Alguna vez fue un chico llamado Roberto Chavero (con el tiempo Atahualpa Yupanqui) quien desde Roca iba hasta Junín a aprender música, y ahí lo recibía un viejo violinista con el que dio los primeros pasos antes de elegir la guitarra para acompañarlo en la vida. Hoy el pibe Bautista Zabaleta va tres veces por semana desde su Arribeños natal y con sus apenas 10 añitos hasta la misma ciudad bonaerense que dio a Juanjo Domínguez y al recordado Alberto Oviedo, entre otros, para aprender de la sabiduría del profesor Hugo Fuse los primeros acordes con esa mariposa marrón de madera a la que se refirió Alfredo Zitarrosa.
Y esta noche de domingo marzo llega más rápido por la brevedad de febrero, con el generoso Chaqueño Palavecino sobre el escenario Jorge Cafrune del Prado Español de Ascensión, en el marco de la 10° edición de “Ascensión vuelve a cantar”, invitando a subir a Bauti Zabaleta para que se afirme contra las ancas de la actuación y le de fuerte y seguro al violín que sostiene con el hombro izquierdo para darle con la derecha. Si hasta parece un juego de la política, pero el chico no sabe de estas bordoneadas de grandes.
Acá la cosa es simple y clara, dejar en evidencia una vez más la maravillosa terquedad del Chaqueño para aportar lo suyo al conocimiento de lo nuevo. La historia de siempre en su vida. Y entonces en cada actuación suele sumar valores desconocidos, como en este caso este pequeño que con su música y candor asombró con "La Chicharra cantora" y "A don Amancio", empujada ésta última con una base de los excelentes violineros del músico salteño que se prendieron, casi por inercia, al sonido del chico arribeñense que está empezando 5° grado en la escuela Mariano Moreno de su pueblo natal (recordado por la nube tóxica que lo cubrió 13 años atrás).
“Qué lindo sería que este chico y también esta joven (por Rocío Godoy, de la cercana La Angelita, con una voz fuerte y precisa), pudieran venirse al Tri Chaco… díganle al intendente (Medina) que les de una mano para ir!!”, tiró Palavecino pensando ya asentado festival anual cerca de sus pagos del Chaco salteño, donde los violines se aparecen por entre los montes, empujados por ese sonido redondo, ejecutados por aquellos que tienen algo que decir.