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Cuando uno habla de danzas folklóricas en nuestro país, no puede dejar de pensar en “El Chúcaro” Santiago Ayala, aquel increíble bailarín que llevó la evolución como bandera en la época en la que participó y creó el Ballet Folklórico Nacional. Tuvo una propuesta que en su momento fue revolucionaria, y hoy a 60 años de su primera actuación sigue vigente. En formas y en actitud. Pero que difícil puede ser para un artista de esta disciplina lograr una evolución de la danza folclórica, por su peso en la cultura de un país, que se siente representado por eso y que se apoya desde lo tradicional, para sostener formas, códigos y mensajes, y que este concepto de cambiar no deje caer esta danza, en meras acrobacias.
EL viernes a la noche, en una de las salas de Centro Cultural Borges, se dio cita una de las propuestas de danzas que dan que hablar, desde ya hace un tiempo.
Los Hermanos Gardella Isaac y Javier, directores y coreógrafos de Potro Malambo, oriundos de José C. Paz, de vasta trayectoria en el ambiente de la danza folklóricas, pero que dejan ver a simple vista que no solo esa danza los atraviesa. Dan nacimiento a esta obra, tomando muchos de estos recursos que nos ha legado el gran Santiago Ayala, y los adaptan, los reconfiguran y los vuelven modernos, siendo muy respetuosos de sus formas, precisos en su desarrollo de la cintura hacia abajo y expresivos en la parte de arriba.
Una hora y diez de sonoridad, destreza y vigor. La virilidad propia del estilo, presente en su máxima expresión, estilo que desata en el público femenino ferviente arrojo, pero que no lo subestima, de esto habla la prolijidad y la coordinación, que dejan entrever horas y horas de ensayo, que dejan a la vista que nada se deja al azar, además de utilizar otras elementos de distintas disciplinas como el flamenco o el tap. 16 artistas en escena y música en vivo, sin duda algo a destacar. Una guitarra, percusión y una armónica que sorprende en esta formación, por no ser de los instrumentos mayormente usados, pero que es un gran acierto a la hora de dar matices al espectáculo.
El zapateo, el bombo, las boleadoras, los bastones, cajones peruanos, ritmos, golpes, tiempos y contratiempos. Un escenario que suena, y entre mudanza y mudanza se escucha un “vamos Potro”, las paisanas que aparecen y las luces y el humo que se entreveran. Un estilo bien definido y todo un trabajo de años, hace de este espectáculo, una revelación para el que no conoce la disciplina y que tan difícil es encontrar en las carteleras importantes del país. Y dada la repercusión que ha tenido seguirá en agosto para quienes no han podido disfrutarlo aun.
No se puede negar que en el paso del tiempo, la perseverancia de estos hermanos bailarines han triunfado en la batalla de imponer su manera de repensar, dar su impronta y de divulgar el malambo. Pura estirpe de malambista y sangre… es lo que le sobra.