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Con entradas agotadas días anteriores, la peña de La Huella del Chasqui mostró una ejemplar organización que la convirtió en un éxito. Igual que los difusores con sus programas de radio, fue una maratónica participación de importantes artistas. Mario Álvarez Quiroga le puso el broche de oro a la noche.
Está bien, era su primera experiencia pero no dejaron de equivocarse. Sin darse cuenta, lo que los organizadores planearon como una peña folklórica, el pueblo, su gente, la convirtió en un gran festival, porque no fue menos que eso. Un festival envidiable para muchas comisiones que llevan adelante fiestas populares de renombre. En realidad, el error fue anticiparse a todo, imaginarlo todo, soñarlo todo. Trabajaron tanto hasta en los detalles insignificante que los periodistas, artistas, y principalmente, los habitantes de Eduardo Castex desbordaron las instalaciones del Club Racing.
Y se volvieron a equivocar. No sólo llamaron peña a lo que luego creció como un festival sino que también erraron al plantear el encuentro de una forma original. No había en el centro del escenario un locutor, ni mucho menos un presentador. A un costado dispusieron una larga mesa, donde un improvisado estudio le permitió a los cientos de difusores de todo el país la oportunidad de hablar con el público y dar paso a la música. Como un gran programa de radio al lado del calor de la gente.
Esa modalidad de ir anunciando la llegada al escenario de los artistas y de ir festejando con el paso del tiempo cada vez que se cumplía una nueva hora de transmisión ininterrumpida, fue otro de los tantos aciertos de los organizadores -por no entrar en detalles y llamarlos por su verdadero apellido: la familia Riera y Ponce-. Eso permitió interactuar con las plateas, y con el fin tan sentido de recaudar fondos para la Escuela Especial Nº 4, subastaron artesanías y tortas a un alto precio. Hasta en ese pequeño instante hubo sorpresas conmovedoras. Los ganadores devolvían lo comprado para que se realice una nueva subasta. A ese fondo alcanzado se le sumó lo recaudado con las estampillas que canjearon a modo de entradas para la peña. Es que no se vendieron entradas. Todo fue colaboración para el establecimiento.
Pero no aprendieron… y siguieron equivocándose. Un prolijo desfile de cantores se asomó al escenario bautizado esa misma noche “Víctor Hugo Godoy”, en reconocimiento a uno de los integrantes de Los 4 de Córdoba, un conjunto con casi 40 años de trayectoria.
A las 22, el Ballet de danza local le dio paso al dejo timbre tanguero del porteño Omar Pérez y a sus canciones, entre las que se destaca “Déjame que me vaya”, del poeta Roberto Ternán. Desde la misma ciudad llegaron Coplaires con una propuesta diferente y la chacarera “Cortando los Campos”, de su último disco “Corazón de tierra”. Seguido y uno tras otro, “El Pato” Viganoni irrumpió con “La villerita”, de Horacio Guarany, y con “Todo igualito que vos”.
Pero sin dudas, la gran sorpresa fue dis-fru-tar de las interpretaciones profundas de Las Voces del Pueblo, un dúo pampeano que fue ovacionado con los temas “La Gioconda”, de autoría propia, y la impactante letra de “Camino de la utopía”. Pese a la insistencia, el público respetó los tiempos y luego de los cuatro temas que cada artista tenía en el escenario, inevitablemente el dúo tuvo que abandonarlo.
A la medianoche fue el turno de Los Federales de Junín y las cadencias provincianas intactas que heredaron del estilo chalchalero. “Los 60 granaderos” y una seguidilla de zambas-Luna Cautiva, Paisaje de Catamarca, entre otras- se mezclaron con un coro unánime en las estrofas de “La cerrillana”. Luego llegaron Los Caldenes con una basta historia familiar y las canciones “Quién pudiera”, de Abel Pintos y “Luna de Tartagal”, del Chango Rodríguez.
Poco después de las tres, Emiliano Zerbini hizo bailar con “Carnaval en La Rioja” y puso en evidencia su profesionalismo y nivel artístico en “Sombrita de ramada”, una de sus tantas creaciones. Antes ya habían pasado Alejandro Carrara, “Toño” Rearte, Rita Jurado, Las Voces del Encuentro y los jóvenes tucumanos Taa Huayras, con “La tempranera” y “El olvidao”, entre otras.
Ya sobre el final, el consagrado cantautor Mario Álvarez Quiroga desplegó un recital inolvidable que marcó un cierre formidable de la peña La Huella del Chasqui. Por más de una hora, el santiagueño presentó sus éxitos y los temas de su último trabajo “Entre el monte y la ciudad”.
Fueron cinco horas deslumbrantes por la entrega total de los más de veinte grupos que participaron del encuentro. Fue un largo tiempo de disfrute absoluto. Fue tanto, que hasta en eso se equivocaron los organizadores. Se equivocaron hasta el cansancio porque ahora tienen el pesado problema de superar una tremenda expectativa para el año que viene. Un problema del que todos los difusores del folklore estamos felices. ¡GRACIAS POR EQUIVOCARSE!