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La agrupación folklórica María y Cosecha celebró sus 15 años el domingo 9 a las 21 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764), junto a invitados como Teresa Parodi, Lorena Astudillo, Laura Vallacco y Topo Encinar.
Pedro Borgobello y el cuarteto de cuerdas integrado por Quique Condomí, Nayla Beltran, Luján Ricci y Claudia Sereni, también tomaron parte de esta fiesta musical.
María de los Angeles Ledesma en voz, Matías Furió en percusión y guitarra, Pablo Fraguela en piano, aerófonos y coros, Pedro Furió en guitarra y coros, y Sebastián Calá en contrabajo, completan la formación que nació en 1997.
A lo largo de su carrera, el quinteto mantuvo una coherencia artística a través de proyectos gestados junto a colegas comprometidos, como La Eulogia Peña (1999 al 2003), Músicas de Provincia (2001 a 2007) y el ciclo Nuestras Músicas (2008 a 2009).
En su presentación en el CAFF, María y Cosecha recorrió el repertorio abordado en los tres discos grabados y anticiparon el nuevo material a editarse a principios de 2013, donde participarán amigos referentes y de la nueva generación.
El arduo trabajo de creación colectiva siempre consigue respetar las diferencias regionales y características rítmicas y poéticas de chayas, zambas, chacareras, pero, ofreciendo espacio para el diálogo con otras sonoridades, en este caso el jazz que se deslizó por los dedos hábiles de Fraguela y el contrabajo de Calá.
Así, en el repertorio iría brotando la voz envolvente María de los Ángeles “Chiqui” Ledesma en las delicadas interpretaciones del cuarteto que tendrían su punto culmine cuando las gargantas poderosas se juntaron: primero con Lorena Astudillo y después con lo mejor del folklore por parte de Teresa Parodi que llegó casi sobre el final (hasta se dudaba de su presencia porque venía de participar en el multitudinario festejo por los 29 años de la recuperación de la Democracia y Derechos Humanos que el pueblo celebrara en Plaza de Mayo.
En esencia, como nos tiene acostumbrados ya desde hace 15 años, una vez más la versatilidad de la formación llevó a su universo chamamés, zambas, huaynos, joropos con naturalidad sin romper la raíz de cada tema, donde se destacaron el gato “Esencia de mi pueblo”, “De tarde” (chacarera instrumental del guitarrista Pedro Furió), la vidala “El Salitral”, “El Runa”, “Apure en un viaje”, "Coplera de las cocinas" y "La ollera".
Las voces se fueron conjugando en perfecta armonía en palabras ajenas para referirnos esa comunicación en primer grado que vivíamos como si fuera una continuidad de la “Fiesta grande” que también se vivió en todo el país. El lenguaje musical estuvo unificado en los actos y así el sentido de la palabra cantada se fusionó y se imbricó hasta adquirir el poder de una acción. Salimos transformados en mi caso, por lo menos, con el retumbo de la letra de Tarumba porque la palabra escrita conserva, por suerte, ese poder de ascendente sobre el mundo. La palabra tiene el valor de un acto ético y en potencia, las propiedades estéticas de una obra de arte: lo dicho y lo sobreentendido, gestualidad, entonación, abrazo, caricia, danza y sinfonía.