En la Plaza Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale comienzan la sexta luna, y cierran su actuación con "No olvides que una vez tú fuiste sol". Los fuegos ya explotar, para que todo empiece una vez más. Pero se siente diferente el Festival. Parece que la mística no está tan a flor de piel. Las calles parecen cansadas, con pasos tranquilos, y algún trasnochado que se anima a acompañar una guitarra con zambas y chacareras.
Uno quiere resguardarse en lugares amigos, más cuando algunos compañeros no han llegado a Cosquín. Por eso la visita a las peñas es obligatoria. Como todo en la vida, según los gustos son las elecciones, más que nada cuando en la decisión está el sentirse bien.
La Peña de La Callejera recuerda que es necesario empezar coordinar los pasos, que es hora de participar y no ver todo desde afuera. Uno hasta se humilla, sin saber bailar entonces el recorrido sigue. En La Salamanca, recuerdo (s) cuyano(s). Ellos no vinieron, se los extraña, se los necesita. Más aún el bailarín que encuentra en el granate, su color de la suerte. Mariana Cayón, es la razón para quedarse un rato, aunque un tato más, en la mesa un hombre de radio que invita una cerveza y la vida, una charla con él.
Patio techado
Al Frente de la Plaza, una voz conocida es la mejor invitación. Dicen que es Peteco Carabajal, tocando su violín entre la gente. A veces uno se olvida de las pequeñas cosas, entonces cuando las vuelve a sentir se emociona. Y es eso lo que pasa cuando se lo ve cantando y bailando. Uno de los próceres modernos de nuestra música popular está ahí, a metros.
Baja y se saca fotos con todos, luego de tocar. A veces baja tocando, entonces todos comienzan a bailar y viajan imaginariamente al patio santiagueño, falta la tierra nomás. Entonces la leyenda reflota y se mezcla con las luces del escenario. Peteco atrapa, como creo que La Salamanca lo hizo con él, porque si no, no se explica que toque como toca, que cante como lo hace y no se canse.
No se sabrá que le pidió Zupay a cambio, pero sí que fue muy generoso con él. Menos mal que pasó eso, porque en su peña la gente se reúne y con su música el lugar se llena de fiesta.
El sur también existe
El que toma la palabra es Julio Paz del Dúo Coplanacu. “Gracias Pao por sostener esto, que cuesta mucho en un Cosquín que es un lindo quilombo. Lamentablemente en la calle hay como una apatía, una cosa oscura, pero por suerte este lugar que es de la gente, de nosotros, de estos tremendos esfuerzos que vale la pena porque oxigena todo, y hace escuchar a los que no tienen los grandes espacios”, dice y la gente aplaude. Bernal, confiesa: “Es una continuidad de ellos, de esa felicidad que nos dieron a todos”. Ella habla de la Peña de los Copla que marcó a fuego a quienes anduvieron cerca en Festivales anteriores. Y ellos hablan de la Peña de Paola Bernal.
El Sol del Sur es la Peña de la Pao. Así le decimos a Paola Bernal, los que la queremos, que por suerte somos muchos. “Vamos a lo de ‘la’ Pao” se escucha y todos saben que es. Que al cruzar a la puerta, ese patio va a llenarse de alegría y excelente música. Porque uno se encuentra con amigos y músicos. Y si estas de suerte, lo que encontras son Los (músicos) Amigos del Chango.
Entonces las persianas cerradas son un engaño. Esa casa que tiene nombres de colores por fuera, tiene gente de colores adentro. Todo es carnaval antes de tiempo, todo es felicidad en este lugar que abre con la luna y cierra con el sol.
Se baila en su tierra y se escucha apoyado en las paredes, sentados en el suelo como el Chango Farías Gómez sigue entre nosotros. Porque él está ahí, y sus músicos también. Y Entra a mi pago sin golpear, se reinventa como él hizo con cada uno de los temas que suenan allí. La gente hace caso y entra al lugar sin golpear.
El Dúo Coplanacu comienza el baile. Allí la cultura respira, en medio de un árbol que cobija a los cantores. Las fotos en las paredes terminan de decorar el lugar que se transforma en uno de los más concurridos de Cosquín. Chacareras y zambas, guitarra y bombo la ovación es poca cuando la calidad es mucha. Ni hablar cuando Paola Bernal, Mery Murúa, José Luis Aguirre y Juan Iñaki cantan Los pájaros de Mattalía. Entonces no cantan por cantar, porque de sus gargantas cantoras brota el ahora. Y el ahora se explica con Guauchos que llegan desde Formosa, ya pasaron por el Cosquín Rock pero llegaron al lugar que les hace latir fuerte su otra mitad del corazón. Y allí, pasadas las siete de la mañana hacen vibrar esa parte de la ciudad, mientras todos duermen. Respetando las tradiciones, con un sonido potente. Rock y folklore en un patio que respira juventud perpetua.
El lugar se llena. No cabe un alma, y las que están bailan. Como Belen Ghioldi, que es reconocida por José Luis. Porque quien danza es tan importante como el que canta. Perfecta comunión de artes que se hacen una. Como uno solo es Raly Barrionuevo y su guitarra, o Ramiro González y su poesía.
En la tierra de los duendes, Garnica presentando nuevas voces femeninas. Entonces todos ellos son más que bandas ruidosas, que cantan los mismos temas. Al frente de la Próspero Molina, sus letras son más que discos; su compromiso los hace más cantores y sus sensibilidades los hacen más artistas.
La gente quiere echar raíces en esa casa que parece mágica. Resisten irse, y los que cantan resisten con su poesía cantada, al exitismo cultural, a lo efímero, a lo gris. El fuego acá es más puro, estando en frascos que cuelgan desde las ramas. No necesita de explosiones, sino que persigue la luz. “Ya era fuego desde la noche y con el viento, por eso es que siempre volvemos” recita José Luis.
Entonces se vuelve a esa peña, año a año. Luna a luna, porque se persigue - aunque suene paradójico- el no olvidar que una vez fuimos sol.