El viernes terminaba el Encuentro de los cantautores del NOA, tan necesarios que tenemos. Yo no podía irme a escuchar y debatir, el hecho de estar con mis “viejos” era la finalidad de ese viaje. Un recorrido por Famaillá, con el almuerzo de empanadas era el comienzo especial de ese fin de semana. No éramos tres comiendo, éramos cuatro. La “Negra” Sosa de fondo, me permitía asegurar que sí, que estaba en Tucumán, que estaba en esas tierras que conocí de chico, gracias a una zamba. Pero Mercedes no solo está en un reproductor de música, está en los cerros, en los monumentos, en la memoria colectiva, en el sentido común, en la esencia de Tucumán.
Mi papá, volante en mano habla de Los Tucu-Tucu, y se deja llevar por la ruta con esa máquina del tiempo que es el recuerdo. Allí los ve a los cuatro originales, en Villa María, en alguna peña, caminando y hablando con la gente…
El paisaje
El Cerro San Javier permite alejarse del ruido de la ciudad. Desde lo alto se ve todo de manera distinta, la naturaleza se queda en silencio con uno. Y uno, no hace más que tratar de descifrar ese silencio. ¿Cuántas canciones se habrán pensado por estos lados? ¿Cuántas cosas tiene Tucumán para descubrir?
El Bosque de la Memoria, me da un golpe de realidad. Muchos en esta provincia y en la ciudad, se vieron obligados a irse en silencio, o mejor dicho amordazados. Por ellos también esta provincia canta y se levanta. Porque Mercedes volvió a cantar cuando el nefasto gobernador se fue. Ella sabía que la historia debía corregirse algún día.
A la vuelta en San Miguel, la casa de Manuel Belgrano nos recibe de la mejor manera. Tan chica para alguien tan grande. Tanta humildad para hablar de la maravilla de Don Manuel, que se encontrara allí con San Martín y Güemes. La casa parece perdida en la ciudad, aunque está atenta. Allí se pensaron las estrategias para que la ciudad no se perdiera para siempre en manos de los Realistas.
Tucumán elegante
Así es Tucumán. Un constante encuentro entre el pasado y el futuro, que se ponen a dialogar en estos días. Así es como los históricos (como Juan Falú) y los de ahora –que lo serán- se preparan en las charlas que se siguen su rumbo en el Encuentro.
Todos se preparan elegantemente para la noche. El cierre será en el Teatro San Martín de la ciudad. El hecho de estar elegante no es por la vestimenta, sino por la forma de encarar el compromiso. Estar a la altura de esa circunstancia, que para muchos tucumanos pasa desapercibida. Ellos prefieren dejarse llevar por el juego, en el Casino que está al lado del Teatro. La cultura y la perdición parecen que van a chocarse, pero no.
En la gacetilla se lee que será un homenaje a Ramón Navarro. En medio de ese homenaje habrá otros -que no lo dice, pero se sabe- porque están los cantores de este Tucumán, el del siglo XXI que cada vez son más importantes en la escena nacional y otros que no son renombrados, no son llevados a festivales, pero poseen una magia más grande y sincera que muchos de los que las emisoras pasan.
La noche ideal
Luego de la comida con los familiares -uno cordobés, que adoptó la provincia y posee su característica de compartir todo, inclusive su casa -, la entrada al Teatro es la entrada al homenaje.
Ramón Navarro es el condecorado. Parece que habláramos de un soldado, y en cierta parte lo es. Un soldado de la música y de las raíces. De la Pachamama y de los pobres. De la buena música y de las melodías que nos tocan a todos, hasta en la más íntima fibra. Pero esta vez a él le tocó. Tanto que la emoción con la que empezó arriba del escenario, se trasladó a cada uno de los presentes, durante todo el show.
Entonces le ponen un poncho, lo aplauden de pie, lo ovacionan. Lo tienen ahí. Él es el responsable de muchas obras cumbres de esta zona del país. Él que es escritor, autor, compositor, cantor de los pies a la cabeza. Porque lo que hace con la cabeza lo pisó antes con sus pies. Riojano de pura cepa, identificado con el paisaje de esos caminos, vio como La Bruja Salguero fue la primera en cantarle.
Si bien lo iba a hacer con Ramiro González, otro riojano que no pudo ir, lo llevó en su “Lucero Cantor”. Entonces fue ese “parche/ que enciende pal carnaval”. “Mi pueblo azul” en homenaje a Chuquis, ese pueblito del norte de La Rioja, que se convirtió en himno hace ya un tiempo de esos largos.
Ser eslabones
Obviamente no quiero que se alargue de más la nota. Una nota que tiene a la primera persona, como un pecado para la gráfica, pero necesario para que también pueda llegar a ser un homenaje.
A todo esto Carlos “Negro” Aguirre en el piano, enaltecía un poco más todo lo que pasaba ahí. Si bien no es del NOA, es de la música, y con eso basta. Pero lo que no bastaba era un par de artistas. Por eso Diego Marioni y Nadie Larcher de Catamarca, y Sandra Aguirre de Salta también subieron al escenario. Permítanme aplaudir de pie mientras escribo esto, las nuevas apariciones. La voz de Nadia, aplaudida hasta el hartazgo, la originalidad de Diego y la dulzura de Sandra con su Luna de día y Flores llenaron de frescura la sala. Los catamarqueños, también hijos de la “Cantata Riojana”, caja chayera en mano encantaron al público y a Ramón con su versión de “A Don Rosa Toledo”.
La provincia de Tucumán estuvo representada por “Topo” Encinar, “Lucho” Hoyos, y Juan Quintero acompañado siempre tan hermosamente por Luna Monti. Ellos dos, uno de los dúos más importantes del cancionero popular, regalaron “Conmigo” de Hugo Fattoruso, entre nuevos temas. Allí la guitarra de él y la voz de ella confirmaron que se puede creer en que la canción no muere. Que se reinventa. Que se resignifica. Que se revaloriza.
Antes del final Lucho le cantó a la miseria de la gente, para eso hay que juntarse. También para que la canción, la melodía, la música el folklore, la cultura y el arte no muera. No se vacíe, no se quede quieto. “Juntarnos” con todos arriba del escenario fue el mejor regalo para la noche de Ramón Navarro. Todos herederos de él y los de su especie, que forjaron nuestra identidad a base del respeto por lo nuestro.
Ya con él en el escenario, luego de que las lágrimas no lo dejaran hablar y que recordara a un “grande de verdad como Eduardo Falú”, “Patios de la casa vieja”, “Chayita del vidalero” cerraba la noche mientras se iba con su Zambita andariega.
Así la noche se paraba y seguía aplaudiendo. Se dejaba caer las lágrimas de emoción, para levantar en alto la bandera de la música. Música que recibió el homenaje, excusando que era para Ramón. Es que lo merecía, porque desde el vamos le hizo distinciones a la música. Porque fue uno de los tantos que comenzó la cadena de la música argentina. Por eso les pidió a los artistas que sean “los eslabones” que la continúen. Así será Ramón Navarro. Le prometemos que así será.