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En la calle Sarmiento al 300, no se comparten pensamientos con ese personaje. Nadie comparte lo “bárbaro” por más que se lo pase de esa manera.
Convivir con artistas y personas del ambiente es de lo más lindohermoso que puede haber. En la casa el gallo canta y el canto “galla”. Se llega siempre cuando el Cerro Pan de Azúcar combina azules. Se duerme en casa de músicos, con músicos, con música…
El desayuno es entre guitarras y chistes. Los abrazos no se maquillan, las sonrisas no son de cartón, lo que se hace es lo que nace. Y nacen nuevas amistades, entre las horas que se acomodan a uno y no al revés.
Se comparte la felicidad, por más que Joaquín cuenta que la “alegría” no lo quiere trabajando. Entonces la vida es tema de charla… Y la muerte, también. Pero siempre con altura. María Elba pide que cuando se vaya del mundo, haya candombe: “No me vengan con llantos”. Y su sonrisa es tan genuina y contagiosa, que ya se ha tomado nota. Se puede hablar de temas complejos y de los banales, con la misma intensidad.
La cucheta elegida es usurpada. ¿Quién va a decir algo a las 6:30 de la mañana? Nadie. Es más: Lo que antes podría molestar, ahora es buscar una solución.
La usurpación ahora la comete uno. Ojalá que lo entienda el "dueño" de la cama. Ojalá sonría como uno, y si no habrá tiempo de explicar. En la casa todo parece mejor... y lo es. Inclusive el ronquido que amenaza con no dejar dormir. Pero sólo es eso. Una amenaza risueña.
En la casa, la juventud y el “Che” son pilares. Nadie por más que tenga más experiencia, se siente menos joven. La misma sintonía, la misma vibración. El mismo compromiso para vivir, para componer. “La Rioja se vuelve añoranza en mi voz” se escucha de Martha Chancalay y la riojana - o la "Tina Turner de la Chaya"- es la añoranza de cada uno. La poesía no es solamente en el papel, sino en la cocina. Guisos, empanadas, sobremesa y en la charla, lo que es cada uno sobre la mesa…
En la casa la reina es (la) Victoria. Es pequeña y hermosa. Pero es real y nos guía. Todos la cuidamos, sabemos lo importante que es. Laura camina a Punta y Hacha. Camina y construye hermosuras y hasta las habla. Mariano Luque sabe hacer sentir bien. Hasta parecería que no sabe otra cosa. “Hola hermanito”, saluda al despertar y da ganas de que sea el “hermano musical” mayor que nunca se tuvo. Con Guaiquiraró Díaz solo hace falta un contacto visual para entenderse, cuando los códigos de la noche no necesitan de explicaciones. Y en la mañana, lo mismo pasa cuando Ariel Arroyo guitarrea en la puerta, dando la bienvenida.
En la casa hay divisiones de tareas, porque compartir es la premisa básica. Se igualan todos: bailarines, músicos, quien puede llegar a escribir, fotógrafa, compañero/a en general… Buena gente. Existe un pozo común que parece plata, pero es más que eso. Es el pozo que asegura buenos momentos, risas, cariños, miradas, confianzas.
En el lugar existe el jarro del amor, la carpa del amor, el que llega pregunta: “¿Es acá la casa del amor?”. Está Camila, quien mira a “Josho” González con ese amor. El músico que tiene el “Síndrome del chayero confundido”, regala más plumas que espinas y la historia sobre un conejo que vuela. Y también está Marino Oroza, que pide hacer el “haka del amor”. Si se trata de amar, hay que hacerlo bien.
Está Daniela marca las pautas de convivencia, de limpieza. Pero no de las áreas, sino del alma. Está Pablo Oroza, de “Che Joven”. Un hombre niño que juega y ríe, además de cantar con mucho ímpetu. “Si no la vida te pasa”, dice. En la casa, el pensamiento del pueblo se lleva como un tatuaje en la palabra, en la sangre, en la piel. El mate compartido no es solo una remera, es la bienvenida al verde del patio ante cada despertar. Valeria es la compañera cuando la lluvia bendice en medio de la sierras. Pablo mistol, es el que aprende y enseña. Y el que da suerte apenas se llega.
Soledad es antónima de su nombre. Sabe muy bien hacerse de amigos. Ximena es la sonrisa, pese a que la amargura le quiere ganar la apuesta. Pero no, somos muchos y sinceros. Somos los que entrelazados le ponemos el cuero. A la envidia, a lo insano, a lo gris, a lo magro. Somos colores que andamos, pintando al otro y a cada uno mejorando. Porque todo esto es necesario, porque si Cosquín comienza a cantar, es acá… Entre las paredes de esta casa, en este “consorcio”, donde todos y cada uno de los miembros es parte del milagro.
En la calle Sarmiento al 300, está la casa donde comienza la magia. Es un honor difícil de explicar, pero hermoso de experimentar. Porque aquí, las ideas se aplauden, se festejan, se respetan, se acompañan. Porque –y ahora sí se puede compartir con Faustino-, en este lugar, las “ideas no se matan”.