamamé por mucho tiempo: se le inventó un estereotipo de manera, de músico, de vestimenta que le jugó en contra de un universo sonoro bellísimo.”
Llegamos al chamamé tras 40 minutos de charla sobre “Otras músicas”, su flamante disco de 14 canciones en donde sintetizó piezas que compuso para películas, series y programas de TV en los últimos 17 años.
En “Otras músicas” hay un músico completo, un compositor, no sólo un acordeonista.
Es que yo no necesito expresar mi ideas con el acordeón; lo hago con la construcción orquestal, con los instrumentistas que convoco, con cómo construyo colectivamente las canciones que compongo, con cómo arreglo.
El disco tiene músicas compuestas para películas a lo largo de casi 20 años y podría por eso parecer un Frankenstein, pero se percibe una unidad.
Hay mucho trabajo para que no parezca un Frankenstein. Hay músicas de diferentes años y proyectos. Está pensado para una escucha armónica. Por eso no están aquí todas las canciones que hice para películas. El disco no es juntar un montón de canciones y por eso es complejo hacer de proyectos aislados un disco conceptual. Por más que se salga de mis sonidos más conocidos, no es fácil escapar de lo que uno es desde la tradición. Por más que quiera no puedo dejar de tener una búsqueda estética; eso, aunque cambie la instrumentación y la sonoridad, es lo que mantiene unidas las canciones, no solamente el acordeón.
PEQUEÑO UNIVERSO
Chango nos recibe -te con miel, un living con un piano, un cuadro a todo color de Milo Lockett, acordeones- sin el apuro que pudiera tener alguien que debe preparar un concierto para dentro de tres días. Luego de Canadá se va en noviembre a girar por Europa con su nuevo disco, que el 28 de octubre presenta en el ND Teatro (Paraguay 918, CABA).
La lluvia se arrastra densa por el aire de Buenos Aires y empaña los vidrios de la ventana. La silla de Spasiuk hace un pequeño sonido a mimbre cuando se acomoda para decir. “Cuando voy a un teatro o a un estudio de grabación siempre estoy levantando la tapas de los pianos para tocar un poquito. Soy fanático de la frase de Mono Villegas: ´Al gran pueblo argentino, piano´. Creo que tendría que haber un piano en todos los pueblos. Hablo de un piano acústico, no del eléctrico, que es otro instrumento. El piano y toda la tradición, Adolfo Ávalos, Ariel Ramírez, Mono Villegas, Hilda Herrera, Horacio Salgán, pero también una generación joven de grandes pianistas. Creo que Otras músicas conecta con todo eso y que expresa muy bien lo que compongo. No me interesa pisarlo con el acordeón: me gusta la sonoridad colectiva. Si tengo que tocar más trato de hacerlo, pero no soy (Raúl) Barboza y ya no me interesa serlo. Cuando era adolescente lo escuchaba y me daban ganas de estudiar el acordeón. Mi búsqueda, ahora, va por el lado de la composición, de las texturas, de la sonoridad colectiva”.
Para él, que partió desde su natal Apóstoles, los sonidos de la película de su vida fueron el ruido de la carpintería de papá, la radio con el chamamé, el violín de Don Lucas, el trino de su primer acordeón con olor a naftalina, el sonido de las chicharras partiendo la siesta en mil partes. Todo ese universo se le hizo camino en vez de puerto; picada antes que palenque, cachapé antes de patio; movimiento antes que quietud. “El que tiene la necesidad de caminar tiene que caminar. Y el que no necesita caminar debe quedarse. Cada uno tiene una necesidad personal que te pone en movimiento. No es ni mejor ni peor el hecho de moverse o de quedarse. Es bueno ser honesto con tus propias necesidades existenciales y filosóficas y tratar de ser lo más fiel posible a eso. Y tu sonido está conectado con eso”.
Spasiuk condensa a los colonos que poblaron Misiones para trabajar la tierra -ucranianos como sus abuelos, alemanes, polacos- y a los pueblerinos que tocan esto que tanto siente: el chamamé, universo sonoro compartido por una región amplia.
Al chamamé que le late bajo el pulso, Chango lo llevó a otro espacio: el sonido camarístico, con percusión y cuerdas en un ensamble donde el acordeón no subraya, no sobresale no pisa, no invade; convive. “Yo respondo a mi naturalidad, donde convergen lo mestizo, lo criollo, lo fronterizo, los sonidos de los inmigrantes, todos esos colores. Por eso en mi música están los shotis, las polkas rurales, las texturas, las danzas y el chamamé como un color dominante y estético; no es un color fuera del cuadro, sino uno más dentro de un cuadro sonoro desde el cual trato de armarlo en función de mi capacidad y de mis limitaciones. El chamamé es un mundo sonoro muy amplio.”