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Molinari está a siete kilómetros de Cosquín. Allí uno fue a parar para cubrir este Festival. El río y las sierras, ayudaron mucho en las notas. Pero no sólo eso. Para ir a la parada de los colectivos, uno debía cruzar todo un descampado y enfrentarse al silencio de la noche. Al aire que no pasaba. Pero uno sabe que allí, no estaba solo. Alguien acompañaba. Sospecho del duende de Cosquín, ustedes no digan nada.
Pecado mortal en el periodismo gráfico es hablar en primera persona. Pero déjenme hacerlo. Para contar experiencias más que la última luna coscoina. Que tuvo de todo, y nostalgia. Esta última puede ganarle al todo.
Uno al bajar del colectivo sentía en el ambiente este exilio de poetas y cantores, del que hablaba Marcelo Simón, pero que se notaba en las calles. Los fuegos de artificio traían consigo lágrimas de quienes encuentran en Cosquín esa llama que no se apaga. La música es así. Es vida. Vida bien vivida.
El baile inicial termina con un casamiento de personajes de Molina Campos. La emoción se apropia de nosotros, porque hace tiempo que sin querer queriendo, nos casamos con el Folklore. Y con ello con las raíces que quisieron inculcar, pero de las que nos fuimos dando cuenta cuando entendimos más de las cosas.
La luna está un poco colorada. De rabia y angustia. Quiere llorar, quiere decir “no se vayan”, pero espera. Arriba del escenario el Dúo Coplanacu pone fiesta, a pesar de todo. “Flor de lirio”, “Pelusita de Totoras”, “De Simoca”, “Escondido de los bombos”, “La santiagueña”, “Mirando lejos” fueron algunos de los temas, de quienes pusieron los bombos y las voces en alto. Por el folklore pero por la vida, y la no contaminación del Río Dulce. Al final “Agitando pañuelos”, fue el mejor cierre, de esa apertura final.
Taficeños, Brisas del Norte, Son ellas, la Delegación de Camatarca, fueron algunos de los números más importantes de la noche que tuvo como figuras a Amboé. Los que le llevan alegría al Chamamé, más del que tiene, se despacharon con “Granja San Antonio”, “Mi ponchillo colorado”, “Es problema mío”, el himno de varios como “Sobredosis de Chamamé”, “Puerto Tirol”, entre otros. Por el mismo camino siguieron Los Alonsitos, quienes ya pasaron sus 25 años de vida. Así se regalaron y regalaron a la Plaza temas como “Todo el mundo a cantar”, “Vienes y vas” y un popurrí de Chamamé, digno de ser escuchado y bailado.
La última noche tuvo de todo. Inclusive gente reprogramada. Bueh, gente es una forma de decir. Personas que luchan y que son la voz del pueblo como Ruben Patagonia, quien comentó en su red social “La cultura de nuestro pueblo derrama la semilla de la identidad en cada esquina, en sus ríos, en las sierras y depende de nosotros cuidar la raíz de este verdadero encuentro”. Regaló “Abuelo Indio” y “Amutuy Soledad”, en un momento más que emotivo. Y emotivo es cuando se recuerda a grandes del folklore como lo es Jorge Cafrune, quien llegó de la mano de su hija. Yamila Cafrune, cuenta con el apellido es cierto, pero con su calidad de artista que le permite alejarse de eso. “Cuando llegue el alba”, “Chacarera del tiempo”, “El 180” y “Tristecita igual” fueron sus temas.
Camino nochero
“Preparar el aire y la ofrenda”, comentaban desde Puskano, y su voz, quien guitarra en mano ofreció de la mejor manera canciones al Escenario y a los que estaban debajo. “La Arenosa” y “ Rescoldo”, fueron dejando el camino abierto para que el número principal de la noche asomara.
Los Nocheros, subieron cerca de las tres de la mañana para dar el show que todos fueron a ver. “La telesita”, “Corazón verdugo”, “El arriero”, “Fuego de Animana”, “Carnavalito del duende”, “Merceditas” entre otros, dieron un comienzo bien folklórico. Que fue acompañado de temas como “No saber de ti”, “Vuela una lágrima”, “Pego en el palo”, “La yapa”, “Canto Nochero”, “Te vas”, y “Yo soy tu río”, para cumplir con el gusto de todos.
Adentro Los Nocheros, y uno se encuentra sentado afuera. El cordón de la vereda es el mejor lugar para pensar porque se está así. Invade una sensación de angustia y nostalgia. Marcelo Simón avisó que al llegar el sol se derramaría el silencio. Y es cierto no más. Las mesas de las Peñas se entran, las luces se apagan, la gente comienza un regreso obligado. Una fea procesión de vuelta. Cosquín está tan desolado, que el bombo amaga a llorar, la guitarra se niega a hablar. El bailarín no quiere bailar, la copla y la poesía se sienten desganadas. El duende se tomó una siesta en varias de las noches y ahora se fue a dormir sin más. Casi que ni se despidió. Uno no tiene ganas de ir a buscarlo. Porque la luna se está yendo y el sol está llegando.
A veces no hay mejores palabras que el silencio.