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Las emociones desbordaron en la noche del sábado con la íntima función que brindó la cantante Luciana Jury el pasado 23 de febrero en el Centro Cultural Caras y Caretas. Con la sentida interpretación de los más bellos y antiguos ritmos musicales folklóricos conmovió a todo su público en la sala situada en el corazón del barrio porteño de San Telmo.
Nacida en Buenos Aires y nutrida principalmente por raíces cuyanas, en Luciana conviven distintas vertientes musicales que la llevan a representar en su totalidad aquellas influencias provenientes de la región de procedencia familiar sumado a los distintos ritmos que ha tomado de los países vecinos de Chile y Bolivia. A su vez, en esta búsqueda de identidad musical siempre se ha visto atraída por lo ancestral llevándola a un repertorio muy rico en tradición e historia recopilando aquellos temas que tal vez no han alcanzado la trascendencia de otros ritmos folklóricos.
La suma de todas estas piezas conforma una maravillosa e impecable obra que termina de tomar forma con los múltiples matices de su voz y su vigorosa interpretación. Nada más acertado que el nombre de su primer disco como solista, Canciones brotadas de mi raíz (2011), que esboza en su nombre el significado personal que engloba cada componente de aquella personalidad que se fue forjando de su experiencia y del gran aprendizaje de su padre Jorge Zuhair Jury, quien le inculcó la música.
Pasadas las 22 horas Luciana irrumpió en el escenario acompañada por su guitarra dando inició a la función con un triste llamado “La trilla”, un estilo titulado “Ingrato por qué olvidaste”; seguidos por “La sajuria”, una sajuriana. Estas formas musicales antiguas, a las que prefiere denominar como “añejas”, son tocadas por paisanos y paisanas puertas adentro para el regocijo del corazón propio.
Feliz por la oportunidad de llevar a cabo este encuentro, además de compartir su disco anterior, aprovechó la ocasión para presentar estos temas que seguramente integrarán su próximo material.
La sala donde la única luz que asomaba -discreta- alumbraba cual destellos de luna su ser sobre el escenario, se encontraba envuelta en un silencio inmaculado. Es que desde el comienzo del espectáculo todos los presentes se sumergieron en la sentida interpretación que generaba un ida y vuelta personal con cada uno dejándolo casi sin respiro hasta la última nota de cada canción que recién con el calor de los aplausos permitía recobrar el aliento.
Pasional como se la ve, Luciana no sólo fue capaz de generar distintos climas con su voz que por momentos sonaba limpia y dulce y, por otros, quebrada y sentida, sino que dejó demostrado que no sólo se canta con ella sino que se transmite de una manera aún más significativa a través de todos los sentidos. La música le brotaba por el cuerpo y emanaba una energía única generando fuertes sentimientos y emociones. “Estas canciones antiguas me han tomado el alma y el corazón”, fueron las palabras justas para definir lo que todos estaban apreciando.
La velada continuó con dos cuecas (cuyos autores se desconocen) y con dos estilos, también anónimos. Uno de ellos rescatado de San Antonio de Areco por Julio Guzmán, amigo de su padre; y el otro, llamado “Muda la vana esperanza”, por Atilio Reynoso. También entonó “Como roble en el verano”, de Violeta Parra.
“Es una necesidad del alma pero hay que saber regularla. Hay que medir las intensidades porque el otro no tiene la culpa”, bromeó al darse cuenta de lo que estaba viviendo arriba del escenario y de aquello que estaba transmitiendo. Adelantó que su próximo disco seguro se llamará “Anónima” ya que todas sus canciones lo son.
Promediando la noche invitó al guitarrista Pablo Delgado, un compañero y amigo con quien compartió muchos escenarios ya que trabajaron durante años en conjunto. Pablo acompañó a Luciana con su guitarra en una zamba, luego la cantante le dedicó a su hijita Cuti el bailecito “Quisiera ser un tigre” -o más conocido por “Palomitay”- y, a dos guitarras tocaron la tonada cuyana “El bien que adoro”. Fuera de lo previsto, obsequiaron “La resentida” que fue una de las más ovacionadas de la noche por su increíble y emocionante interpretación.
Finalizando la función interpretó “Esos tiernos juramentos”, un triste rescatado por Jorge Jury; y “Deja que te quiera”, un caluyo de la colectividad boliviana. Y, para el cierre reservó una canción que compuso junto con su padre, la cual la despidió del escenario con una fuerte ovación. A pedido de los presentes extendió su presencia con “Tu amor es como el hambre”.
Es hermoso saber que en el amplio mundo de la música, en distintos rincones de nuestro país contamos con estas joyas como Luciana que rescatan y reviven nuestras raíces, que las acercan a lo cotidiano con la pasión que merecen ser recordadas.