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Acaba de cerrar exitosamente un ciclo de seis presentaciones en un teatro de la calle Corrientes. Las canciones de su tercer disco fueron coreadas por el público a pocos días de su edición. En el show conmovió a todos al cantarle a su mamá.
Como pájaros en el aire ataja un aluvión de aplausos y gritos. Jorge Rojas está de pie y se quedó solo en el centro del escenario. Parece que el show termina y que se está despidiendo. No, en realidad no quiere irse así nomás. Mantiene por un buen rato la vista fija en la inmensidad de las plateas colmadas de gente, mientras absorbe, vaya a saber uno en que lugar guarda tanto, el cariño y reconocimiento de su público.
Se agarra el pecho, gesticula y se alcanza a leer de sus labios: “Gracias, gracias, gracias…”. No es una pose para la foto, se ve en sus ojos humedecidos una emoción desgarradora. Después de unos minutos, agarra su guitarra y desata una seguidilla de chacareras para que sus hermanos bailen con dos chicas elegidas al azar, y para que la noche sea eternamente inolvidable.
A esa altura ya habían transcurrido casi dos horas de espectáculo. Ya había presentado las canciones del nuevo disco que lleva su propio nombre, por considerarlo el más personal de sus dos anteriores, donde la mayoría de los temas ya son conocidos o interpretados por otros artistas, aunque son de su autoría. Ni más ni menos esa fue la excusa para llegar nuevamente al Teatro Opera de Buenos Aires y reencontrarse con su gente.
Pero todo comenzó con la proyección de un video y las imágenes de un caballo que desnudó su pasión por estos animales. Unificó el veloz galope con la letra de “Las alas de la libertad”, de su primer trabajo La vida, para seguir con el estreno “Marca borrada”, que describe el pequeño lugar en Salta donde creció y aún está el rancho de sus padres.
Jorge conserva su humildad a pesar de haberle acertado con éxito a su carrera solista. Desde que decidió alejarse de Los Nocheros -convivió doce años con ellos rompiéndola- se aferró a la familia. Y son ellos los que en sus presentaciones lo acompañan. A su izquierda y derecha del escenario lo guían en coros Lucio y Alfredo, sus hermanos. En la pantalla gigante aparece en dos ocasiones su papá, y su mamá será acaricida sutilmente con su voz. “Ahora viene una canción muy especial porque la canto desde que tenía nueve años. Una vez mi señorita nos incentivó para que le llevemos algo a nuestras madres por su día. Algunos de mis compañeros le hicieron porta retrato, en cambio y yo dije: le quiero cantar algo a mi mamá. Ella esta noche está acá, se la voy a cantar”, relató Jorge, mientras hacía un quiebre al clima festivo del inicio. “Como pájaros en el aire”. Una canción de Peteco Carabajal incluida en la reciente placa que le sirvió para que la emoción cobrara el pico máximo de altura y consiguiera, junto al nuevo corte “Sin memoria”, las interpretaciones más deslumbrantes de toda su carrera artística.
Estaba cerquita su mamá María para envolverse con esa bella versión de una pieza clásica del cancionero de la patria. Él, parecía un niño desolado que no hacía más que contemplarla con amor.
Así aparecieron letras de amor para el delirio de las chicas. “La luna sin ti”, “Mía”, el nuevo “La fuerza de tu amor” y, sobre el final, “No saber de ti”. Ritmos latinos para no quedarse sentado –“Un montón de estrellas”, de Polo Montañéz, “Lagrimas negras”, de Miguel Matamoros-, chacareras, zambas, carnavalitos norteños para hablar de la tierra y hasta se dio el lujo de cantar al mejor estilo bagualero “Una copla de amor”.
Zapatió junto a sus hermanos, hizo de todo y no faltó nada. Con sonido y luces ambiciosas, la banda de siete músicos que lo sustenta funciona a la perfección. Desde su arreglador y pianista Paito Figueroa, el fuelle de Antonio Riera y la extraordinaria guitarra de Obi Homer, la voz y la imagen del autor y compositor Jorge Rojas se desenvuelven a su antojo.